El tañer de las campanas. Por José Moscovich Y Nacho Yunis Aranguren.

07 Oct 2017
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Por José Moscovich Y Nacho Yunis Aranguren

En palabras de sus autores:

 

Mi nombre es José Moscovich, tengo 40 años y soy de Santa Fe. Me desempeño como guionista de cómics para Grünendör Ediciones, editorial de historietistas independientes que creamos hace 5 años y medio.

Grünendör va destinado principalmente a un público adulto y joven, por lo que mis guiones casi siempre se mueven entre los géneros policial, terror, ciencia ficción y fantasía heroica.

Mi vieja era fanática de las películas de terror. Ya a mis 12 o 13 años me sumé a su causa, y nos veíamos una a la noche, en VHS alquilado, casi todos los fines de semana.

No recuerdo cuál fue la primer película de terror que vimos juntos, pero sí recuerdo que a partir de ahí no dejamos de hacerlo. Yo me inclinaba más por las películas “slasher” (las del asesino que persigue a sus víctimas y las va matando de formas retorcidas y originales, como Halloween o Martes 13) y ella era más fan del “gore” (mucha sangre, muy violentas, y generalmente de bajo presupuesto), pero disfrutábamos juntos de cualquiera, con tal que fuera de terror y la viésemos juntos.

Y así compartimos La Mosca, El Resplandor, Poltergeist, Un hombre lobo americano en Londres, Hellraiser, Re-Animator, La Niebla, Alien, Christine, El Ansia, Los chicos del maíz, Scanners, Pesadilla en lo profundo de la noche, La matanza de Texas, Tiburón, La Profecía, Carrie, Gente detrás de las paredes, El enigma de otro mundo y otras tantas que ahora mismo no recuerdo, y también, por supuesto, cuanta película del director italiano Darío Argento apareciese por el videoclub, del cual mi mamá se consideraba ferviente seguidora.

Y así, de tanto ver, fui aprendiendo cosas sobre el  género de terror en el cine: que quienes tienen sexo en las películas mueren inevitablemente asesinados; que las mujeres más bellas sobreviven hasta el final; que los monstruos son casi inmortales y cuando parece que ya todo terminó en realidad no están muertos.

Que no es buena idea irse a vivir a una casa donde asesinaron a alguien, y menos aún ventilar el sótano, si lo tiene.

Que nunca hay que mirarse al espejo, porque la imagen reflejará un monstruo detrás nuestro.

Que si corremos por un bosque con un asesino siguiéndonos, irremediablemente nos tropezaremos y caeremos.

Que el auto nunca arrancará cuando estemos intentando escapar.

Los clichés del género, que conocemos todos los adeptos al cine de terror.

Un día (habré tenido 13 o 14 años) vimos Cementerio de Animales,  y mi vieja me comenta que el libro, de Stephen King, era mucho mejor que su adaptación al cine. No lo recuerdo con claridad, pero seguramente dudé de que un texto escrito pudiese asustar tanto o más que las imágenes de una película. Había que comprobarlo. Y así empecé a leer libros de terror.

Primero los que tenía mi vieja en casa (varios de Stephen King, Robin Cook e Ira Levin), luego los clásicos (Drácula, Frankenstein), siguiendo con los grandes maestros (Lovecraft, Poe, Hawthorne), para después ya leer cuanto libro cayese en mis manos, casi en forma adictiva, sean del género que sean.

Las historietas vinieron después. Aunque siempre me resultaron fascinantes, aprendí a apreciarlas de grande: el ritmo narrativo, la sucesión de imágenes, los “supuestos” que no se muestran entre una viñeta y otra y que uno debe crear…

Combinan perfectamente las imágenes del cine con los textos de la literatura. Pero tienen, a su vez, códigos propios.

Mis cuentos son, en realidad, guiones para historietas transformados en relatos. Respeto los típicos clichés del cine de terror, cuento en palabras un poco de lo que sucede… y el resto lo dejo a criterio y creatividad del dibujante (cuando son guiones) o del lector (cuando los transformé en relatos).

Y eso, lo de la libertad de criterio y creatividad por parte del receptor es, a mi manera de ver, lo más lindo de leer cómics o literatura (quizás por eso me molestan tanto las largas y pesadas descripciones victorianas).

Poder imaginar y llenar huecos con la propia inventiva, el mejor ejercicio de todos.

 

 

Nacho Yunis; Santa Fe, 1976.

Dibujante y diseñador gráfico.

Recuerdo el espanto (y el morbo) que me causaron ciertas películas que ví de chico en la tele (LA MOCA, 1958; EL HOMBRE ELEFANTE que, si bien no era de terror, recuerdo el pavor que me causó el maquillaje usado por John Hurt interpretando a John Merryck... me dejó atónito-, y otras) No podía evitar abrir los dedos cuando me tapaba la mano... me asustaba, pero DEBÍA seguir mirando.

Lo mismo cuando leí los primeros cuentos de Poe (o ciertas escenas -ya adulto- de LA CARRETERA, de Cormac McCarthy): no podía dejar de leer y debía llegar a terminar el capítulo o el libro.

Durante gran parte de mi adolescencia, con unos amigos, sólo alquilábamos VHS de terror, misterio o suspenso; vimos muchas porquerías, pero soy de creer que todo alimenta (y el juntarnos, ir al videoclub en bicis, elegir y ponernos de acuerdo, pedalear de vuelta a mi casa, hacer unas pizzas y mirar la elegida, ya de noche, era un hermoso ritual, hoy ya perdido, que espero no olvidar nunca)

Leí toda CREEPY que cayera en mis manos, así como gran parte de los comics de terror o similares que estuvieran a mi alcance.

Disfruto de la inquietud que me provoca el género, de sus recursos narrativos (distintos y no tanto en el cine, la literatura y el comic)

Viví varios años en España, hace ya 6 que volví para estar más cerca de mi familia; vivo y trabajo en Santa Fe, de diseñador gráfico y dibujante.

 

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