REALITY SHOW. Por Daniel Medina.

09 Oct 2017
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Ilustración, by Lucien Raven.




Ahora me toca hablar a mí, la espantapajeros. Es-pan-ta-pa-je-ros, lindo apodo me pusiste, tendrías que verte en un espejo ahora, puta coneja desollada; aunque la del apodo no fuiste vos, a vos no te sube agua al tanque para esas cosas: lo que tenés de putita lo tenés de pelotuda. Fue uno de los otros, lo sé. Para ellos, y para vos también, mantener los personajes la primera semana fue sencillo; pero a mí no me engañaron, ni por un segundo. Yo no soy tonta, yo miro televisión. Y yo me había estudiado todos estos programas, horas y horas frente al televisor, por eso se me hizo tan fácil desenmascarar a cada uno, los obsesivos, los calculadores, lobbystas, los agresivos, los ocultadores, los fanfarrones… está el personaje para ganar y el personaje real, que tiene los colmillos a flor de piel; está el que busca la cámara, centrar en él la atención, con los riesgos que eso implica, con séquitos a favor y en contra, y están los de perfil bajo, los que atraviesan el juego, (porque al fin y al cabo este es un juego,¿ no?) casi sin notarse hasta que se acerca la final y uno se da cuenta de que estaban ahí y que si han llegado hasta ese momento es porque tan malos no deben ser. Y ganan, por lo general estos cagoncitos ganan. ¿Y cuál fue el mérito? Jugar a las escondidas. Es  injusto, una mierda. Apenas te vi, me dije ésta se va a ir rápido, porque es súper falsa, es demasiado obvio, no puede ser que solamente yo me dé cuenta; pero está claro que los otros no se dieron cuenta.  

Cada mueca, cada movimiento torpe dentro de estas paredes, todo los delataba. Teatro, puro teatro, pensaba y al mismo tiempo me preguntaba quiénes se estarían comiendo esta farsa, si mi vecinita monja que tanto me odia estaría diciendo qué lindo chico el Juan Manuel y que piba más correcta la Vanina, y mirá qué comprometido e ingenuo ese zurdo miserable, que es algo que dirían en realidad todos. Por ejemplo, ese personaje de zurdito comprometido fue un error. Este país es de fachos, de gorilas mal cogidos y está bien que así sea. No me voy a olvidar nunca de ese discursito que dio al segundo día: se paró en la mesa, como un gran orador, como si fuera a hacer la revolución, y nos gritó que éramos ratones de laboratorio, que esto no es como la vida misma, sino que la realidad son los que se cagan de hambre, los que tienen menos que nada y nos pidió que abramos los  ojos, el muy culeadito con su discursito demagogo nos pide eso a nosotros, que pasamos a ser los malos de la película, o al menos los pelotudos de la película, lo que es peor porque del malo uno siempre se acuerda, pero de los pelotudos no, o sí, quizá uno se puede llegar a acordar, pero nunca identificar. ¿O a vos te gustaría ser Forrest Gump? Corre putita, corre. Correr sí te gustaría.  

Fue patético como vos y los otros buscaban llamar la atención, convencer a los de afuera que estaban por propósitos nobles. Hay que ser cararrotas. Juan Manuel que hablaba de pavimentar la villa Democracia. Ese es mi sueño, recuerdo que dijo, mirando directo a una de las cámaras, poder ayudar a esa pobre gente. ¿Vos te imaginás a este niño de mamá, a este oligarquita mamero, en medio de la Villa, cuando se le nota que nunca salió del country? Cómo puede alguien creer que un cholito se puede preocupar por los pobres. Y él dale que dale con ese discursito, con un aire de superioridad, de limpieza, como si no pudiera ser tocado por la mugre. Pose de chico respetuoso, casi asexuado, el niño ideal que toda madre quiere para que su hija se case.  

En un lugar tan católico como éste, ese hijo de puta jugaba por el primer premio.  

Y los engañó a todos, a todos menos a mí. Fue la mirada, pequeños gestos acaso imperceptibles, no más de un segundo, pero ahí estaba el brillito de la hijaputez, del garca en su salsa. Yo lo conozco bien, porque desde chiquita que papá le mentía a mamá y volvía borracho o drogado y pedía disculpas, pero pedía disculpas con esa mirada, con la mirada del que  disfruta de cada malicia, del que las piensa con detenimiento y las oculta, del que ya está planeando su próxima movida. Esa misma mirada también la tenía Viviana, Vivi, o Pedro, la verdad es que nunca supe muy bien cómo llamarlo. No importa cuánto maquillaje, cuántos kilos de silicona tengan encima, bastan dos segundos para que todo se derrumbe. Siempre me dieron asco, no son de este planeta, debería haber un lugar especial para esa gente, algo así como Travestilandia, donde todos los cachos del mundo estén encerrados y felices. Pero claro, esto es televisión y un subnormal así no podía faltar, por supuesto que no, dispuesto a ganarse el favor  de los de su raza, los raros, los raritos y el de los progres, los pobres progres de este país que se golpean el pecho hablando a favor de la integración, pero ya viste cómo se puso el zurdito hipócrita cuando le grité puto aquella noche, se puso como loco, histérico y le transpiraban las manos y las limpiaba en esos pantaloncitos espantosos que dice son de los artesanos, pero para mí que los saca de las pulgas, que a su vez los sacan de una fabrica llena de bolivianos encadenados a sus máquinas, meta coser, todo el día encerrados, casi como nosotros, sólo que en el anonimato.  

Es la desesperación, sí, solo una persona loca puede prestarse a algo así, firmar a ciegas un contrato y entrar a esta casa, feliz.  

No des asco. NO DES ASCO. Esas fueron sus palabras, lo último que me dijo Papá, yo ya estaba afuera, y el vomitó esas palabras y cerró la puerta, sin darme tiempo a responderle nada y eso que yo estaba orgullosa, ellos no, por supuesto que no, todos mis hermanos con lo mismo. Primero no me creyeron, otras de tus mentiras, dijeron, no te crece más la nariz porque es imposible; hasta que llegaron los sobres y después fueron los productores a hacer tomas y esas cosas, y recién entonces lo aceptaron, los boluditos se dieron cuenta de que era verdad, pero ni así me apoyaron; solo hablaban bien de mí cuando la cámara se encendía (es increíble cómo nos trasforma esa puta máquina)  Te llevan porque necesitan una mascota y yo les decía que eran unos envidiosos chupapijas de cuarta conchudos inútiles que lo único que saben hacer es cambiar gomas de autos o cortar carne. Yo empecé como cajera de la carnicería, pero después mi viejo decidió… recuerdo que lo dijo en una cena en la que estaban las tías, navidad, era navidad, y él dijo la Romina nos ahuyenta los clientes, no puede seguir en la caja… o aprende a cortar carne o se va a la mierda, ya tiene 21años y nadie en esta casa va a comer de arriba. Y yo aprendí, no solo aprendí, sino que dejé aflorar un talento oculto para cortar la carne, trozarla y me convertí en la Maradona de las carniceras. De eso ya te habrás dado cuenta, conchuda bipolar: con el cuchillo no me gana nadie.  

Era obvio que buscaban estereotipos, pero yo no creía o no quería creer que había un guión, pensé que el juego iba a ser limpio, me comí eso de nosotros no nos metemos, que todo era un experimento y que ellos solo se iban a limitar a mirar, mostrar y nada más, pero luego empecé a sospechar que de alguna manera se comunicaban. ¿Sino cómo me explicaba esos conflictos surgidos  “espontáneamente”? todas las semanas, más o menos había algo como para atrapar, causar suspenso, alimentar las tripas del dios rating con situaciones baratas, que yo vi mil veces en novelas. No me vas a decir que ese amorío entre vos y Juan Manuel no estaba armado. Debo admitir que el que me descolocó fue el baboso de Carlitos. Le creí cuando se presentó como un machosaurio y pensé que lo encerraban acá para que se arme su festín, le habrán dicho, Fuckboy hacé lo tuyo, si te traemos es  para que saques tu pija gigante. Y le metió nomás con Mariana, Paula y creo que con Yésica también con esos tristes gatos tuneados. Polvo y fuera. Fuera de la cama y fuera de la casa.  

Todo arreglado, sino mirá la primera gala de nominación. Misteriosamente quedamos yo y la Mariana, que lo único que tenía para ofrecer era un culito de photoshop.  Ya mi imagino las publicidades: la Bella y la Bestia; culobonito vs nalgastristes (en el secundario me llamaban así, creo que fue el mejor apodo que tuve). Y de pronto la sorpresa en la votación telefónica: le rompí el orto a Mariana. (Entre vos y yo: creo que tuvimos suerte en que ella fuera la primera en irse. Esa chica estaba mal de la cabeza: sólo una estúpida psicópata puede ponerse una blusa de invierno azul con rayas blancas y una pollerita a cuadros naranja y roja). Y después le gané a las otras dos perras garchadoras del infierno. Ése fue el error, jugaron mal: esta sociedad no puede admitir que tolera a las trolas. Lo gracioso es que es probable que ahora ellas nos estén viendo y piensen (aunque la palabra “piensen” es una exageración) qué suerte que nos fue como la mierda.

Carlitos le dio a las tres. Para mí era uno de esos tipos que no le hacen asco a nada, un machosaurio nato, por eso le creí cuando me dijo qué yo era linda (no le creí lo de “linda”, pero sí que me quería dar), era la primera vez que me lo decían y hasta me hizo un masaje en los hombros y sus manos me rozaron por acá y ese día al fin entendí eso de mojarse entera, que escuché tantas veces a mis compañeras en el secundario. Sentía que al fin me iba a tocar.  

Jamás en mi vida tuve tantas ideas cochinas juntas. Al comienzo pensé en las cámaras, pero después ya no pensé, dejó de importarme que los demás supieran, que ustedes me escucharan y quedamos en encerrarnos en el ropero, donde ningún ojo llega, y hacerlo, iba a entregar mi flor ahí, pero cuando llegué en ropa interior, (porque habíamos quedado que yo iba a entrar en ropa interior a su cuarto y que en ese momento Juan Manuel  y los demás iban a estar en otra parte, ya que él iba a arreglar eso) entré como una burra, con el camisón de Mickey Mouse -lo más erótico que tenía- y él estaba en la cama, sin remera arriba y la sábana le tapaba sólo hasta la cintura… ya había visto a mis hermanos sin remera y hasta desnudos, pero esto era otra cosa. Sacate el camisón, me dijo, ¿no nos íbamos a meter en el ropero?, le pregunté, acá nos van a ver todos, le dije y entonces él hizo un guiño, como los que hace James Bond cada vez que se va a coger una mina, entonces me hizo sentir una mega porno star y me ordenó de nuevo que me saque todo y yo dije bueno, que papá y mis hermanos me disculpen, y dejé caer el piyama, y ahí estalló una  carcajada, que por momentos sigo escuchando, que todavía persiste en mi oído junto a ese grito que dio: salí de acá bagayo, que se me pudra la pija si te toco. Y agarré el camisón y apenas salí ahí estaban ustedes,  a las risotadas, ni siquiera Juan Manuel pudo sostener su personaje y corrí a mi habitación y me encerré y lo único que escuchaba era la voz de mi viejo, no des asco.

Dónde te quedó la risa, putita, ahora te quiero escuchar reír, cara de alpargata mojada.

Lo del guión lo comencé a sospechar unos días antes de que pasara esto. Empecé a desconfiar en la segunda semana, cuando todos de la nada se pusieron en mi contra, tenía que ser que venían órdenes de afuera, y que yo, con mi cara de víctima, debía estar dispuesta a interpretar mi rol. Me devanaba los sesos pensando cómo se comunicaban y quién había recibido las ordenes de afuera. No hay teléfonos ni Internet, nadie puede ni entrar ni salir de la casa, ¿entonces cómo? Algún celular, tenía que ser eso, la otra posibilidad eran pasadizos secretos, una que otra pared movediza, ni siquiera tenía que ser un lugar muy grande, bastaba un pequeño recoveco para dejar un papel. Busqué doble fondo en el botiquín, los roperos, ese fue el día que rompí el espejo, que todos ustedes dijeron es tan fea la espantapajeros, pobrecita, que no soporta verse a un espejo. Pobre espantapajeros, fue la primera vez que escuché el apodo y salió de tu boquita de fresa, princesa. Pobre, las pelotas. Yo nunca le tuve miedo a los espejos, vamos a ver si vos tenés los ovarios para mirarte en uno ahora.  

Fue la cuarta semana, creo, (sí, porque ya los tres gatos se habían ido) yo estaba lavando los platos y ustedes jugando al pool, cuando empecé a escuchar las voces. Primero como un murmullo lejano. Pero uno o dos días despuésel susurro indescifrable se convirtió en una voz clara y amigable: “Espantapajeros, dijo, Espantapajeros…” Yo me quedé dura, casi se me cae un plato. ¿A mí?, pregunté. ¿Hay otra Espantapajeros en esta casa?, retrucó la voz. No, la verdad, que no, le dije. Me mandó callar, me dijo que escuchara y entonces me habló del complot que ustedes habían tramado en mi contra. Dijo que como no me podían hacer echar por el voto telefónico me iban a boletear. Dio detalles, me convenció. Es hora de contraatacar, dijo y luego se silenció. ¿Era Dios? ¿El diablo? ¿Me estaba volviendo loca? No, yo me di cuenta en el acto: eran los productores, los fucking guionistas que habían encontrado una forma de emitir ondas direccionadas en una determinada frecuencia para que sólo sean escuchadas por una persona. Yo había visto algo así en el Discovery Channel, un canal del que se aprende cosas muy útiles.  

Ahora que me acuerdo “Espantapajeros” no fue el único apodo que me pusieron. Empezaron a burlarse todo el tiempo para obligarme a renunciar, tal como dijo la voz. Se parece al “tío cosa”, habías dicho vos ese día, te escuché clarito. Ojalá, si tuviera el pelo así, al menos no se le vería la cara, gritó el zurdo. Es chuwaca, chuwaca, boluda, el de la guerra de las galaxias, dijo el travesti, con su voz de camionero. No, la protagonista del exorcista, se prendió el niñito bien de Juan Manuel, aunque después recordó que tenía que seguir con su personaje y dijo no hay que burlarse, che, pobre, lo que debe ser vivir con esa cara. Escuché todo, me encerré en mi pieza y estuve a punto de llorar.  Fue entonces que las voces volvieron. Te están arrinconando, quieren que renuncies, si no te vas hoy, mañana a la noche intentarán matarte. Lo tienen todo planificado. Tienes que contraatacar.  

Yo no sabía cómo, pero las voces me guiaron.  

Primero Carlitos. Lo agarré cuando salía de la ducha, la toalla en la cintura, el torso desnudo y mojado (hice un esfuerzo para no babear). Cuando me vio parecía un gladiador sorprendido y  asustado, después cobró ánimo y se abrió la toalla, que se me pudra la pija si te toco, dijo de nuevo, y yo okey, Carlitos, como quieras, y te juro que no tuvo tiempo de ver el cuchillo ni de estremecerse porque el tramontina pasó una sola vez y él se quedó mirando al piso, mirando cómo su viborita –ya no parecía tan grande- se retorcía y permaneció mudito; lo único que tenías de bueno lo acabás de perder, le dije y hubieras visto los ojos de nada que puso y dijo puta, pero no lo gritó ni nada, fue más bien un susurro, un susurrito resignado y luego resbaló con su sangre y cayó al piso, duro, seco, los ojos bien abiertos ya sin poder mirar. El zurdito y Juan Manuel fueron más fáciles, es como si yo hubiera tenido un don especial para aniquilar personas. Al zurdito lo degollé, le di el gusto de ser un mártir, pero lo de Juan Manuel fue en cámara lenta,  porque el tipo se tocó las tripas y notó la sangre y empezó a salirle la mierda, las vísceras y las observaba y no terminaba de comprender, parecía preguntarse: ¿Y ahora no iré a Harvard?  

La vida es una mierda, creo que al menos eso lo entendió antes de desplomarse.

Pedro –o Vivi, o lo que sea- sí me costó un poco porque me vió venir enchastrada en sangre y entendió, pegó un gritito, un gritito a lo Twity, bien de putito reventado y después dijo, no, espant… (se ve que quiso decir mi nombre, pero no se lo acordaba) y corrió un par de metros y se lo ensarté por atrás, pero no se caía, seguía corriendo, debe ser verdad eso que dicen de los travestis, que tienen doble fuerza, la del hombre y la mujer, porque recién a la quinta vez se detuvo y pude cortarle el cuello.  

Quedabas vos. Estabas acostada en el sofá, con tus auriculares puestos y no te habías dado cuenta de nada. Vamos a dar un espectáculo que nunca olvidarán, me dije. La venganza tenía que ser lenta, para prolongar el rating. No te clavé el cuchillo, pero te golpee la cabeza tan fuerte que te desmayaste y te di patadas hasta que me dolieron los pies.   

¿Ya contaste cuántos dientes te faltan, putita?  

Bienvenida al mundo de las feas. Tu nariz se ha roto en varios pedacitos, tus  ojos parecen recién martillados y te falta la mitad de la oreja derecha porque te la arranqué con mis propios dientes. Tu pelo ya no arde porque ya no tenés pelo, parecés Freddy Krueger, un bicho ingoogleable, una abominación de Dios. Ningún albañil volverá a gritarte cosas como mamita te parto en dos o vení que te hago un papa nicolau con la lengua. Como mucho dirán que alguien se olvidó de cerrar las jaulas del puto zoológico.  

Bienvenida al mundo de las feas. Cualquiera pagaría por no verte. Y lo más gracioso es que todo el mundo te está viendo, seguro tenemos el mejor puto rating de toda la historia de la televisión, y las personas deben estar diciendo pobrecita, qué lástima, pero en el fondo están conmigo: no hay nada que guste más que ver a una puta reina ardiendo en la hoguera. Mañana los diarios tendrán nuestras fotos. Hablarán de esto un día, meses y luego tu nombre se empezará a evaporar junto al de tus amiguitos, se convertirán en un grupo, los recordarán como los chicos aquellos que fueron rebanados en vivo y directo, víctimas de la sociedad, mártires de la televisión basura. Pero a todos los tragará el olvido. Morirás sola, escondida en un puto sótano y nunca serás tapa de la revista Gente.  

Bienvenida al mundo de las feas, yo habito en él desde que nací.



En palabras del autor, Daniel Medina:


Odio  el terror. Tanto en la literatura como en el cine. Lo odio. Tengo una explicación racional: me parece el género más previsible de todos.  Los géneros son eso: estructuras casi rígidas de producir sentido.  Cuando se respeta esa estructura,  se produce una novela o una película más o menos aceptable y decente; también una olvidable.  
Pero esta es la explicación racional, la que repito para tratar de convencerme. Porque lo cierto es que cuando voy al cine soy de esos que pega saltos en la butaca. Eso, tan predecible, sigue siendo espantosamente efectivo. Y ese efecto dura días.
Ahí radica mi fascinación por el género: que aunque sepa cómo surgirá el monstruo, y en qué momento, igual voy a dar un salto en la butaca.

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