Adactylidium. Por José Moscovich.

14 Oct 2017
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Ilustración, by Teke Teke.

ADACTYLIDIUM


Ana estuvo en un estado de tensión constante. Dormía poco. No descansaba como debía. Apenas si comía.

Malo.

Malo para los niños.


-¡Bueno, bueno! ¡Pero qué sorpresa! – decía el ecografista, un mes atrás – Los felicito, no es un niño… ¡son dos!


Al quinto mes de embarazo, Ana tuvo una pérdida. Mucha sangre.

Me asusté. La llevé con urgencia al hospital.

La pasó mal. Realmente mal.

Casi muere de una hemorragia.


  • Es él, Jorge. Uno de los niños que llevo dentro… intentó… matarme.

  • ¿Pero qué estás diciendo, Ana? ¿Te volviste loca?

  • Jorge, tenés que creerme, uno de los niños…

  • ¡Ni una palabra más, Ana! Estás desvariando. Tratá de descansar. Recuperate. Cuanto antes lo hagas, antes volvemos a casa.


Ana estaba huraña, y su comportamiento era extraño.

De a momentos se golpeaba el vientre con las palmas de las manos, furiosa; de a momentos lloraba y lo acariciaba.

¿Había enloquecido?

Casi no me dirigía la palabra, y si yo la forzaba a hablar, estallaba.


  • ¡Es que no entendés nada! ¡Nada! ¡Y no puedo contar con vos!


No confiaba en mí.

No confiaba en nadie.

Y su estado era cada vez más preocupante. Comía poco y nada. Estaba flaca. Flaquísima.

Y pálida.

Temí por su vida, y por la de los niños.

Sin su consentimiento, consulté por mi cuenta al médico.


  • Tendremos que internarla, Jorge- dijo el médico.- En este estado no llegará viva a la fecha de parto, y si llega, no creo que lo resista.

  • ¿Y entonces… qué pasará con ella? ¿Qué pasará con los bebés?

  • Trataremos de estabilizarla, recuperarla un poco. Si logramos normalizar un poco esa anemia y esa debilidad… cesárea… y los niños a incubadora. Es la única opción. La única posibilidad. Para ella y para los niños.

  • De acuerdo, doctor.


Y ahora Ana está en el quirófano.

Sobrevivió al octavo mes de gestación, pero ya no tiene más fuerzas.

Van a operarla de cesárea, y el doctor accede a que yo presencie la cirugía.


  • Prometeme que lo vas a proteger, Jorge. Prometeme…

  • ¿A quién Ana? ¿A quién tengo que proteger?

  • A nuestro niño… nuestro hijo… prometeme que lo vas a proteger del otro… del niño malo… el niño maldito…

  • ¡Tranquilizate Ana! Estás desvariando otra vez… concentrate en respirar…

  • ¡Pro…. Me…. Teme… lo…! ¡Pro…. Me…!

  • Está bien, amor, te lo prometo. ¡No te vayas, por favor, no te vayas! ¡Ana, amor! ¡Por favor! ¡Oh, Dios!...


Ana respira por última vez. Una hemorragia más acaba de matarla.

El médico saca a los bebés por la incisión en el vientre de Ana.

Presiento que algo no está bien.

No miro a los niños, no quiero hacerlo.

Sólo miro al médico, y veo horror en su semblante.

Recién entonces observo a los niños.

Uno de ellos, el niño malo, está tratando de ahorcar al otro con todas sus fuerzas, con sus pequeñas manitos embadurnadas de sangre materna.


FIN


En palabras del escritor:

Mi nombre es José Moscovich, tengo 40 años y soy de Santa Fe. Me desempeño como guionista de cómics para Grünendör Ediciones, editorial de historietistas independientes que creamos hace 5 años y medio.

Grünendör va destinado principalmente a un público adulto y joven, por lo que mis guiones casi siempre se mueven entre los géneros policial, terror, ciencia ficción y fantasía heroica.

Mi vieja era fanática de las películas de terror. Ya a mis 12 o 13 años me sumé a su causa, y nos veíamos una a la noche, en VHS alquilado, casi todos los fines de semana.

No recuerdo cuál fue la primer película de terror que vimos juntos, pero sí recuerdo que a partir de ahí no dejamos de hacerlo. Yo me inclinaba más por las películas “slasher” (las del asesino que persigue a sus víctimas y las va matando de formas retorcidas y originales, como Halloween o Martes 13) y ella era más fan del “gore” (mucha sangre, muy violentas, y generalmente de bajo presupuesto), pero disfrutábamos juntos de cualquiera, con tal que fuera de terror y la viésemos juntos.

Y así compartimos La Mosca, El Resplandor, Poltergeist, Un hombre lobo americano en Londres, Hellraiser, Re-Animator, La Niebla, Alien, Christine, El Ansia, Los chicos del maíz, Scanners, Pesadilla en lo profundo de la noche, La matanza de Texas, Tiburón, La Profecía, Carrie, Gente detrás de las paredes, El enigma de otro mundo y otras tantas que ahora mismo no recuerdo, y también, por supuesto, cuanta película del director italiano Darío Argento apareciese por el videoclub, del cual mi mamá se consideraba ferviente seguidora.

Y así, de tanto ver, fui aprendiendo cosas sobre el  género de terror en el cine: que quienes tienen sexo en las películas mueren inevitablemente asesinados; que las mujeres más bellas sobreviven hasta el final; que los monstruos son casi inmortales y cuando parece que ya todo terminó en realidad no están muertos.

Que no es buena idea irse a vivir a una casa donde asesinaron a alguien, y menos aún ventilar el sótano, si lo tiene.

Que nunca hay que mirarse al espejo, porque la imagen reflejará un monstruo detrás nuestro.

Que si corremos por un bosque con un asesino siguiéndonos, irremediablemente nos tropezaremos y caeremos.

Que el auto nunca arrancará cuando estemos intentando escapar.

Los clichés del género, que conocemos todos los adeptos al cine de terror.

Un día (habré tenido 13 o 14 años) vimos Cementerio de Animales,  y mi vieja me comenta que el libro, de Stephen King, era mucho mejor que su adaptación al cine. No lo recuerdo con claridad, pero seguramente dudé de que un texto escrito pudiese asustar tanto o más que las imágenes de una película. Había que comprobarlo. Y así empecé a leer libros de terror.

Primero los que tenía mi vieja en casa (varios de Stephen King, Robin Cook e Ira Levin), luego los clásicos (Drácula, Frankenstein), siguiendo con los grandes maestros (Lovecraft, Poe, Hawthorne), para después ya leer cuanto libro cayese en mis manos, casi en forma adictiva, sean del género que sean.

Las historietas vinieron después. Aunque siempre me resultaron fascinantes, aprendí a apreciarlas de grande: el ritmo narrativo, la sucesión de imágenes, los “supuestos” que no se muestran entre una viñeta y otra y que uno debe crear…

Combinan perfectamente las imágenes del cine con los textos de la literatura. Pero tienen, a su vez, códigos propios.

Mis cuentos son, en realidad, guiones para historietas transformados en relatos. Respeto los típicos clichés del cine de terror, cuento en palabras un poco de lo que sucede… y el resto lo dejo a criterio y creatividad del dibujante (cuando son guiones) o del lector (cuando los transformé en relatos).

Y eso, lo de la libertad de criterio y creatividad por parte del receptor es, a mi manera de ver, lo más lindo de leer cómics o literatura (quizás por eso me molestan tanto las largas y pesadas descripciones victorianas).Poder imaginar y llenar huecos con la propia inventiva, el mejor ejercicio de todos.

En palabras del ilustrador, Teke Della Penna:

soy un entrerriano que vive en mza,tengo 36 años y recientemente edité un libro de ilustración"180" con Andrés guerci y Paula Casciani.

Hace unos años Mi primo Alejandro Me dijo " esa canción es de la peli de Stephen king"...la canción era "pet semetery" de Ramones.Acto seguido,veo el libro homónimo en sus manos,a modo de préstamo.lo que vino fueron 4 días casi sin dormir (eran vacaciones)...todavía recuerdo el respeto que que le tome a los gatos desde ese momento...

Después vendrían clásicos como poe y el maldito Lovecraft...pero mi primer amor fue kong,larga vida al KING.

Pueden seguir mis trabajos en mi web TEKE DELLA PENNA

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