Monstruos en la noche. Por Edu Nuñez Sandoval.

15 Oct 2017
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Ilustracion, by Aylen Peralta.

MONSTRUOS EN LA NOCHE


Las luces se apagaron en la habitación y la puerta por fin se cerró, las muñecas coloridas tomaron un tono grisáceo al contacto con el brillo de la luna, el oso de peluche quedó oculto entre las penumbras de su esquina habitual, el vestido de princesa ondeó ligeramente al son de la brisa de la cálida noche de verano.

En la cama, ella giró sobre sí como de costumbre, acomodándose, dejándose ganar lentamente por el sueño luego de una tarde de aventuras y juegos.

La pequeña abertura debajo de la puerta dejó de filtrar los últimos brotes de luz de la casa. Por fin todos se habían ido a dormir.

Por fin podía salir.

La puerta del armario se abrió muy lentamente, evitando cualquier sonido, cualquier sospecha. Cuando por fin consiguió espacio suficiente para atravesar la puerta, comenzó su marcha sigilosa esquivando juguetes y cuidando que sus patas golpearan los rollers, el cubo de rubik y otras varias chucherías tiradas, pero como siempre, por más cuidado que tuviera, alguna media suelta se le terminaba pegando en las ventosas de uno de sus  tentáculos.

Llegó por fin al lado de la cama, se escabulló debajo de ella para evitar ser visto, evitando que sus garras arañaran el piso de madera y así despertar a la inocente dormida.

Llegó al otro extremo y vio el cielo desde la ventana, unas nubes a la distancia traerían lluvias y tormentas, pero él ya se iría antes de eso.

Se levantó lentamente, abriendo sus fauces y mostrando los afilados dientes, el único y enorme ojo la observaba. Acercó uno de sus tentáculos hacia ella y dando un paso al costado, no se percató del patito de goma hasta que lo pisó.

La niña se despertó y vio a la criatura que tenía ante ella, sus ojos se agrandaron ante la sorpresa, aspiró ligeramente y se abalanzó ante él en un suspiro de alegría.

Se abrazaron.

La pequeña miró a la bestia que tenía frente a sí y no podía dejar de expresar su emoción, se bajó de la cama cubierta con su pijama de dinosaurios y empezó a saltar, riendo inocente. Él se balanceaba a su lado, gesticulando en sus fauces algo que debía significar también alegría.

Desde que la conoció, la niña no hablaba mucho, pero si era muy expresiva y su mirada en ese entonces le demostraba una felicidad muy extraña, una felicidad sincera y cálida. Nunca supo cómo se formó esa amistad tan rápidamente y en cómo ella nunca tuvo miedo de él, nunca desde aquella primera vez.

Como miles de veces lo había hecho, entró a la habitación una noche no muy diferente a aquella en la que estaban, con una luna inmensa asomando por la ventana, se escabulló entre las sombras de la habitación, olfateó el ambiente libre de humanos y avanzó cuidadosamente. La vio moverse en la cama, emitiendo pequeños sonidos, se acercó y extendió sus tentáculos, la sombra que crecía envolviendo a la niña y ella se percató.

Se levantó de la cama y se vieron por primera vez.

Él, mostrando sus fauces, sus colmillos, sus garras. Su ferocidad.

Ella, con lágrimas en los ojos y una mirada que se iluminó.

  • ¿Vi… Viniste a… Viniste a matarme? Por favor… Matame  – dijo ella

No tenía más de 6 años.

Sus lágrimas comenzaron a brotar con mayor intensidad, pero eran, sin dudas, lágrimas de alegría.

El monstruo no pudo comprender, no supo cómo reaccionar, cerró su enorme boca llena de afilados dientes y se quedó mirándola. Ella seguía allí, con esa mirada suplicante, con los ojos rojos esperando en desenlace final, el cuerpo tieso ante la incertidumbre… y esa sonrisa de esperanza.

Esa noche el monstruo se quedó con ella, ella no dijo nada más, y él, que no emitía más que gruñidos y sonidos guturales, tampoco dijo nada.

Estuvieron esa noche uno al lado del otro, mirando la luna a través de la ventana, recostados en el suelo hasta que ella se quedó dormida.

El monstruo la levantó, la acostó en la cama, la tapó y volvió cuidadosamente al armario, la miró una vez más y desapareció.

De aquella noche habían pasado 2 años.

Había vuelto una decena de veces, todas las que pudo solamente para ver a su pequeña amiga. Ella, siempre que despertaba, lo recibía con un abrazo. Otras veces él solamente se quedaba allí, silencioso, vigilante, como un guardián protegiendo a su cría mientras dormía.

Esa noche estaban jugando, siempre en silencio. Él disfrutaba verla animada, su fuente de alimento dejaron de ser los gritos desde que la conoció, desde entonces él se alimentaba de su sonrisa, esa sonrisa dulce que ella mostraba al verlo, esa sonrisa inocente y dulce.

Y la ventana se abrió de un fuerte golpe.

Los vientos intensos de aquella lejana tormenta estaban ya muy cerca. ¿Cuánto había pasado? Pensó el monstruo, ¿varias horas? No, no hacía mucho que había llegado, había calculado mal el tiempo y aquella tormenta estaba ya próxima.

La miró y notó en sus ojos el miedo. El terror.

Una pequeña luz se iluminó por debajo de la puerta y ella dio un salto y se metió a la cama, se cubrió con toda la manta hasta la cabeza y el monstruo la vio convertida en un ovillo gigante de mantas y edredones.

Trató de cerrar la ventana antes de que fuera tarde, pero no lo logró ya que inmediatamente escuchó el picaporte de la puerta girar. La puerta se abrió y una sombra entró a la habitación. El monstruo se ocultó detrás de un estante lleno de juguetes.

La sombra avanzó hasta la ventana, atajó las ondeantes cortinas y cerró la ventana. La tranquilidad había vuelto a la habitación.

Sólo por un momento.

El monstruo estaba en alerta, vigilante, atento a cada detalle y comenzó a sentirlo, las palpitaciones de la niña, su pulso acelerado bajo la pila de mantas. La sombra estaba allí, quieta, mirando por la ventana sin hacer nada. El monstruo miró a la cama cuando lo oyó.

Un sollozo. Algo andaba mal.

La figura se giró en dirección a la cama. Se acercó a la niña, la miró allí envuelta en edredones, se sentó a su lado y la destapó.

  • ¿Estás bien? – se oyó decir a aquella sombra.

El monstruo sigilosamente fue saliendo de su escondite, pues ya no lograba ver lo que acontecía. Se ayudó con los tentáculos y fue escalando la pared, avanzando lentamente. Afuera, el viento soplaba con mayor intensidad y oía el golpeteo de las ramas unas contra otras, se veían las primeras gotas de lluvia caer.

Y un rayo iluminó la habitación.

Su enorme y único ojo vio entonces aquella lágrima rodando en la mejilla de la niña. La enorme figura estaba tumbada en la cama, casi sobre ella, sin dejarla moverse, las fauces de aquella criatura devoraban su sonrisa, sus garras rasgaban todo su pequeño cuerpo.

La bestia emitía gemidos de satisfacción al alimentarse de la pequeña y el monstruo, estupefacto, miraba allá pegado en la pared como una lagartija sin entender cómo podía suceder tal atrocidad.

La niña se agitaba lo que podía, pero su propio miedo la paralizaba y la bestia, con sus enormes garras la sostenía. Sus fauces recorrían el rostro de la pequeña, su cuello y su vientre.

Aquella bestia se detuvo.

El monstruo entonces escuchó.

  • Por favor… Por favor papi… No, papi… Duele.

Pero aquella bestia no le hizo caso, no supo que pasó ni qué hacía, pero esa bestia empezó a gruñir de una forma suave y extraña y se abalanzaba lentamente.

Y allí lo vio de nuevo. La niña inmóvil, mirando al monstruo en la pared fijamente, con aquella sonrisa de esperanza, rogando acabar con aquel sufrimiento. Aquella sonrisa que lo cambió y decidió convertirlo en su protector. Vio como sus labios comenzaron a formar palabras invisibles, que no emitieron sonidos, pero que él las recordaba perfectamente:

Por favor… Matame

La ira se apoderó del él. Saltó de la pared al suelo decidido a atacar, se abalanzó contra aquella bestia horrible con las fauces y garras extendidas y lo atravesó.

El monstruo cayó del otro lado de la cama haciendo un ruido seco. Se levantó decidido y volvió a atacarlo, otra vez atravesándolo y chocando esta vez contra la pared. No entendía que pasaba.

El monstruo comprendió.

Aquella bestia era un adulto. Y él no tenía poderes contra los adultos, los adultos no ven ni sienten a los monstruos.

Sin importarle el monstruo decidió atacar otra vez y otra vez y otra vez y otra vez… en vano.

Pasaron unos minutos y aquella bestia se levantó luego de un gemido intenso, le tiró una tela a la niña que estaba inerte en su cama, aun sollozando.

  • Límpiate – le dijo.

La niña extendió un brazo y tomó la prenda con un dibujo de un castillo y una princesa de larga cabellera en una ventana y la usó para limpiarse.

Afuera, la tormenta había terminado, el viento soplaba sin tanta fuerza y la lluvia se hizo más afable.

El monstruo estaba agitado, impotente y cansado debajo de la cama. Su enorme ojo estaba humedecido. Por primera vez sentía lo que eran las lágrimas.

La niña se tumbó a un lado y dejó caer una mano al suelo y él se acercó, lo olfateó y con uno de sus tentáculos, la sostuvo.

La bestia se había ido.

Rato después la niña y el monstruo estaban sentados uno al lado del otro, mirando la luna a través de la ventana, sin decir nada, recostados en el suelo con el lomo contra la cama y allí estuvieron hasta que ella se quedó dormida.

El monstruo la levantó, la acostó en la cama, la tapó y volvió cuidadosamente al armario, trató de entender, siendo él un monstruo, cómo podían existir criaturas más aterradoras, cómo podían habitar bestias más salvajes, cómo podían haber peores monstruos en la noche.

La miró una vez más, entró al armario y desapareció.




En palabras del escritor, Edu Nuñez Sandoval:

Todos tienen un tío buena onda y culto o con suerte un padre que lo impulsa a uno a la lectura, bueno, ese nunca fue mi caso. Así como en el (subjetivo) buen gusto por la música, nunca tuve un mentor que me dijera qué leer o qué autor seguir, si vamos al caso de chico no era de leer mucho, sí veía mucha tele, MUCHA TELE.
Hay cosas que a uno lo marcan y para mí fue Constantin Demiris, o más bien quizás el primer libro que leí por motus propio: Más allá de la Medianoche de Sydney Sheldon, la forma tan detallada de pausar una historia para contar el origen de un personaje desde cero y que todo ese recorrido lo lleve a uno a ser como es, formar a ese personaje y entender el porqué de cada cosa de su pasado le da un sentido y una lógica a por qué es como es.
¿Qué tiene que ver todo esto con el terror? Bueno, quizás no mucho, quizás demasiado. Así como dije, ese libro me llevó a otro y otro y otro y paré de contar, así también la televisión, los dibujos animados, los comics, las películas que vi de chico; me gustaba imaginarme mis propias series y aventuras, así descubrí un día que me gustaría recrear esos mundos.
La vida fue pasando y terminé la carrera de cine y artes audiovisuales, estudié teatro y actué en otras varias, realicé algunos cortometrajes y escribí algunos guiones y cuentos cortos con la esperanza de algún día ponerme las pilas y terminar lo que sería un libro (o varios, hay muchas ideas en el tintero). Desarrollar historias es algo que me fascina, pero más que nada es crear personajes, buscarles una situación y que ellos se desenvuelvan según sus experiencias y vivencias ficticias. Leí de todo y fui desarrollando un estilo en base a cada cosa, toda ficción puede llegar a ser lo suficientemente real si el escritor logra plasmar aquello que tiene en mente y sabe transmitirlo al lector.
Aquí llegamos al terror, o más bien al suspenso, o al thriller, o al acto de contar una historia. Monstruos en la Noche no es una historia verídica, pero al mismo tiempo lo es. Es algo que pasa, y llevarla al papel fue algo que me chocó mucho, pero al mismo tiempo me sentí satisfecho por el resultado. Un experimento, uno de varios cuentos del mismo estilo. A veces los monstruos de las películas nos asustan, nos quitan el sueño un par de noches y luego la vida sigue, te olvidas. Pero hay monstruos en la vida real que son peores que hombres lobos o vampiros, que asustan más que zombies o momias, esos monstruos llamados humanos.
Y son esos los monstruos que dan más miedo.
Por cierto, me llamo Edu Núñez, me gusta el cine, los comics, los juegos…. Y escribir.


En palabras de la ilustradora, Aylen Peralta:

Cuando era chica, los cuentos de terror de Elsa Bornemann me dejaban sin dormir, descubrir a Poe fue toda una revelación. Luego internet me hizo llegar los creepypastas y mi relación con el terror se volvió casi placentera.
Sin embargo, han pasado ya unos años y sé que ningún tipo de lectura se compara al ser mujer, lesbiana, y tener que volver sola a casa de noche. Entonces sé que lo que acecha es otra cosa y puedo sentir el terror en carne propia.

Pueden seguir mis trabajos en mi FACEBOOK e INSTAGRAM.


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