CEMENTERIO DE MUÑECAS. Por Gerardo Van Junker.

22 Oct 2017
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Ilustración, by Nahuel Mieres.

CEMENTERIO DE MUÑECAS


–Vos hijita tenés que hacerme caso y cumplir como mandamiento divino esto: ¡Nunca jugar cerca de la ruta! No me gustaría que tengas el mismo fatalismo que nuestro querido Gage.

La nena lo miraba con sus ojazos negros e inocentes comprendiendo poco. Orlando sin embargo insistía en tratarla como a una adulta, a pesar de sus cortos años de edad.

–¿Fuiste a saludar a tu mamá o no fuiste a saludar a tu mamá? Mirá que la madre de uno es sagrada. –dijo apuntando a la puerta que da al patio.

Ante el comentario paternal, la pequeña Gage interrumpió su fiestita de té, agarró a su muñeca Martha y encaró al fondo. Entender, entiende poco, repito, pero ella sabe que al levantarse su padre tiene que ir al altar a venerarla. No la conoció, ni siquiera mamó de ella, pero su madre está ahí. Orlando la obligó a adoptar la rutina y convertirla en una procesión.

Gage no habla y podría pasar como muda. Se para frente al rectángulo del ataúd en donde ve el rostro. Su madre se mantiene bella y radiante como lo era en vida.

Después de un rato vuelve a la fiestita de té hasta que Orlando la llama a desayunar. Ambos se sientan en la mesa, toman mate cocido con un chorrito de leche y ven la tele. En realidad, el aparato está rebobinando el video cassette; al llegar al tope automáticamente hace play y la función comienza.

Una familia llega a su nueva casa, al costado de la ruta. Un morocho y una rubia bajan del auto, se abrazan. ¿Te gusta la casa?, pregunta el morocho, Sí, responde la rubia y lo besa. Tienen dos hijos, la niña corre a una hamaca improvisada con una rueda y la madre libera al bebé del asiento para andar sin restricciones.

–Mirá ahí está Gage, hija –dice después de tragar el mate cocido que le quema la lengua y la garganta.

La película sigue y ellos desayunan. La niña termina de desayunar pero no puede levantarse hasta que termine la cinta, ese es otro de los mandatos divinos/despóticos. Luego ella puede levantarse e ir a terminar la fiestita.

Todas las fiestitas terminan igual: Gage hace que la muñeca tome su último sorbo de té. Le da un beso en la frente y la abraza. Mientras lo hace busca el cuchillo grande como haciéndose la sonsa. El frío del metal contrasta con los deditos tibios, indicando su ubicación. Gage lo empuña, agarra por la cabeza a la Martha y en un endiablado movimiento degolla de una sola vez a la muñeca.

Luego finge llorar por la Martha (igual que con la Julia, la Violeta, la Marisa, entre otras decapitadas) y mueve sus manitas recordando a un adulto destrozado que pregunta ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!?

–Debes enterrar a los tuyos –dice Orlando imitando un tono español latino mientras observa satisfecho la escena protagonizada  por su hija.

Gage se recompone, agarra a la degollada de la mano y la arrastra al patio. Después va a la piecita del fondo y busca la pala en forma de corazón. Por último, vuelve a buscar la cabeza. La patea y el control de su pie sería envidia de muchos futbolistas argentinos.

En el patio empieza la cansadora tarea de hacer el agujero en la dura tierra para la caída en desgracia. Está un rato largo hasta que el padre la llama a almorzar.

En el almuerzo otra vez la misma rutina: mudos ante la misma película. Cuando termina la película, ella se levanta y continúa su tarea.

Cuando el pozo es lo suficientemente profundo, empuja el cuerpo con la pala y patea la cabeza. La tierra cierra un ciclo. Palada tras palada, la tierra se acaba y nunca alcanza.

–Ahora vamos a dormir la siesta.

El padre acuesta a la nena, saca la novela y hace como que lee. Voltea las páginas solo para aparentar, el libro ya no es necesario porque la leyó tantas veces que las palabras están grabadas en lo más oscuro de su psiquis.

Los párpados de la nena se cierran con peso y demoran en abrirse; cabecea y se reincorpora varias veces hasta que cae derrotada sobre la almohada.

La pequeña Gage sueña con caramelos rojos, se chupa los dedos pegoteados y vuela con el cuchillo cortando en dos las nubes. Sus sueños son así: Ella y su cuchillo.


Orlando la despierta. Ella abre los ojos y se asusta al ver la cara de la muñeca nueva pegada a su cara. Siempre era lo mismo, siempre la misma rutina. Esta vez la muñeca era colorada. Es lo que había en la juguetería, dice Orlando. Gage se mostró inexpresiva ante el color del pelo. Se va a llamar… Jimena...no ya tuviste una que se llamaba así… MariSa… no tampoco… ¡Ah, eureka! Sí creo que es el mejor nombre… Se va a llamar Daphne, se sintió un genio por ponerle un nombre tan complicado, a pesar de estar plagiando a una serie de televisión en la que la colorada tenía el mismo nombre.

La tarde entera Gage y Daphne tomaron el té y la tarde entera Gage quiso degollar a Daphne pero no tenía permiso para eso. Solo podía hacerlo de mañana.

Orlando estaba preparando la cena. Peló las cebollas, luego las papas y por último las zanahorias; iba a buscar la olla cuando pisó una cáscara y resbaló. Al escuchar el ruido, Gage se levantó y fue a ver qué le pasó a su papá.

Tirado, sin conocimiento, Orlando parecía un muñeco o al menos eso pensó Gage. Lo vio y una sonrisa se le aventuró en la carita, sacó el cuchillo de su pantalón y se acercó a su papá. Le tocó el hombro para ver si reaccionaba y al no tener respuesta, con el cuchillo le cortó el cuello. Después se fue a dormir.

Al amanecer, cavó un agujero en el patio y arrastró el cuerpo. Pateó la cabeza pero era más dura que las cabezas de sus muñecos y eligió arrastrarla de los pelos. Por último sacó el vhs de la película y trajó la novela de la pieza.

Tiró el VHS en la fosa y con el libro en mano, imitó al autor de la novela que cuando hizo el cameo en la película ofició de sacerdote en el entierro. Al terminar de jugar arrojó el libro, levantó la primera palada de tierra y miró la cabeza de Orlando:

–Debes enterrar a los tuyos, papi. –dijo y lo sepultó.

FIN




En palabras del escritor, Gerardo Van Junker:

Mi primer acercamiento al terror fue en cuarto grado. Iba a un colegio católico y un día nos dijeron que no viéramos una película que pasarían esa noche en la tele. Las maestras no entendieron que los niños tenemos una fascinación por lo prohibido. Esa película era "La noche del demonio". No pude dormir.

Al crecer miraba películas de terror porque había perdido el miedo y me entretenía adelantarme a los sucesos. "Ahora aparece el asesino", "ahora la chica que corre se cae" y así.

Sólo volví a sentir terror cuando vi "Cementerio de animales" la película adaptada de la novela de Stephen King. Ya era padre de una niña y el paralelismo entre Gage y ella fue inevitable.

El terror es un género bastardeado pero es la forma primigenia de advertir el peligro a los demás. Contar una historia e introducir un monstruo, una representación de los miedos propios y colectivos, eso es el terror.



En palabras del ilustrador, Nahuel Mieres:

Nunca tuve una afición directa con el género de terror, como la mayoría de las personas mi aproximación con el mismo ha sido a través del cine. Descarto totalmente subgéneros como el gore, o películas de directores como Dario Argento,que nunca pude soportar a más de diez minutos de exposición,pero como en todo aspecto de la vida, existen excepciones, si puedo rescatar algunas películas del maestro Stephen King, como Christine o Cementerio de animales o el clásico "El Exorcista" de William Friedkin del año 1973.

Mis preferencias han sido más por historias de ciencia ficción, aventuras, temas bélicos, clásicos o novelas de corte histórico. Mi experiencia en el arte de la ilustración y la historieta ha sido siempre en el ámbito de mi Provincia, Tierra del Fuego, más precisamente su capital Ushuaia,Publique durante algunos años tiras diarias en "El Diario del Fin del Mundo" y otras publicaciones similares y realice trabajos para empresas de turismo como Museo Marítimo de Ushuaia o el Tren del Fin del Mundo.



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