En medio de la crisis, un merendero se sostiene con más voluntad que recursos

Primero iban seis niños, ahora son 34 los que buscan una taza de leche, mate y algo de pan, en la zona sudeste de la ciudad.

28 Jun 2018
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Ayer, como casi todos los días, Mercedes salió a recorrer el barrio para pedir pan, el que después servirá en la merienda del día.

“Si no me donaban el pan, hoy ponía de mi bolsillo”, comentó con naturalidad la mujer de 48 años que está a cargo del merendero Virgen de Urkupiña, que funciona en barrio Siglo XXI a pocos metros de la Escuela Elsa Salfity.

A fuerza de voluntad y determinación, Mercedes Díaz transformó la tristeza en solidaridad e hizo de la tragedia un acto de entrega hacia los demás.

En marzo de 2017 su vida cambió rotundamente a partir de la muerte de su esposo, Alberto Omar Yapura.

“Él era una persona única, un excelente padre de familia, se animaba a trabajar de cualquier cosa, se deprendía de lo poco que tenía”, recordó Mercedes y contó que tenían un sueño en común: ayudar a los chicos del barrio.

Cuando la muerte irrumpió en el hogar de los Yapura-Díaz y se llevó al padre de la familia, la mujer sintió cómo el mundo se venía abajo. Pero tardó tan solo diez días en levantarse empujada por el deseo de cumplir el anhelo que tenía junto a su difunto esposo.

En marzo del año pasado, el merendero comenzó a dar alimentos a seis niños de la zona, los que con el tiempo se hicieron 34, que llegan con sus madres a buscar una taza de leche, mate o té; a veces hay tortillas, a veces tiras de pan, pero Mercedes casi siempre se las arregla para darles algo. Y si alguno necesita ropa, calzado u otras cosas, ella hace lo imposible por conseguirlo.

Desde Finca Independencia, barrio Democracia, Gauchito Gil, Siglo XXI y Norte Grande llegan a tocar la puerta de su casa para buscar algo de comer. “Ella sabe la situación de cada mamá, nos conoce a todas”, afirmó Marta Casimiro antes de llevarse una jarra con mate y leche para los cuatro nietos que tiene a cargo.


Mercedes fue a buscar algo adentro y volvió con un paquete de leche materna para el más pequeño de seis meses. “Yo estoy contenta con lo que hace ella”, dijo Marta y antes de retirarse le sugiere que le avise si es que sabe de algún trabajo por la zona.

“La situación está muy fea, pero no le aflojo”, comentó Mercedes, quien dijo que día a día junta “las monedas” para poder llevar a cabo la tarea que realiza.

La mujer a cargo del merendero está desempleada, pero se las arregla para que a los chicos del barrio no les falte para comer. “Es que yo sé lo que es no tener”, dijo.

De la tragedia a la esperanza

La vida de Mercedes comenzó a cambiar cuando su hija mayor tuvo un terrible accidente que puso en peligro su vida.

El trágico hecho ocurrió hace siete años, mientras su marido aún vivía y la joven iba en moto. Tras un siniestro vial terminó con politraumatismos, golpes en todo el cuerpo y coágulos en la cabeza.

En medio de la desesperación, la pareja recurrió a la fe en la Virgen de Urkupiña para pedir por la salud de su hija y se prometieron hacer algo por los más necesitados. De ahí el nombre que tiene el comedor.

Pero todo dio un vuelco aún más grande, cuando todavía sin poder cumplir la promesa hecha a la Virgen, Beto tuvo una muerte súbita. En ese momento empezó la titánica tarea que realiza a diario Mercedes.

Dar lo poco que se tiene

Una casa con techo de chapa y bloques de ladrillo es el lugar donde funciona el merendero. Ante los fuertes vientos y el frío propio de esta época la dueña de casa decidió repartir la merienda para que cada familia la tome en su propia casa.

“Tengo miedo que el techo se vuele por el viento”, confesó Mercedes, quien comenzó a descubrir su vocación solidaria cuando trabajaba de voluntaria en una guardería en Finca Independencia.

Con lo poco que tiene consigue que a los chicos no les falte el alimento. “Ahora tengo 34 hijos”, comentó. Y añadió que se alegra cuando cuenta que muchos le dicen “ma” o “mamá” o mami”. “Ellos me levantan el espíritu”, dijo.

La mujer dio a conocer que en poco tiempo le cortarán la luz, ya que adeuda dos meses. "Pero si un día no consigo para la merienda de los chicos es un día en que me siento muy mal”, afirmó.


Por eso sale a pedir a negocios o a particulares los insumos necesarios para brindar la merienda a los chicos ya que no recibe ayuda de ningún organismo gubernamental ni de ningún particular.

Los fines de semana prepara bolsones con pan o con fruta para repartir en cada una de las casas de las familias que asisten a su merendero. “Es algo que siento y a la vez mis hijos también aprenden de esto”, dijo.

Una vida compartida y un sueño en común

Para Mercedes mantener en pie el merendero a pesar de las dificultades es una forma de mantener viva la memoria de su esposo.

“Cumplí un sueño, el sueño que tenía él y es una manera de agradecer a la Virgen lo que ella hizo por nosotros”, dijo la mujer, emocionada al recordar a su difunto marido.

Beto había cumplido 50 años cuando falleció. “Pasamos toda una vida juntos, yo tenía 16 años cuando nos conocimos y él 19”, dijo y afirmó: “yo sé que me ayudan desde el cielo, sigo por la fuerza de ella y la de él”.

Sobre su esposo, la mujer relató que “él sabía lo que era sufrir, fue lustrabotas, de chico iba a juntar las verduras que desechan en el mercado”. Y estas necesidades fueron las que formaron en el interior de la pareja las ganas de ayudar a los demás.

Seguir adelante

“A veces quiero bajonearme; pero no me voy a permitir caer”, expresóla mujer, que le hace frente a las dificultades en el día a día y cuya vida se ha transformado en una verdadera lucha.

“Quiero sentirme útil, hay gente que está peor que yo”, añadió, con firmeza para confirmar su deseo de “que esto funcione para que los chicos siempre tengan algo para llevar a la boca”.

Ahora, el próximo desafío para Mercedes es conseguir una pantalla grande y un proyector para que los chicos puedan ir y ver películas durante las vacaciones de invierno.

“No voy a bajar los brazos, como sea voy a hacer para salir adelante”, concluyó.


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