En Salta, el 13% de las embarazadas son adolescentes

En estudio de la Universidad Nacional sobre las embarazadas que concurren a los centros de salud muestra situaciones alarmantes.

21 Ago 2014
1

LA PROFESIONAL. Mónica Elena Couceiro. FOTO LA GACETA/ DANIEL MEDINA.

La investigación empezó en 2012 y aún no concluye; pero los datos que se pueden extraer son suficientes como para generar una alarma:

- El 13% de las embarazadas son adolescentes. 

- El 70% de las embarazadas que se controlan en centros de salud de Salta Capital no trabaja ni busca trabajo.

- De las que están ocupadas, la mayoría está en servicio doméstico o es empleada de comercio.

- De todas las empleadas domésticas, el 90% está en negro.

- Casi el 80% de las empleadas de comercio también está en negro.

- Hay una epidemia de sedentarismo: en las escuelas salteñas el 30% de los niños tiene sobrepeso.

- En Salta, una persona gasta dos dólares y medio por día para comprar alimentos.

Estos son algunas de las observaciones que se desprenden de una investigación que 18 profesionales realizan en la Facultad de Salud de la Universidad Nacional de Salta y que concluirá recién en 2015. El estudio se centra en la seguridad alimentaria en los hogares, es decir la capacidad de las mujeres embarazadas de poder adquirir los alimentos que necesitan tanto en cantidad como en calidad.

Para esto se enfocan en las embarazadas que concurren a los centros de salud de la capital. Un grupo del proyecto se ocupa de la evaluación del estado nutricional objetivo, a partir de datos bioquímicos, clínico. Otro estudia la ingesta en profundidad para determinar el consumo de micronutrientes, vitaminas, minerales. Y el tercer grupo se centra en el análisis de factores socioambientales de la mujer y de su familia: qué favorece u obstaculiza que puedan adquirir los alimentos requeridos.

El proyecto dura cuatro años y empezó en el 2012. Ya analizaron la situación de las zonas norte y oeste de la ciudad.

La investigadora

Mónica Elena Couceiro, profesora de Ciencias de la Salud de la Unsa a cargo de esta investigación, explicó a LA GACETA que para medir la accesibilidad tuvieron que tomar los valores promedios del dólar por año y convertir los ingresos a esa moneda, para poder comparar lo que alguien ganaba en 2012 con lo que percibe ahora. “Estudiamos los grupos de alimentos prioritarios que la gente compra, la forma en que los compra, y encontramos condicionantes económicos bravos en las 230 mujeres que aceptaron ser parte de esta investigación. “Uno de los limitantes es que la mujer no siempre concurre al control como debiera, con la frecuencia adecuada”, dijo y detalló que de esas 230 mujeres el 70% no trabaja ni busca trabajar.

La experta señaló que investigaron la percepción que tiene la mujer sobre su seguridad alimentarias, es decir si ella considera que su alimentación y la de su familia está en riesgo o no. “El 60% considera que tiene algún grado de inseguridad, la mayoría leve. Ese grado de inseguridad no siempre tiene correlato con lo que después les pasa. Y es un factor no independiente de su nivel de instrucción: es decir que las mujeres que más escalaron en la educación son las que más se dan cuenta de que tienen problemas. No son las que están mejor, sino que son las que tienen más capacidad para darse cuenta de lo que les pasa”, especificó Couceiro. Para la profesional esto es muy importante: el nivel de instrucción es uno de los factores ambientales que más condiciona lo negativo, desde el estado nutricional de ella hasta el del hijo al nacer.

“La instrucción dispara el umbral de alarma. Por eso la importancia de que los Estados inviertan en educación. Después de haber estudiado durante ocho años los nacimientos en el Nuevo Hospital del Milagro, teniendo en cuenta factores biológicos como sociales, confirmaron que el factor educacional influye mucho más. “Tener una baja estatura, tener una ganancia inadecuada de peso durante la gestación aumentaba el riesgo de que el chico fuera desnutrido en dos veces o dos veces y medio; pero el bajo nivel de instrucción aumentaba 40 veces la probabilidad de que el niño fuera desnutrido”, sentenció.

Los estudios realizados también prueban que si una mujer tiene un bajo nivel de instrucción pero es captada de manera temprana (antes de la semana 12 de gestación) el proceso puede ser regularizado.

El contraste

Aunque no forma parte de esta investigación, LA GACETA consultó a Mónica Elena Couceiro sobre el posible incremento de obesidad en los infantes. La profesional confirmó que hay una epidemia de sedentarismo y que en las escuelas se encuentra a más chicos con sobrepeso que a chicos con déficit de peso.

La epidemia de sedentarismo se debe a los nuevos hábitos: los videojuegos, la televisión, la computadora. Un chico se pasa horas frente a una pantalla. Se alimentan y no gastan energías. La obesidad se relaciona de manera directa con enfermedades crónicas no transmisibles, como hipertensión arterial, diabetes. “Mientras más joven se da la obesidad… si te da en la niñez es casi seguro que te da en la edad adulta”, dijo y luego analizó que no es lo mismo la obesidad de la pobreza que la obesidad de la gente que no es pobre.

“La obesidad en la pobreza es más que nada a expensas de hidratos de carbono de baja calidad y grasas saturadas… Muchas de las mujeres se alimentan a base de azúcar y pan, es más se postergan en sus comidas para que coman bien el marido y sus hijos. Subsisten con mate tortillas. A lo mejor son obesas y anémicas al mismo tiempo, porque no consumen carnes.

Comentarios