De Francia a Salta: el muralista que revolucionó las paredes

Julien Guinet llegó a la provincia y marcó un camino. Explica sus influencias, brinda detalles sobre su trabajo para museos y confiesa que no vuelve a pasar por una calle donde pintó porque no le gusta ver sus errores.

18 Jul 2015
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EL ARTISTA. Guinet habla de sus futuros proyectos. . FOTO LA GACETA.

No puede parar de pintar. Literalmente. “Te voy a responder mientras pinto, si no hay problema”, dice Julian Guinet, al periodista de LA GACETA, mientras con un marcador negro continúa realizando puntos en un dibujo, sobre su mesa. En su taller, rodeado de pinturas, latas de aerosoles, lápices y fibras, y más pinturas, el artista francés que marcó un antes y un después en el muralismo salteño realiza esta entrevista casi sin levantar la vista de su nueva obra: un cuadro que debe presentar a la brevedad en Tucumán y que él analiza con una disconformidad constante.

Guinet llegó a Salta en 2006, por casualidad. “Venía de vacaciones, por un tiempito, seis meses, que es bastante en realidad, porque tenía una novia francesa en Córdoba, y después me separé de ella, me vine para acá, y una amiga me presenta una chica, y me terminé casando con esa chica. Por una mujer básicamente”, dice. Su mano no para de marcar pequeños puntitos en la obra.

Lo primero que le impresionó de Salta fue el peso de la religión. “No es que sea raro, pero me parece muy exagerado a veces toda esta parte del catolicismo. Yo lo veo como muy exagerado… cómo explicarte esto… para alguna gente todo tiene que ver con la religión, mucha gente no se hace cargo de las cosas, dicen bueno, si Dios quiso que las cosas sean así. Eso me marcó un poquito. Me parece que… no es una crítica a la gente católica, sino esta cosa avasallante, cómo ponen los parlantes en la ciudad, no sé, a esa cosa no estaba acostumbrado, pero me acostumbré. Allá, en Francia no hay tanto esto de que todo tiene que ver con Dios. No es una crítica. No soy anticatólico, para nada”, aclara.

A veces pinta unas diez horas por día. En algunas ocasiones más, en otras menos. No es algo sistemático, jamás como un horario de trabajo. Es una necesidad, cuyo origen se le ha vuelto infechable. “Yo dibujo desde siempre. No me acuerdo cuándo empecé realmente, ni la primera vez. Siempre dibujé. Pero cuando llegué a la Argentina, tenía que hacer algo de mi vida, en Francia trabajaba en Mc Donalds, pero acá no quería hacer eso, entonces aproveché para vivir de esto, que nunca lo había hecho, no profesionalmente, sino que fue así, como hobbie. Acá, dije, está bueno, una oportunidad de hacer algo que no hacía en Francia. Por suerte me fue bien”, dice.

El 20 de setiembre pisó Salta por primera vez. Las paredes tenían poco para decirle en ese momento. “La verdad es que cuando llegué no había –toma distancia de la mesa y mira desde varios ángulos el cuadro; sigue disconforme- la gente no trabajaba con aerosol acá. Creo que fui uno de los primeros en trabajar con aerosol. Ya había murales, obviamente, había más de la onda clásica, y sí, estaba bueno, pero era como muy clásico, eso me parecía. No había tanto, como para hablar de movida, era muy tranquilo.”



- ¿Creés que tu llegada marcó un antes y un después en el trabajo de muralismo en Salta?

- No sé si marcó un antes y un después. Alguna gente cree que sí. Lo único que hice acá fue traer acá algo que ya se hacía allá, en Buenos Aires, ya había empezado en Córdoba también. Acá todavía no había arrancado, pero lo único que hice fue traer una estética quizá un poco distinta, de por sí no podría hacer otra estética… lo que el muralista Jesús Flores está haciendo acá, él pinta con toda esa onda de los indios, y la historia, de la cosa autóctona, yo no podía venir con esa temática, iba a ser un robo, entonces vine con lo mío, hice lo que hacía en Europa y mucha gente se sintió identificada de alguna forma, porque quizá no es que se querían olvidar de sus raíces, pero querían ver cosas nuevas. Y yo creo que fue más nuevo en ese sentido, aporté una estética, una imagen que la gente no estaba acostumbrada a ver. No revolucioné nada. Pero sí después de eso mucha gente se animó, jóvenes salieron a hacer murales, por ahí ellos la veían como una estética vieja lo que hacía la otra gente y no se animaban a probar y por ahí cuando vieron la estética que yo hacía se sintieron más identificados.

Vuelve a alejarse de lo que está pintando y se nota que se detiene a pensar, a seleccionar las palabras que en castellano le permitan redondear la idea: “yo crecí en Francia, pero con la gente de mi edad tenemos muchas cosas en común, la cultura, la televisión, veíamos los mismos dibujos animados, a 15 mil kilómetros de diferencia veíamos las mismas cosas, entonces, eso fue para mí aportar algo que la gente quería ver y hacer y por ahí no se animaba. Me parece, yo tengo la sensación, que en Salta a veces la gente no se anima sola a hacer las cosas, al menos en la pintura. Falta que alguien empiece. Ya había internet en esa época, alguien lo podría haber visto y empezado, pero no fue así”.

- ¿Cómo fue pasar de las paredes a un museo?

- Fue complicado, como que la pared te da más libertad, es más grande y tratar de llevar lo que uno hace a un formato más reducido, es mucho más complicado, es otra onda, no sé si es más complicado, pero hay cosas que no las podés hacer un cuadro que en la pared sí, pierde mucha fuerza la obra, tenés que hacer otro trabajo porque lo mío es la pared. En Francia ya había hecho graffitis, pero no había hecho más que uno o dos bastidores- dice y acota, ya encorvado sobre la mesa, volviendo a pintar -. Entonces era un ejercicio al que no estaba acostumbrado. Las primeras muestras eran un poco de todo, iba probando. Como soy autodidacta, no estudié en la escuela, después un poco como que me arrepentí un poquito. Al comienzo como que me gustaba esa onda de aprender solo, pero después me arrepentí porque creo que si vas a una escuela y son buenos los profesores te ahorrás mucho tiempo, aprender algo solo te lleva, no sé, seis meses , cuando el profesor capaz que te lo dice en dos minutos. Esa cosa me faltó quizá, para trasladar lo que hacía en la pared al bastidor. Eso fue lo complicado.

- ¿Quién te influenció, quién te hizo pintar como pintás?

- Uno va viendo muchas cosas. A principio era más graffiti, todo con aerosol, pero voy mezclando muchas cosas. Acá el artista que me inspira mucho es Felipe Catalán, él es de origen boliviano, pero vive en Salta hace 40 años o más. Él me inspira mucho, es muy interesante. Después uno se nutre de lo que va viendo. Lo que te decía recién de internet, uno consume muchas, muchas imágenes, toma algunas cosas, desechas otras. Hay mucha influencia de lo que es Francia. Hace poquito hice una señora con una onda más autóctona, más del norte, pero atrás hice más graffiti. Eso es lo que vendría a ser yo en este momento.

No realiza sténciles. “No es que no me interese, es que me gusta mucho el dibujo, me gustan todos esos trazos, esos errores, que el esténcil no te permite hacer”, explica. También dice que en la Argentina nunca tuvo un problema con la policía; en Francia, sí. “Al principio pintaba de noche, pensaba que era ilegal, y un día empiezo a pintar de día y la policía se acercaba a charlar. Así que me dí cuenta que era una pelotudez pintar de noche. Ahora que pusieron más cámaras la policía viene, tomas los datos, pero pasa nada más”, dice. No pinta con permiso. Siemplemente ve una que parece algo abandonada, o que ya ha sido ocupada por otros, y se suma. “Si son edificios del gobierno, no te dicen nada, incluso mejor para ellos. Además muchas son paredes abandonadas. En la palúdica pintamos mucho, empezamos sin permiso y después hablamos con la directora y nos dijo que estaba todo bien, siempre y cuando no hagamos algo pornográfico. Tratamos de agarrar lugares sucios, que ya tengan pintura”, indica. 

No le molesta la idea de lo efímero del mural: algo que está ahí y se degrada y desaparece con rapidez. La idea de lo efímero incluso parece gustarle. “El mural es efímero de por sí. La pared se va a deteriorar sola o por la ayuda de alguien. Eso se sabe; pero no me molesta mucho. Me pasa mucho que en mi trabajo, no estoy como muy atado a lo que hago. Si vos me decís tenés que quemar todas tus obras, las quemo, porque no me importa. Me va a dar lástima porque vivo de eso, pero más que eso no. Una vez que considero que ya está terminada una obra, ya está, aprendí de ellas, aprendí alguna técnica, pero ya no me importa. Y creo que eso tiene la pared, una vez que está en la pared ya no es tuya, si la gente la quiere cuidar que la cuide. A mí me gusta el hecho de pintar, pero no tengo tanto sentimiento hacia mi pintura, sino que es una necesidad: pintar, pintar, pintar”, dice, sin dejar de pintar, efectivamente, sin mirar al periodista. “Es eso… además no estoy nunca satisfecho con mi trabajo. Siempre veo muchos errores, entonces como que ese hecho, que sea efímero, me gusta porque llega un momento en que ya no veo la pintura más. Desaparecen los errores. Hay calles por las que no paso, donde pinto murales no paso más, para no ver los errores. O borro las fotos de mi computadora porque me molestan mucho”, concluye.

La entrevista termina. Se toma el trabajo de acompañar al periodista hasta la puerta del taller. Sigue con la fibra en la mano. Se nota que está ansioso por ir a terminar este cuadro: 

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