Poesía, horror y memoria, en la última dictadura militar

Kuky Teresa Leonardi habló de cómo era militar en los 70. Rememoró el ambiente universitario de la época y los momentos más duros.

23 Mar 2016
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FOTO LA GACETA

A veces las palabras se amasan con memoria, espanto y dolor. En 1985 Kuky Teresa Leonardi publicó un poemario escrito durante la última dictadura militar, dedicado a los amigos, colegas, que desaparecieron en esos años de plomo.

“Yo estaba en la universidad, había sido cesanteada. Cuando triunfa el lopezreguismo, nos cesantean a muchísimos profesores y auxiliares de la universidad en el año 74. Yo estuve trabajando en la gestión de Martínez Borelli, estaba en filosofía y aparte daba un taller de literatura. Entonces con el avance del lopezreguismo empezamos a ver lo que se venía pero jamás imaginamos esta masacre. Mucha gente se confió y siguió viviendo en Salta como si nada. Bueno, el rector Holver Martínez Borelli, que tenía un fuerte compromiso, con el grupo de Montoneros, se va a Buenos Aires, se oculta allí, y desde allí sale para Europa”, dice.

                     …De tanto fuego permanece el fuego

ni con dientes ni con balas muere el fuego

ni con mares se apaga su fulgor que atraviesa la historia. 

Llama que va de mano en mano de pueblo en pueblo

de mártires en mártires de hombre en mujer pasando

y volver{a ceniza el mundo viejo

el mundo de la usura del hambre y de la jaula. 

De la sangre Vertida en Palomitas nacen soles y banderas fraternas

nacen jóvenes bosques donde la ronda de los niños canta.

¿Lobo estás? Y responde la vida con fervor de muchacha

¡Se ha ido para siempre!


Dice que en el año 73 había una universidad extraordinaria. Era una universidad atravesada por las teorías de la liberación, que practicaba la pedagogía de Pablo Freire. En el año básico común de Humanidades se leía en el primer cuatrimestre Las venas abiertas de América Latina, se iba al cine y se debatían películas.



Toda mi tierra es una llaga viva

Fuego de luto el mar arenas andrajosas la llanura

grávido el aire de crímenes y llanto

El tiempo no tejió mantos de olvido

Vistió con más fulgor cada memoria

Desde sus bocas pasto de alhelíes

la muchedumbre de los muertos clama…

Después de ser cesanteada de la Universidad Nacional de Salta, en 1974, empezó a trabajar como maestra.

A los familiares y amigos les leía las noticias del horror, pero pocos querían creerles. Decían que los desaparecidos debían estar en alguna costa. “Yo andaba con los diarios en la cartera y les traducía. Acá hay campos de concentración, les decía. Era terrible, porque nadie creía nada, algunos se hacían los de no creer”, dice.

Los amigos se hacen escasos

en tiempo de desgracia

Encerrados detrás del miedo o la derrota

se disfrazan con trajes de época

para no ser reconocidos

El julio de 1976 se produjo la Masacre de Palomitas. Ella era maestra en una escuela primaria y salía de dar clases cuando se enteró. Recuerda así ese día: “Estoy saliendo de la escuela y entraba un grupo de maestras al turno tarde y un muchacho que me conocía y que la conocía a Goergina Droz y a varios que estaban en Villa Las Rosas, me dice... y entonces yo empecé a llorar pero en forma muy expresiva, gritaba, entonces la directora de la escuela me llamó y me dijo: "Teresa, esas expresiones que usted está teniendo por favor las guarda para otra vez. Aquí no puede ser que usted venga a hacer un escándalo por gente que han matado porque eran subversivos, que han intentado escapar".

Se sabía vigilada. “Recibíamos correspondencia de Francia y venía abierta. Eran revistas, libros, que hacíamos traer, pero venía todo abierto. Había infiltrados por toda partes. Incluso ahí, en la escuela primaria, la esposa de un policía la denunció por esa expresión de dolor que tuvo el día que supo de la los fusilamientos de Palomitas.

En cada lugar de trabajo, en cada aula de la universidad, en las asambleas, había infiltrados. "Yo recuerdo prácticamente durante dos o tres años haber dormido, semidormido durante todas las noches, escuchando alguna frenada de auto que golpearan la puerta, con mucho miedo de que me vinieran a buscar", dice

Callar hasta que el silencio

tenga la forma de una espada

Bajar a soledades donde sólo la oruga

te reconozca hermana

Y acumular exilio en tanto dure

este paisaje de final de época:

la grieta en la pared

el árbol de la lepra

la luz encadenada

todas las herramientas de la noche

que aceleran el parto de la mañana.

En 1982 conformó, junto a otros militantes, la asamblea permanente por los Derechos Humanos. yo junto con otra gente fuimos los que creamos esa asamblea acá. Recuerda que era tal el miedo que tenía su familia que decían cómo vas a ir, te pueden desaparecer. Kuky acepta que tenían miedo. Pero resalta: “el miedo era inferior a esa congoja y ese dolor que hemos sufrido por esa gente que queríamos tanto”. Había, por aquellos años, otro sentimiento que molestaba: la tristeza."Tengo una hermana que ya murió, que he querido mucho, que tuvo la desgracia de estar casada con uno que fue funcionario de Ulloa… un día viene a mi casa y me dice Kuky, por favor, vos tenés que ir por la calle con otra cara, porque se te ve muy triste por las calles. Toda la gente que va así es porque están disconforme con ellos. Vino a prevenir me que mostrara otra cara, queme pusiera una máscara, ¿te das cuenta hasta qué sutilea llegaba todo esto?

Clandestinos pozos de la vergüenza

donde los cuerpos hacinados yacen

Gorriones detenidos en mitad de su vuelo

soles súbitamente enfriados

secas libélulas que el viento descascara

y esparce en huesos leves transparentes.

“Incesante memoria” se publicó en 1985. Aún ahora, cuando lee esos poemas, el dolor quiebra su voz. Pero no la calla.

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