“El espectador espera que le mientan bien”

Murió el pasado martes, a los 96 años, una figura legendaria del teatro argentino. Aquí rememora los orígenes de algunos de los movimientos teatrales argentinos más relevantes y los avatares de los años más difíciles. También habla sobre la naturaleza del género. “Si el espectador no participa del juego, algo se está haciendo mal”, sentencia

24 Jul 2016
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Por Alejandra Crespin Argañaraz - Para LA GACETA - Buenos Aires

- ¿Cómo era el teatro en sus comienzos?

- Aparece como revolucionario en Argentina el teatro independiente. El puntal de todo este movimiento fue Leónidas Barleta creando el Teatro del Pueblo sobre la base del Teatro del francés, donde un grupo de entusiastas habían conseguido un teatro de la municipalidad que estaba en donde está ahora el Teatro San Martín. El teatro publicaba una revista muy buena; todos los intelectuales importantes de esa época estaban allí. Roberto Arlt, por ejemplo. Yo tenía en ese tiempo 16 o 17 años. Junto con el Teatro nuevo apareció un tipo de teatro más importante, diría yo. Había otros teatros, pero los teatros más importantes eran el Teatro del Pueblo, el Teatro La Máscara y el Teatro Juan B. Justo. Del Pueblo era comunista porque lo era Barletta; publicaba un diario que se llamaba Principios, Protesta, o algo así. El Teatro del Pueblo era un teatro realmente importante en la Avenida Corrientes; el Teatro La Máscara, en la calle Moreno. Todos se construyeron en lugares municipales. Pero cuando cambió el gobierno se acabaron los espacios municipales, y ahí fue cuando Barletta tuvo que dejar el Teatro del Pueblo y fundó el Teatro La Campana. Conocí a Shakespeare -una cosa es leerlo y otra cosa es verlo en la escena aunque no esté demasiado bien actuado- , y a todos los grandes escritores, en el Teatro del Pueblo.

- Hablamos del teatro y nos adentramos en la actuación, en la imaginación. ¿El teatro es un juego?

- Es completamente un juego, pero un juego sobre las bases de “vamos a jugar a que somos malos”, “vamos a jugar a que somos buenos”, “vamos a jugar a que somos malos y buenos”, y mientras jugamos estamos convirtiéndonos en otros seres. Si el espectador no participa del juego, algo se está haciendo mal. La gente que va al teatro saca las entradas con anticipación, a veces tiene que pasar frío, ocupa un espacio de su noche, espera, hace cola, se mete en el teatro, se sienta ¿y qué espera? Que le mientan bien, que ese juego que está allí lo jueguen bien y que ese invento la convenza que es cierto, y que el espectador forme parte de eso también. El hombre juega desde que es bebé. Lo que pasa es que vamos perdiendo la imaginación y el juego con la adultez.

- Las expectativas y los sueños de Carlitos, ¿las ve hoy realizados Carlos Gorostiza?

- Diría que sí, en términos generales, pero en los parciales diría que he cumplido algunas expectativas que no he tenido y que no he cumplido expectativas que tenía, porque con los años estas aparecen y desaparecen. Pero lo fundamental es la pregunta:¿valió la pena? Y subrayo que, hasta ahora, valió la pena.

- ¿Qué punto de contacto encuentra entre el teatro independiente y el teatro abierto?

- Hace poco en un programa de televisión dije que siento que el teatro abierto fue mi padrastro y el independiente mi madrastra. Son realmente mis padres porque tienen el mismo origen que la rebeldía. Cuando vimos lo que el público necesitaba, se llenaron nuestras salas, creció el teatro independiente y crecieron los autores, los directores, los actores. El teatro abierto fue lo mismo pero la rebeldía fue más profunda, porque la rebeldía del teatro independiente fue sobre la ignominia del teatro comercial y por eso es independiente, independiente de la mala costumbre y de la boletería. El teatro abierto se había prohibido.

- ¿De qué época estamos hablando?

- 1976, 1977, 1978, en la época de la dictadura militar Argentina. Un día íbamos a hacer una temporada en el Teatro Lasalle. Se reestrenó “El pan de la locura”, con un elenco muy lindo. Después dirigí “La Nona”, que fue un gran éxito, y otra obra mía, “Los hermanos queridos”. Pero no podíamos continuar, nos ponían bombas. Pero un día dijimos “no vamos a darles el gusto de que nos desaparezcan, que nos conviertan en pedacitos, vamos a hablar de cualquier cosa. Reunámonos una vez por semana.” La primera vez que nos reunimos éramos cuatro o cinco. Después nos reunimos en distintas casas, una vez por semana, hasta que apareció esa idea loca de hacer... Porque estábamos prohibidos en la Escuela Nacional de Arte Dramático, habían hecho desaparecer la cátedra de Autor Argentino, no existíamos. Lo que no imaginábamos es que no estábamos solos porque cuando salimos, cuando dijimos “vamos a escribir” todo Buenos Aires estaba esperándonos. El Teatro Picadero se llenó, era una fiesta, hasta que nos pusieron la bomba. Esa noche me llamó Chacho Dragun y me djo “Gordo, está quemándose el Picadero.” Fuimos al café, eran las cuatro de la mañana, y cinco o seis llorando. Al día siguiente a las 13 estábamos en Argentores unas 250 personas, entre autores, directores, actores. Llegaron ofrecimiento de teatros comerciales, 14 o 15 teatros. Elegimos el Tabaris porque estaba en la Avenida Corrientes y se dedicaba además a las mujeres que mostraban las piernas. A la semana o a los diez días pudimos estrenar porque tuvimos la suerte que cuando tiraron la bomba se quemó solamente el piso de la escenografía, que era minúscula. Entonces pudimos estrenar. Han pasado más de 30 años y aún los que no pudieron ir, porque son muy jóvenes, saben de qué se trata.

- Una época de censuras, triste para el arte y la sociedad toda.


- Quiero incorporar aquí algo. Cuando estrenamos una obra en 1948, fue prohibida porque el escritor era ruso. Tuvimos que luchar. En 1953 monté un espectáculo en donde está ahora el Teatro Colonial, una obra de un norteamericano contra la guerra que se llamaba “Enterrados están los muertos” . Cuando estaba por ser estrenada, llamaron de la municipalidad y nos pidieron el libro. Censura previa; nos llamaron y nos dijeron que no se podía hacer. Invitamos a que vengan a ver el espectáculo y vinieron. En 1967 estrené “La fiaca” y entre acto y acto se ponía música, “Aquí está la bandera idolatrada...” A los dos días del estreno vinieron dos señores, se sentaron y dijeron “Bueno, mire, le queremos pedir que usted cambie la música porque vino un general al estreno y no le gustó”. ”¿Qué pasa si les digo que no quiero hacer eso? “, les pregunté. “Mañana venimos, encontramos un caño roto y se suspende el teatro”, contestaron. Lo que vivimos desde 1983 en adelante, con gobiernos que me gustan y que no me gustan, es casi mágico para un tipo como yo, que tuvo que aguantarse tantas cosas tiempo atrás.

(c) LA GACETA

Alejandra Crespin Argañaraz - Periodista, profesora en Letras.

PERFIL

Carlos Gorostiza nació en Buenos Aires, en 1920. En 1949 estrenó su primera obra, “El puente”, considerada hoy como la iniciadora del moderno teatro argentino. Fue profesor en la Escuela Nacional de Arte Escénico de Buenos Aires, de donde será removido en 1976. Durante los años de la última dictadura militar su trabajo fue prohibido. Desde 1981 fue uno de los principales promotores de “Teatro Abierto”. En 1984 fue nombrado Secretario de Cultura de la Nación. Autor de más de 30 obras, con clásicos como “El pan de la locura” y “Los prójimos”, mantenía una plena vigencia. En 2015 tenía cuatro de sus obras simultáneamente en cartel en el circuito porteño. Ganó, entre muchos otros galardones, el Premio Nacional de Teatro, el Konex de Platino, el Premio Planeta de novela, el Premio Ñ a la trayectoria, el Gran Premio de Argentores y el Laurel de Plata del Rotary.

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