Independencia, libertad: palabras y algo más

Las raíces y el significado de estos términos nos ayudan a pensar en sus implicancias, sus contracaras y los riesgos que conllevan. El Bicentenario es una buena oportunidad para reflexionar con profundidad sobre el sentido de lo que celebramos y una buena forma de prevenir futuros extravíos.

23 Oct 2016
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Independencia… a 200 años de lograrla, como se lee en el Acta, “… del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, el término nos convoca. Con nosotros quedó la lengua de esa España imperial y, pese a los injertos y los cambios causados por el tiempo y por su calidad de “organismo viviente”, es el idioma que aun nos comunica con aquella “madre” y con sus otras “hijas”.

Independencia es la cualidad o condición de independiente, es decir de quien es autónomo y no tiene dependencia de otro. Pender es colgar, estar colgado. De allí, depender, estar colgado de; en tanto in es prefijo negativo, nos dice nuestra lengua abuela, el latín.

Al parecer, el primer uso geopolítico de la palabra independence data de 1776, con la Revolución de las colonias inglesas en Norteamérica. De origen latino, el término había llegado a Inglaterra con el francés de la conquista normanda, y tuvo su estreno en un texto inglés de 1640. El siglo XIX vería multiplicar su uso por casi todo el “Nuevo Mundo”: Haití proclama su independencia de Francia en 1804; y pronto siguen las colonias españolas: México, en 1810. Venezuela y Paraguay, en 1811; Argentina en 1816. En 1822 izan sus banderas Chile, Perú, Ecuador, año en que también Brasil rompe con Portugal. Bolivia se independiza de España en 1825, después de la mayor parte de las repúblicas del Caribe. Solo Cuba y Puerto Rico serían colonias hasta que, derrotada por EEUU en 1898, España debe renunciar a sus últimas posesiones americanas, así como a las Filipinas, que sería estadounidense hasta su independencia, en 1945.

Volvamos a la palabra “independencia”. Las lenguas latinas la heredaron casi sin variantes: en catalán, independenza; en francés, independance; en rumano, independu; en portugués, independença. En inglés conserva su porte latino, pero en otros idiomas nos resulta irreconocible: en alemán, Unabhängigkeit; en swahili, uhuru; en zulu, okozimela; en yoruba, ominira; en filipino, pagsasarili.

Desvíos

La independencia conlleva una dignidad indiscutible: ser independiente es ser uno entre pares, con poder de autodeterminación, sin sufrir las políticas de un país al que le interesa su provecho más que el bienestar de súbditos remotos. Bien lo entendió Gandhi, y defendió su posición con esa resistencia pasiva que logró doblegar no solo a la corona británica, hasta lograr la ansiada independencia, sino a sus propios connacionales, al evitar que usaran la violencia para conseguirla.

Sin embargo, el orgullo de ser independiente es a veces la alfombra bajo la cual los países esconden sus falencias y carencias, la violencia y las ambiciones a menudo para nada patrióticas de sus ciudadanos. La Independencia llena los pechos de fuegos al parecer sagrados, pero que terminan siendo destructivos. En tiempos de montoneras más de uno habrá añorado los días de la colonia. En la pasión de conseguir un objetivo, puede minimizarse un hecho contundente: la independencia tiene una contracara que es, valga la paradoja, la dependencia… ya no de un gobierno extranjero, sino de las exigencias de un país en constante proceso de formación. Y no solo se trata de que esas exigencias dependan de nosotros y de nuestro actuar, sino de que nuestras propias vidas dependen de que se cumplan: la falta de una autopista prometida y no cumplida obliga a un desvío por zonas de riesgo. La existencia de malvivientes, constituidos en amenaza cotidiana, denuncia carencias educativas, habitacionales, laborales y también morales que no acertamos a satisfacer.

En la vida privada, independizarnos de quienes nos criaron y buscar el rumbo que más se adecue a nuestros gustos y propósitos, debe ir junto a una clara visión de la inescapable dependencia que tenemos de nuestras propias posibilidades y del hecho de que los sueños que prometemos a nuestras ansias pueden ser solo frágiles espejismos. Siempre dependeremos de factores que debemos reconocer como otras tantas circunstancias a resolver y que, mejorándolas, nos mejoramos. Lo mismo debería suceder con los países, con las regiones, con todo conglomerado humano unido bajo un gobierno: advertir que la independencia no es en sí el paraíso, sino solo una puerta para lograrlo. Y no es fácil cargar con la responsabilidad de crear el camino hacia tal paraíso. Despreciar lo extranjero por el solo hecho de no ser argentino, marearnos con frases triunfalistas como “Argentina potencia”, “los argentinos somos derechos y humanos”, creernos los inventores absolutos del dulce de leche, suponer que Dios es argentino, son rasgos que Marco Denevi supo analizar muy bien en La República de Trapalanda, al caracterizar al argentino como un adolescente crónico. Un síntoma de tal falencia “… es la idea, generalizada entre los argentinos, de que si una cosa no es propiedad privada, no es de nadie. Ellos, que tanto se preocupan por las apariencias, por la imagen que producen en los demás, sin ninguna contradicción del carácter, descuidan todo aquello que es público: calles, paseos, monumentos, estaciones de ferrocarril, balnearios, caminos, plazas, jardines.”

Libertad positiva y negativa

Y… ¿qué hay de la palabra libertad? Dice el diccionario de la RAE que se trata de la facultad que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. El vocablo se refiere también al estado o condición de quien no es esclavo.

Erich Fromm, en El miedo a la libertad, publicado en 1941, en medio de ese ensayo del fin del mundo, la II Guerra Mundial, nos dice que la libertad para la cual se ha luchado, por sí sola, puede ser una fuerza destructiva –libertad negativa–, si no va acompañada por un elemento creativo –libertad positiva–. Esto implica una conexión con los otros que va más allá de los lazos superficiales de las interacciones sociales. Hay peligros: el Terror fue hijo de un movimiento que proclamaba “libertad, igualdad, fraternidad”, y de la idea de una Alemania digna surge el Holocausto. En la búsqueda de la seguridad muchas veces se delega la capacidad de discernir y la libertad deja de actuar como algo positivo.

La independencia es un estado, una condición. La libertad es un sentimiento, una emoción. La novela del francés Georges Bernanos, Diálogo de Carmelitas, cuenta la terrible historia de las 16 monjas carmelitas de Compiègne, Francia, guillotinadas por los hombres de la Revolución. Llevada al cine, imposible olvidar el rostro de la priora, interpretada por Jeanne Moreau, cuando responde al hombre que lidera la tropa que invade el convento al grito de “¡Venimos a liberarlas!” Con la mirada firme y serena, le dice: “Yo entré aquí libremente…”. La religiosa aceptaba su “dependencia” a una forma de vida que ella amaba, que había elegido en libertad y que no dañaba a nadie.

La verdadera independencia de los pueblos va más allá de un gesto político, de un estado jurídico. Requiere garantizar a cada habitante la posibilidad de sentir la libertad como una invitación a vivir una vida plena y positiva. Dijo Víctor Massuh: “El nuestro es un tiempo de inquietud y de esperanza.” Tal vez, si todos…

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Eugenia Flores de Molinillo -

Profesora de Letras de la UNT.

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