Para una familia salteña fue una odisea despedir a un difunto

Nelida Analía Cusse falleció el viernes pero sus restos pudieron ser inhumados recién ayer, luego de diversos inconvenientes con la empresa de sepelios.

16 Ene 2017
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Desde diciembre Nelida Analía Cusse sufría problemas en el páncreas contra los cuales batalló hasta el pasado viernes, cuando falleció, a los 36 años. Como si el dolor de perder a su esposa no fuese suficiente, a Ricardo Guanuco y sus hijos, Milagros, Emilse, Santiago, Antonella, Dahiana y Araceli, les esperaría una lamentable odisea al momento de buscar que los restos de Analía descansaran en paz.

El sábado, luego de que Cusse fuese velada en el centro vecinal del barrio Vicente Solá, la empresa Romano se disponía a trasladar el cuerpo hacia el cementerio San Antonio de Padua. Marta, madre de Analía, había contratado el servicio de la empresa por un valor de 22 mil pesos. El mismo incluía el cajón y dos autos para traslado, pero incluso allí las cosas comenzaron mal.

De acuerdo a Jennifer Miranda, comadre de Analía, las medidas del cajón no coincidían con las del cuerpo y si la familia decidía solicitar uno con el tamaño adecuado debía abonar 6 mil pesos extra a la empresa Romano. Decidieron, por una cuestión económica, proceder con el primer cajón pactado.

Camino al cementerio Marta recibió un llamado con un cambio de planes: el predio al cual se dirigían no había recibido ningún informe de ingreso a nombre de Analía, por lo que ahora debían dirigirse al cementerio de la Santa Cruz.

Una vez allí las malas noticias siguieron: tampoco había un aviso de ingreso. Sumado a ello, la empresa Romano pretendía bajar el cajón del auto, dejándolo a la deriva junto con los familiares y conocidos, quienes se atrincheraron para que aquello no sucediera, según Miranda.

Frente a los reclamos de los presentes, Jennifer comentó a La Gaceta que una persona perteneciente a la empresa de sepelios les propuso esperar hasta el lunes para una solución porque “en ningún lado los iban a atender por ser fin de semana”. Esto enardeció aún más la situación y acrecentó las exigencias de una solución inmediata.

Esa misma tarde, después de unas llamadas, desde Romano informaron a la familia que habían posibilidades de ingreso en el cementerio San Antonio de Padua, pero para el día siguiente. Acto seguido la empresa trasladó el cajón a un depósito de su propiedad donde, si alguien quería verlo o acompañarlo, debía pagar otro extra a la empresa, según expresó la familia.  

En la mañana del domingo, cerca de las 9, el auto que transportaba a Analía llegó al predio y dejó el cajón sobre una especie de parrilla que el panteonero había acercado amablemente para que no fuese abandonado sobre el piso. “Los querían dejar como una mercadería”, cuenta Yenny. Es que la familia aún no había llegado debido a que les “avisaron tarde y sin tiempo para acompañar la caravana”, agrega.

Ya en la necrópolis, Ricardo, Marta y los seis hijos de Analía pudieron recién despedirla. Agradecen al panteonero porque sin su sensibilidad y paciencia podrían haberse encontrado, al llegar al cementerio, con el cajón ya ubicado en algún nicho pero bajo la denominación NN. Sin embargo, lamentan indignados el trauma que tuvieron que vivir para darle sepultura a Analía y que sus restos, luego de dos días, pudieran descansar en paz.

La Gaceta intentó obtener la versión de Romano, desde donde comentaron, en primera instancia, no estar al tanto “porque no habían estado en ese turno”. Por otro lado, luego de insistentes llamados, no se pudo contactar a la persona a cargo de la empresa. 


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