Según las más antiguas leyendas, en la zona del Lago Sagrado de los Incas, el Titicaca, se llevaba a cabo una misteriosa y mágica actividad en forma de juego. La misma era conocida como: “Sapu”. El azar y la diversión se conjugaban en este juego en donde los sapus eran los protagonistas principales.

Estas especies de deidades mágicas emergían de las aguas del lago sagrado y recibían con sus bocas piezas de oro que arrojaba el soberano inca. A cambio, al lanzador que lograra embocar la pieza de oro en la boca del sapo se le otorgaba un deseo y el animal se convertía en oro. Según la leyenda, en homenaje a los favores recibidos por los sapus, uno de los emperadores incas mandó a construir un sapu de oro, con el cual se divertía.

Con el paso del tiempo, el juego se hizo popular en todo el territorio que dominaron los incas y se realizaban fiestas en donde se bailaba y se jugaba. Ellos llamaban a esta actividad: pukllay sapu (jugar al sapo).

En la era de los juegos electrónicos y digitales, en la que las consolas y las computadoras o celulares son las vedettes, hay tradiciones que resisten el paso del tiempo. En muchas casas, sobre todo en localidades del interior del noroeste argentino, todavía se juega al sapo. Los saberes, la picardía y las habilidades son transmitidas de generación en generación.

Es más, varias veces al año se organizan campeonatos de sapo en algunos lugares, como Rosario de la Frontera, donde el fin de semana pasado se realizó un certamen que buscó al mejor de la región.

Uno de los participantes, Francisco Parada, oriundo de la localidad de Metán, nos cuenta algunos secretos y nos explica las reglas de este popular juego.

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