Apuntes sobre Zócalo, de Raquel Guzmán

Comentario sobre el libro ganador del concurso provincial de poesía 2016.

23 May 2017
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No es un libro, es un mundo. En el poemario Zócalo, Raquel Guzmán crea un mundo propio, un lugar en descomposición, lleno de insectos, animales y decadencia y pobreza; un lugar en el que cuesta respirar.

Los versos largos, las enumeraciones, la forma en que escatima los verbos generan una sensación de asfixia.  Algunos poemas parecen como una catarata de imágenes. Pantallazos momentáneos que se vuelven insoslayables:

“La pared tiene ombligos, agujeros, sin carne, ahora cubiertos de hollín, de herrumbre, de orín”

Guzmán acumula, recarga el verso. Podría haber cortado la frase, y así generar espacio (que en la poesía es tiempo y es aire pero está claro que no quiere que el lector respire, quiere que el lector se asfixie en un universo del que no puede salir).

Hay poca presencia humana en los poemas. Cuando aparecen, muchas veces lo hacen de manera fragmentada, partes que nunca llegan a ser un todo: “el pie de la mujer se tuerce de frío” . Tampoco emerge en todo el poemario la palabra “Yo”. Guzmán se siente mucho más cómoda trabajando como una entomóloga fascinada por sus capturas. Por ejemplo, este es el verso que abre el libro: 

                         “Una larga fila de hormigas cruza el basural/


                          cargan pedazos de hojas verdes, amarillas, quemadas,/

                          malolientes/

                          Mientras los perros husmean entre los cartones apiñados/


                           en las escalinatas del teatro”

En otro poema escribe: “Gusanitos asquerosos, apestosos, babososverdilargos/ Moviendo sus millonesdepatitas hasta el resumidero del infierno”.

En el poema “Arroz de Novios”, Carlos Hugo Aparicio escribió sobre un hombre que espera a la salida de una iglesia, donde una pareja se está casando, para juntar el arroz que les tiran a la salida. Así termina el poema de Aparicio: “Voy con tierra a j untarlo desde contra el cordón/ pisoteado a barrerlo de apuro con la mano/ allá lo lavaremos señor que pasa santiguandosé/ y yo hundo mi cabeza debajo de sus pasos/ Para el almuerzo / A la noche de otro sábado”

En el mundo de Guzmán, las sobras ya ni siquiera pueden ser para otro ser humano: “Enormes cascarudos abandonados por la luz/ se retuercen en el piso entre el arroz felicísimo de los novios”.

Una mirada superficial puede hacer pensar que el mundo de Guzmán es postapocalíptico, pero una mirada más atenta alcanza para darse cuenta de que solo se trata de un lugar donde la civilización no ha terminado de asentarse. Que algo se ha roto en el proceso y no pudo completarse. Y Guzmán deja en claro que se trata de incompletud permantente.


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