Micromachismos: cómo detectar la violencia invisible en las relaciones

Los abusos físicos y el femicidio son el extremo de la violencia de género, que antes se manifiesta de maneras sutiles. Aprendé a descubrirlas en tus vínculos.

28 Jun 2017

El desenlace puede ser un femicidio, un golpe o muchos, el abuso verbal y físico. Las marcas visibles de la violencia de género encendieron en la sociedad una alarma que después de muchos años desembocó en el movimiento #NiUnaMenos y en políticas más o menos efectivas para combatirla. En lo que va del año, solamente en Salta capital, se radicaron casi 6.600 denuncias por violencia familiar y, desde 2006, la cantidad de expedientes de denuncias ingresados al poder Judicial fue de casi 129.000 casos. Pero antes de estas violencias, en el plasma invisible que circula por las relaciones entre mujeres y hombres, el micromachismo se ubica en el principio de los peores finales.

Su estrategia es la suavidad, el disimulo, pasar desapercibidos, alimentar los macromachismos para perpetuar los privilegios de género que gozan los hombres. Se asimila en la manera de educar a los varones cuando son niños, a naturalizar posiciones de dominación sobre las niñas, a repartir roles y modelos. Las nenas levantan la mesa, los nenes no saben lavar su ropa. Se infiltra en los noviazgos adolescentes bajo la forma de mínimas manipulaciones, celos, pruebas de amor y dominaciones. Convierte las convivencias en territorios donde la calidad de vida de los hombres mejora y la de las mujeres se exprime. “Aun los mejor intencionados y la autopercepción de ser poco dominantes realizamos micromachismos, ya que son parte del repertorio masculino de modos de estar y afirmarse en el mundo, cumpliendo los designios del proyecto existencial propuesto por el predominante modelo social de masculinidad hegemónica”, dice Luis Bonino, psicoterapeuta y creador del término en 1990.

¿Cómo detectarlos?

Identificar los micromachismos es la primera herramienta para desactivarlos. Según Bonino, la gran mayoría de los hombres están atravesados por ellos, pero para poder liberar las relaciones de su influencia tóxica antes hay que hacer autocrítica y modificar dinámicas vinculares.

Lejos de la violencia física y el maltrato explícito, “son comportamientos de control y dominio de baja intensidad, naturalizados, legitimados e invisibilizados que los hombres ejecutan impunemente, con o sin conciencia de ello. Dispositivos mentales y corporales incorporados y automatizados en el proceso de hacerse hombres, como hábitos de acción y reacción ante las mujeres”, dice el especialista en un artículo publicado en la revista madrileña La Cibeles. “Son obstáculos y también resistencias para la igualdad con las mujeres en lo cotidiano”, agrega y anota entre sus consecuencias la restricción y la agresión sobre el poder personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres.

Su naturaleza larvada, oculta y sutil los vuelve todavía más potentes y una manera de comenzar a desactivarlos es visibilizarlos, deslegitimarlos y eliminarlos en lo cotidiano.

Según su investigación, hay cuatro tipos de micromachismo:

Primeros amores

Desde el área técnica del Observatorio de Violencia contra la Mujer, Marina Leañez señala la importancia -y urgencia- de trabajar desde las edades más tempranas posibles en la deconstrucción de roles y modelos machistas. “Uno de los temas que más se trabajó en los últimos años son los vínculos de pareja y afectivos, que en la adolescencia tienden a estar cargados de violencia”, cuenta la especialista en Ciencias de la Educación. Desde 2015, a partir de la ley 27.234 de violencia de género, es obligatorio dedicar una jornada del ciclo lectivo al tratamiento de esta temática en todos los niveles educativos y docentes.

“Una jornada no alcanza, pero es un buen comienzo porque institucionaliza la temática y obliga a los docentes a incluirlo en el trabajo pedagógico, que es un avance muy considerable”, dice.

INDICADORES DE DETECCIÓN DE VIOLENCIA 

La critica y le marca defectos en todo lo que hace o dice
La obliga a escucharlo durante horas
La hace sentir inútil, débil, ignorante o incompetente
La hace obedecerle con gestos, miradas, señales de cabeza o murmullos
La ignora, no le contesta, no le habla, hace como si no existiera
La tiene ocupada continuamente, no le deja tiempo para ella
Interroga a sus hijxs sobre las actividades de la madre
No le da nunca explicaciones, ni le dice cuándo llegará pero le exige a la mujer que lo haga
No le da mensajes que otras personas le han dado para ella
No le permite que ella trabaje o estudie
La obliga a maquillarse o no se lo permite
No le permite hablar de determinados temas
Se hace la víctima en público, diciendo que ella lo maltrata o que ella es la que manda
Golpea cosas o puertas cuando discuten
Revisa los cajones o pertenencias de ella
Abre cartas, escucha mensajes telefónicos, le lee los mails, etcétera
Toca el timbre, la llama o aparece a cada momento sin motivo para hacerle sentir el control

Fuente: Observatorio de Violencia contra la Mujer

El foco de su atención está, sin embargo, en el cuidado de los primeros noviazgos, donde germina la violencia en potencial. “Hay muchos mitos sobre al amor romántico, incentivados por los medios, las canciones, las novelas y películas y que hacen que esto se siga sosteniendo”, dice Leañez.

Algunos de esos mitos, explica, tienen que ver con representaciones significantes de los vínculos. La idea de posesión, los celos como expresión de afecto, el cuidado entendido como no permitir al otro hacer determinadas cosas, la idea de lo complementario, la “media naranja”, el hombre con posibilidad de estar con muchas mujeres y que establece cierta lejanía emocional en relación a los vínculos, mientras que en las mujeres opera la idea de que son mas afectivas, dependientes, amorosas. “Uno creería que los chicos y chicas lo tienen superado, pero se siguen reproduciendo patrones patriarcales de relación”. “Está muy presente la idea de que los vinculos en una pareja tienen que ser apasionados, que la pasión implica violencia y esa representación aparece en los primeros vinculos”, asegura.


La violencia se infiltra desde esos espacios simbólicos en las relaciones y el desconocimiento, la inseguridad, el miedo a perder el afecto, combinado con el hermetismo, alimentan el hábitat menos saludable para el afecto y el despertar sexual.

“Es común hoy que las adolescentes todavía tienen muy presente esto de las pruebas de amor para garantizar o comprobar el afecto. Entonces las primeras relaciones sexuales tienen mucho peso y no estan encuadradas en marcos de seguridad para las chicas”, agrega Leañez y subraya la presión como un factor determinante para comenzar la actividad sexual en muchas chicas. “El miedo a perder a la otra persona juega mas que la seguridad o tranquilidad”, dice.


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