La dura realidad de un comedor que sueña con tener su biblioteca

En barrio Los Olivos, de la zona oeste alta, se alimentan más de 150 personas a diario, casi la mitad son niños. Los vecinos anhelan tener su propia biblioteca para ayudar a los chicos con las tareas.

21 Ago 2017
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Joana y Dora en la cocina

A pulmón, como ya vienen acostumbrados a hacer todo un grupo de vecinos del barrio Los Olivos en la zona oeste alta de la ciudad, están trabajando para concretar un sueño.

La biblioteca para los chicos del barrio es un viejo anhelo de los vecinos, que se esperanzan con brindarles un espacio de contención ante las duras realidades que ven a diario, y de la que los niños son los principales afectados; pero de la que nadie está exento.

Al comedor, que funciona en la sede del centro vecinal, a diario asisten unas 150 personas de todas las edades, aunque casi la mitad de ellos son niños.

“Queremos que los chicos tengan un espacio donde estudiar y hacer los deberes de la escuela, y no que solo vengan a comer acá” comenta a LA GACETA la presidenta del centro vecinal, Cintia Borja.


A pulmón

Hace más de seis años, este comedor comenzó a funcionar en una sede parroquial de la zona, pero a fines del año pasado desde la Iglesia le pusieron plazo para desocupar el lugar aduciendo que necesitaban el lugar. Así fue que llegaron a la sede del centro vecinal, en donde funciona el comedor desde febrero.

“Es un comedor comunitario, nos ayudamos entre todos”, aclara Joana Olivares, encargada del comedor.

Unas diez personas, la mayoría mujeres, colaboran en la cocina y limpieza del lugar. “La gente aporta su tiempo, todo lo hacemos a pulmón, lo único que se les pide a las mamas es aunque sea lavar una olla en la semana”, comenta la encargada.

 Si bien, hace poco la Cooperadora asistencial de la Municipalidad de la ciudad se comprometió a entregar diez bolsones por mes, las mujeres afirman que esto no les alcanza. “Lo que nos da la Cooperadora no nos dura ni una semana” asegura Olivares. En este sentido, la presidenta del centro vecinal cuenta que “creció la necesidad y no podemos decir que no a los que vienen, cada vez vienen más chicos”.

Es por eso, que todos los sábados realizan venta de empanadas para poder solventar algunos gastos. Por otro lado, algunas personas colaboran con $30 mensuales, una cifra simbólica, pero que ayuda a comprar productos de limpieza e higiene. “Nos damos vuelta con lo que tenemos, estamos acostumbrados a luchar para sobrevivir”,  expresa Juan Arias, colaborador del comedor.

El sueño de la biblioteca

Dar de comer a los chicos del barrio no basta y esta gente lo sabe. Por eso ahora sueñan con inaugurar su biblioteca y destinar el lugar al aprendizaje de los niños y adolescentes. Por eso solicitan donaciones de libros, principalmente de primaria, para que los chicos tengan material de estudio.

“La idea es inaugurar la biblioteca el 21 de septiembre”, comenta esperanzada Cintia, que a su vez afirma que reciben cualquier tipo de libros.

En la sede del centro vecinal ya hay un salón destinado a la futura biblioteca y en donde también se darán clases de apoyo. Pero para eso se necesita también de la colaboración de personas que están dispuestas a sumarse a las actividades brindando su tiempo y sus conocimientos.

Por ahora la búsqueda de libros y de gente solidaria que esté dispuesta a dar un poco de su tiempo sigue, pero los vecinos están cada vez más cerca de cumplir su sueño.


Realidades complejas

Al comedor asisten a diario más de 150 personas de todas las edades, de las cuales más de 70 son niños. Desde los barrios Olivos, Palmeritas, Roberto Romero, Virgen de Rosario, San Silvestre, y Divino Niño se acercan a almorzar cada día.

Y detrás de cada persona hay una historia de vida, que en varios casos es compleja. Una mamá que tiene VIH, los hijos de una mamá que había sido víctima de trata, chicos de madres discapacitadas, jóvenes con problemas de adicción, mamás solteras o víctimas de violencia de género, son solo unas cuantas de tantas historias que se pueden descubrir en el lugar.

“Se busca que todos tengan contención”, afirma Joana, mientras Juan agrega que “lo que se busca es tratarlos bien, que se sientan cómodos aquí”.

La solidaridad que ayuda al progreso

Una compleja red de relaciones sociales se teje en los lugares donde el ingenio se pone en marcha para vencer a la necesidad. Eso es lo que sucede en este lugar, donde en muchos casos la plata que no se destina a la comida puede servir para paliar otras necesidades, como comprar ladrillos para levantar las paredes de una casa.

La falta de trabajo, que afecta a muchas familias, se hace un poco más llevadera cuando hay un lugar que les brinda al menos un plato de comida al día. Esta ayuda es aún más grande cuando el postre que todos los días se llevan las familias a la casa se transforma en la merienda, algo que se ve muy a menudo asegún cuenta Joana.


Para ayudar a formar la biblioteca para los chicos del barrio Olivos podés acercarte a la Manzana 232 , Lote 5 sobre avenida La Plata


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