LAS ROSAS DE DOÑA ALFONSINA. Por Nato Zuccón.

17 Oct 2018
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Ilus, por Esteban piscoliche.

Las Rosas de Doña Alfonsina

Nadie en la cuadra tenía unas rosas como aquellas, rojas, de doña Alfonsina. Ella era una vieja que vivía sola en un caserón medio derruido que apenas conservaba en pie su fachada alguna vez gloriosa. En el jardín delantero reinaba un rosal gigantesco de esos cuyas flores son tan rojas que parecen negras. Pero el verdadero tesoro estaba en el fondo.

¿Tendría alguna familia esa mujer? , se preguntaba la señora Antonia y  espiaba con disimulo mientras pasaba por la vereda. Se paró sobre las puntas de sus pies intentando calcular las dimensiones de la propiedad. Sería tan bueno que el nene (su hijo) y su familia pudieran mudarse aquí, al barrio, cerca de ella.

Chirrió la puerta de la casona y por ella apareció Alfonsina con una escoba.

—Cómo está…—saludó Antonia levantando la voz. Suponía que todos los viejos eran un poco sordos.

—Bien. Muy bien. —Respondió Alfonsina, y dejando la escoba a un lado, se acercó al rosal y comenzó a revisar sus hojas una por una, en busca de plagas o de alguna cosa que sólo ella sabía.

—Esa planta es impresionante. —comentó Antonia acercándose más a la reja. Le pareció un buen tema para iniciar conversación. — ¿Hace muchos años que la tiene?

—Muchos…—Masculló la otra mujer  sin desatender su tarea.

—Y…—Antonia se apoyó en la verja y dejó sus bolsas de compras en el suelo. — ¿Usted cuida todo esto sola? ¿Vive sola? —preguntó. No sabía cómo ir al grano sin parecer brusca o entrometida.

Alfonsina clavó en ella sus pupilas oscuras. —Hace muchos, muchos  años que vivo aquí —explicó. —Y si le impresiona esta planta, debería ver las que tengo adentro—agregó con una pequeña sonrisa.

— ¡Ah! ¡Me encantaría! —exclamó Antonia y pasó al jardín sin esperar más invitación. Era una ocasión inapreciable para conocer la longitud del terreno y poder hacer una oferta si es que la anciana quería venderlo…Pero no debía precipitarse, se dijo moviendo la cabeza. No quería resultar mal educada, ni tampoco mostrarse demasiado interesada, no fuera que Alfonsina le aumentase el precio.

Alfonsina se limpió meticulosamente las manos en el delantal, observando mientras, de arriba abajo a su  improvisada invitada. Finalmente entró en la casa y la señora Antonia la siguió, disimulando mal su impaciencia y su entusiasmo.

El interior de la casa era poco más que una ruina, pero las dimensiones del patio trasero superaron todas las expectativas de Antonia.— ¿Cuánto….cuánto mide esto? —preguntó mientras recordaba a cuánto se cotizaba el metro cuadrado en aquella zona y hacía rápidos cálculos mentales.

—Unos 60 metros, pienso…. —Susurró Alfonsina tras ella.

—Oh… ¡Es grande! ¿Y qué hay  allá detrás? —preguntó Antonia refiriéndose a la pared trasera que apenas podía divisar al fondo.

—Un terreno. A veces acampan los gitanos ahí.

—Ah, claro. Ese terreno… ¿Y no le dan problemas….? digo…La gente dice que roban y…

Alfonsina se encogió de hombros y no dijo nada.

— ¡Oh! ¡Disculpe si le parezco una curiosa! —explicó Antonia enseguida. —Es que me estaba preguntando si estaría interesada en vender esta propiedad.

Alfonsina no respondió, sino que entornó los ojos y dirigió su mirada hasta un enorme arbusto en frente de ellas. En el patio trasero las rosas alcanzaban dimensiones inimaginables y sólo ahora, Antonia pareció fijarse en ellas.

—Hace mucho que usted vive aquí, ¿cierto? —preguntó de nuevo. No era una persona a la que le agradara el silencio.

Alfonsina se acercó hasta un rosal que era tan alto como un árbol. —Mucho—dijo. — Y antes que yo, vivieron aquí mis padres y mis abuelos, —agregó  mirando una rosa enorme y amarilla que coronaba la copa de la planta.

—Sí, entiendo pero yo me estaba preguntando si… ¡Oh! —Antonia se tapó la boca y dio un saltito hacia atrás. — ¿Es eso una tumba? —preguntó señalando una lápida blanca más allá, al pie de otro rosal gigante.

—Antes se estilaba enterrar a la familia en los terrenos de la casa…claro que antes la casa estaba mucho más lejos….le estoy hablando de unos doscientos años atrás… —dijo Alfonsina impasible, mientras quitaba un pulgón del grueso tronco del rosal amarillo.

—Yo…me estaba preguntando si a usted le interesaría vender la propiedad…—Antonia retomó la conversación, aunque ahora tenía sus dudas sobre si quería ser propietaria de un jardín con una tumba. — Por lo menos alquilarla…. —bueno, después de todo ¿doscientos años había dicho la vieja? Ya no debía quedar nada del difunto enterrado ahí —sabe, mi hijo y mis nietos….tengo tres nietos hermosos. —A la mención de los niños, el rostro de Alfonsina se iluminó con una sonrisa y eso la animó a seguir .—Y yo estaría tan feliz de que vivieran aquí, cerca de mi casa…—Usted, Alfonsina, podría venir y  cuidar de sus rosas, no creo que mi hijo y mi nuera tengan problema con eso…—embelesada, Antonia giró la cabeza hacia la casa, ya podía ver en su mente las habitaciones nuevas en vez de los viejos muros de adobe que ahora se levantaban frente a ella.

—Lo pondremos todo tan bonito…. —siguió, viendo que también Alfonsina parecía feliz con lo que ella estaba proponiéndole.

— ¡Oh! y allí, en ese hermoso rincón, podemos construir…

Y el hermoso rincón fue lo último que vio. Detrás del grueso tronco del rosal amarillo, Alfonsina dejaba siempre la pala, robusta herramienta que aun a sus años, manejaba con maestría. Le dio un solo golpe, seco, en la nuca a la mujer parlanchina aprovechando que divagaba en sus ensoñaciones.

Antonia cayó sin emitir sonido, aunque su boca continuaba abierta, interrumpida en medio de una frase. Alfonsina la observó con curiosidad un momento y la tocó repetidas veces con la punta del pie hasta cerciorarse de que estaba muerta.

Hacía bastante que nadie venía a importunarla con aquello de querer comprarle la casa u otra sandez semejante…

Miró la extensión del fondo. Una brisa agitó las ramas de los gigantescos rosales. Los trinos de los pájaros sonaban ensordecedores. ¿A quién le tocaba esta vez?

Eligió a la rosa color té, la que había sido la preferida de la bisabuela …sí, hacía tiempo que no la alimentaba y si se ponía linda, tal vez este año se animase a presentarla en la “Fiesta Nacional de la Flor”…

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Nadie en la cuadra tenía unas rosas como aquellas, rojas, de doña Alfonsina. En el jardín delantero reinaba un rosal gigantesco de esos cuyas flores son tan rojas que parecen negras.

Una tarde, un muchacho  de rostro simpático, acompañado por una mujer flacucha y tres niños, golpeó las manos junto a la reja mientras ella podaba su viejo rosal. Eran los nuevos vecinos. Se presentaron y le explicaron, sin que Alfonsina les preguntase nada, que  se habían mudado hacía poco a la casa de la desaparecida señora Antonia, madre del muchacho charlatán. Qué tragedia….todavía la estaba buscando la policía, agregaron….y…no querían parecer entrometidos o descorteses, continuaron, pero tenían planes de ampliar la casa a futuro y les gustaría saber si ella se había planteado la posibilidad de vender su propiedad. Tenía un jardín delantero muy bonito, añadió la mujer.

Alfonsina los invitó a pasar, el verdadero tesoro estaba en el fondo, dijo mirándolos de costado.

Ese año Alfonsina se animó, se puso linda, fue a la peluquería y asistió a la “Fiesta Nacional de la Flor”. Su ramo de rosas color té obtuvo una mención de honor.

Y es que al final, los curiosos, los charlatanes y los entrometidos, son tan buen fertilizante como cualquier otro. Como los restos de verdura que quedan de la cocina, como un gitano o como un pariente muy amado.

Fin.

Texto: Nato Zuccón.

Ilustración: Esteban Piscoliche.


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