El consentimiento como límite

Los movimientos y debates que está generando el Mee too y el Time’s up constituyen un nuevo avance de las mujeres, una conquista subjetiva en su salida del lugar de objeto

04 Mar 2018
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LA CLAVE. En la relación de la pareja, lo que es buscado es la correspondencia del deseo. asdf asdfasdf

El abuso sexual es el usufructo que alguien se asigna desde una posición de poder sobre otro que no tiene la libertad de negarse y es sometido a un goce. Estas denuncias vienen a poner palabras allí donde el silencio gritaba su sufrimiento. Nos preguntamos ¿qué razones estructurales llevan a alguien a abusar sexualmente de otro? No hay dudas de que el ser humano está dispuesto a gozar del otro hasta el exceso. Ahora bien, debemos diferenciar la condición del otro como objeto de deseo o del amor, del otro como objeto de goce. En el abuso al otro se lo somete a un goce que lo sustrae de su condición de sujeto. Una de las condiciones en la relación entre los sexos es el consentimiento del partenaire. Y este consentimiento hace a su condición de sujeto posicionado como objeto de deseo. Es así que en la relación de la pareja sexual lo que es buscado es la correspondencia del deseo del partenaire con el deseo del sujeto. En el abuso este consentimiento es obligado, salteándose así aquello que pone al sujeto ante la prueba de ser aceptado y al otro de consentir. El poder y la coacción hacen que uno no pueda negarse y quede sometido al goce del otro. La mujer o el hombre víctima del abuso queda sometido y no puede decir no, obligado por el poder que el otro detenta.

Frente a los movimientos de denuncia han surgido voces que alertan sobre las inhibiciones que esto produce en los hombres que ahora no se atreven a abordar a una mujer por temor a una denuncia. Aparece el interrogante ¿Todo acercamiento o seducción por parte de un hombre puede constituir un abuso? Incluso un colectivo de mujeres del mundo del espectáculo encabezado por la siempre bella Catherine Deneuve, salió a defender la posibilidad del hombre de seducción hacia una mujer y en contra del puritanismo sexual.

Se trata entonces de alcanzar, fuera de todo abuso en las relaciones entre los sexos, la posición masculina y femenina. Esto constituye una dialéctica que obliga a cada unos de los personajes de la pareja a “hacer de hombre” y “hacer de mujer”. Lugares que no dependen de la anatomía sino de la posición de cada sujeto frente al goce sexual. Se trata entonces de un parecer, de un semblante, que se expresa en la “mascarada femenina” y en la “parada viril”.

De la comedia al drama

En la mascarada observamos el maquillaje, el adorno, ese ponerse bella de la mujer que se sitúa enmascarada en el lugar del objeto que causa el deseo de un hombre. En tanto el hombre es el deseante, el que va a buscar el objeto que causa su deseo.

En el abuso, estos lugares son eliminados. Desaparecida la “comedia de los sexos”, esta se convierte en drama, donde solo hay lugar para el sometimiento y la sumisión. Se trata de un goce del otro que inerme, carente de la posibilidad de negarse por su necesidad social, laboral o económica, acepta las condiciones que alguien en posición de amo dicta.

Lo que estos nuevos movimientos promueven al poner palabras en aquello que ha sido cubierto por el silencio es devolver a la mujer o al hombre abusados su condición de sujetos, posibilitándoles advenir al juego del deseo y el amor. Y es en esta aventura de la vida, con los riesgos que esta conlleva, donde se va a desplegar esa condición de la posición femenina de hacerse desear, y la de quien en posición masculina busca el consentimiento a su potencia viril.

© LA GACETA

Alfredo Ygel - Psicoanalista

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