La revolución femenina

11 Mar 2018
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El fin de la impunidad
Por Inés Páez de la Torre
Para LA GACETA - TUCUMÁN

El fin de la impunidad

Por Inés Páez de la Torre - Para LA GACETA - TUCUMÁN

Nunca deja de conmoverme cuando un/a paciente me dice que lo que acaba de contarme, es la primera vez que se lo cuenta a alguien. La primera vez que lo dice en voz alta. Por más que sea lo esperable en el contexto terapéutico, me emociona la confianza depositada en mí, una desconocida a fin de cuentas. Y admiro, sobre todo, la valentía de quien ha decidido enfrentar sus miedos, ponerle palabras a lo innombrable, abrazar el dolor.

Es el mismo coraje que demuestran las miles de mujeres que día a día alzan su voz y se suman al movimiento Me too, a través de las redes sociales y otros medios. Resuenan más, desde luego, las que provienen de figuras famosas e influyentes: actrices, cantantes, presentadoras, políticas, empresarias. Después de haber callado durante años, se animan a denunciar acosos y abusos sexuales que sufrieron por parte de hombres poderosos, intocables, a los que no era fácil señalar: las consecuencias de semejante exposición podían ser fatales.

El mensaje es claro y contundente: Time’s Up. Se acabó la impunidad. Para muchas -y muchos, afortunadamente- una suerte de velo se ha corrido, para siempre. Ya no podemos ver un programa de televisión, una película, una revista, una reunión social, con los mismos ojos con que lo hacíamos hace sólo algunos años. Hay chistes que ya no nos hacen reír ni un poco, conversaciones que nos resultan intolerables. Y la doble moral nos produce cada vez más furia (sobre todo cuando advertimos cuánto de eso resuena todavía en nosotras mismas).

Hace poco escuché una entrevista maravillosa que le hicieron, no mucho antes de morir, a David Hawkins, psiquiatra estadounidense, investigador de la conciencia y místico. Decía que sólo el 15% de la población mundial está en un camino espiritual, buscando lo que en algunas tradiciones se llama la “iluminación”. El restante 85% no sólo no comparte esa búsqueda, sino que ni siquiera sabe que algo así existe. Pero la fuerza y la energía positiva de los menos son de tal magnitud y alcance, que salvan al mundo de la autodestrucción, dados los terribles enfrentamientos y masacres que, día a día, nos ponen al borde de la hecatombe.

Pensaba, entonces, que quizás el porcentaje proporcionalmente pequeño de mujeres que hoy se hacen escuchar, sostiene a las otras miles de millones, anónimas e ignoradas, que siguen sufriendo en silencio.

© LA GACETA

Inés Páez de la Torre - Psicóloga, sexóloga clínica.


El ruido del deseo

Por Osvaldo Aiziczon - Para LA GACETA - TUCUMÁN

Esta rara ensalada donde suelen mezclarse las amenazas, el miedo, el dominio y la obediencia, carece de entendimiento por la ausencia del no. Ese no, organizador del deseo, permite discernir o construir un acuerdo satisfactorio para ambas partes. Hablar de acoso surge cuando el no ya se ha manifestado. La violencia comienza a mostrarse para el sí del miedo. La poderosa excitación masculina, tan difícil de renunciar, halla caminos perversos para insistir: ahora no sólo quiere el sí sino también el no de la mujer. Surge la figura del violador que goza de lo prohibido, relación incestuosa incluida. Para muchos es mejor estar excitado que satisfecho. La mujer comienza a convertirse en víctima y leída como victimista en situaciones legales. Me too y Time’s up, como instituciones, tratan de abarcar una defensa necesaria pero insuficiente en la que, paradójicamente, tiene más repercusión periodística la derrota que el triunfo. El deseo no se educa. La renuncia sí. Una sociedad como la nuestra, con su enorme desprecio por la ley, no modifica posiciones personales. Une en un solo acto el acoso con el acaso y el ocaso final que nunca llega para mejorar destinos. Junto al “yo también” y “el tiempo terminó” preanuncian quizás un “yo tampoco”. Como si la coexistencia humana sólo pudiera sostenerse en la contradicción.

Los hombres casi siempre viven su potencia puesta a prueba. Y a las mujeres como testigos directos y peligrosos de sus fracasos psicosexuales. Los celos, tan tiernos en los boleros y tan posesivos en la realidad, generan dueños ficticios de cuerpos y orgasmos. Las palabras, también peneanas y penetrantes no logran acceder a su objetivo y muchas veces desembocan en reproches estériles donde la oreja es más confiable que la lengua. El deseo, esa instancia que está donde no se lo busca y desaparece de donde estaba, parece jugar con nosotros dándonos algo de toda la nada que ofrece.

© LA GACETA

Osvaldo Aiziczon - Psicoanalista, psicólogo clínico y social.

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