Génesis y ascenso del macrismo: Adelanto de ¿Por qué? (Siglo XXI)

El macrismo es, como el kirchnerismo, hijo del 2001. Tal vez cueste verlo, porque la fenomenal irrupción transformadora del kirchnerismo lo opacó durante años y porque Kirchner fue efectivamente el gran intérprete de la crisis. El que, como en su momento Alfonsín, entendió que 2001 no era un incidente menor, sino el origen de un nuevo ciclo histórico (el “tipo que supo”, según la definición de Mario Wainfeld). Pero tampoco el macrismo se explica sin diciembre, sin la sacudida político-emocional que el estallido produjo en sectores de la sociedad que a partir de aquel momento adquirieron una nueva conciencia política y una mayor preocupación respecto de los asuntos públicos

08 Abr 2018
1

Por José Natanson

El 2001 marcó el inicio de la politización de mucha gente, incluido el propio Macri. Sucedía que, bajo una superficie de apatía y nihilismo, el lento proceso de degradación social y desencanto partidario del final de la convertibilidad había ido impulsando una repolitización silenciosa, que se reflejaba en el surgimiento de agrupaciones universitarias de izquierda, como TNT (Tontos pero No Tanto) en Económicas o NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas) en Derecho, nuevos movimientos sociales, una camada más joven de dirigentes sindicales que presionaban por un recambio en las conducciones y la renovación de los organismos de derechos humanos a través de HIJOS. Un conjunto heterogéneo de espacios de donde luego provendría gran parte de la militancia juvenil kirchnerista. Al mismo tiempo, pero en otra parte de la ciudad, sectores de las clases medias y altas comenzaron un proceso paralelo de acercamiento a las cuestiones públicas, que desembocaría en la constitución del macrismo. ¿Quiénes eran estos recién llegados? En primer lugar, empresarios y CEO pertenecientes en general a los segmentos del mercado más conectados con la economía global. Gran novedad del macrismo, la presencia de gerentes expresa la mutación de una economía en la que la propiedad de los medios de producción, a menudo bajo control de misteriosos fondos de inversión, se desliga cada vez más de la gestión concreta de las empresas. (Hablo de gerentes o empresarios y no de personas provenientes del “sector privado” porque la denominación es falaz: como escribió Ernesto Semán, sólo cuando frente a un obrero metalúrgico digamos que “viene de la actividad privada” estaremos hablando de esferas económicas; hasta que llegue ese momento, el criterio es la clase social.) A ese germen del macrismo se sumó un contingente de personas que hasta ese momento había canalizado su energía militante en las organizaciones de la sociedad civil. Formadas al estilo de los think tanks estadounidenses, que funcionan a la vez como centros de elaboración de programas de gobierno llave en mano, como espacios de socialización profesional y como núcleos de lobby, financiadas por los organismos internacionales y los grupos empresarios y adoptadas con entusiasmo por los medios de comunicación, las ONG de los años noventa, como Poder Ciudadano, Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), Grupo Sophia y Creer y Crecer, marcaron el inicio de las trayectorias de buena parte de la cúpula del macrismo, incluidos Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Laura Alonso y Miguel Braun, entre otros. Incluso la organización ecologista Greenpeace funcionó como cantera: su ex director político, Juan Carlos Villalonga, es actualmente diputado de Cambiemos, y su ex director de campañas, Emiliano Ezcurra Estrada, fue designado vicepresidente de Parques Nacionales. Ambos mundos, el de los negocios y el de la sociedad civil, están bastante interconectados: son las grandes compañías las que financian a las ONG a través de los programas de responsabilidad social empresaria, y son las ONG las que a menudo proveen estudios, investigaciones e intervenciones en los medios, que ayudan a los accionistas y gerentes a situarse ideológicamente. Pero no son lo mismo, como revela la división de tareas establecida una vez que el macrismo llegó al gobierno: los ex gerentes de multinacionales (Juan José Aranguren, Francisco Cabrera, Gustavo Lopetegui) se ocupan de las áreas duras de la gestión, tipo finanzas, empresas públicas y energía, mientras que las zonas blandas, como desarrollo social o medio ambiente, quedaron reservadas a los militantes de las ONG (Carolina Stanley, Sergio Bergman). Si los CEO ajustan, los oenegeístas compensan. Junto a un tercer ámbito de reclutamiento, el voluntariado católico que forma parte del cursus honorum de los colegios privados de la zona norte del Gran Buenos Aires, la conjunción entre el mundo de los negocios y el de la sociedad civil dio forma a la novedad macrista. Por supuesto, el PRO también absorbió a dirigentes provenientes de la política tradicional, tanto del peronismo y el radicalismo como de las fuerzas conservadoras, como el Partido Demócrata, la UCeDé y Acción por la República. De hecho, una encuesta elaborada entre sus dirigentes reveló que la mitad de ellos había tenido alguna experiencia política antes de sumarse a la aventura macrista.20 Pero esa dimensión cuantitativa no es necesariamente la central: lo que sin duda distingue al macrismo de otras experiencias es su capacidad para incorporar dirigentes –“cuadros”, en la tecnojerga kirchnerista– sin contacto previo con la política. Como sostiene Gabriel Vommaro, el sociólogo que mejor entiende al PRO y al que le debemos buena parte de este capítulo, ese estado de virginidad política le confiere a la militancia macrista un aire especial, una dimensión moralizante que enfatiza valores como la entrega y la generosidad para “donar” tiempo y esfuerzo a pesar de las dificultades que impone la gestión cotidiana de los asuntos públicos. Esta imagen de “autoconstrucción moral” resume el núcleo implícitamente sacrificial del macrismo: la idea de que el funcionario o militante, ubicado por el azar de su nacimiento en los pisos más altos de la pirámide social, podría estar triunfando en su mundo profesional, deportivo o empresarial, y que en cambio se sumerge en el barro de lo público por el bien del país. Las investigaciones de Vommaro confirman, a través de entrevistas a dirigentes y funcionarios, que este salto fue a menudo resultado de un proceso de conversión personal: llegados a la mediana edad, cuando las carreras corporativas suelen tocar un techo (en el mundo de la alta gerencia, como en el del deporte, impera un envejecimiento prematuro), muchos profesionales y empresarios exitosos experimentaban un vacío que el dinero no lograba llenar, y la política aparecía así como salida a una crisis personal.

Comentarios