El narco, la máquina y la literatura

Las violencias desatadas por el narcotráfico hacen naufragar el lenguaje y nos dejan atónitos para explicarlas. Evidentemente colapsan nuestros sistemas interpretativos ante cuerpos rotos, violentados, destrozados con saña, convertidos en advertencia y disciplina. Silencio y control que avanzan sobre nosotros, convirtiendo en campos de guerra el territorio latinoamericano.

20 May 2018
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Por Carmen Perilli - Para LA GACETA - Tucumán

Como señala Rossana Reguillo, la “máquina” narco se especializa en la producción de fisuras, tanto aquella que separa las capas de una misma herida (cuerpos de colaboradores, vigilantes, socios castigados), daños colaterales (cuerpos de civiles inocentes), etc. Como si la escritura brutal eligiera los cuerpos, una gramática del horror realizada por la violencia, que se presentan como índices de su poder. La antropóloga señala dos tipos de violencia complementarios: la utilitaria y la expresiva. En esta última se apunta a una exhibición a través de distintas formas de muerte; no sólo se trata de matar sino de dejar marcas. Una guerra que se dice en cuerpos rotos; prácticas y culturas; lenguas propias ”Cuando faltan las palabras para llamar o nombrar a la muerte inútil, excedente, brutal, la jerga es un instrumento pertinente tanto para los poderes oficiales como para la narcomáquina”.

Narcocultura

Al construir imágenes y compartirlas, en tanto efecto e impacto del narcotráfico, la narcocultura impone estilos de vida muy concretos a través de formas objetivadas de la cultura: el consumo, la violencia, el entretenimiento, las artes, las modas de todo tipo. Desde los ritos fúnebres hasta la música. Como muestra se pueden ver las suntuosas tumbas en el Panteón de Humaya en Sinaloa o las despedidas a balazos que ya han llegado a Tucumán. La música puede ser la cumbia o el corrido.

Desde 1990 las narco-narrativas, narraciones anacrónicas, surgidas en los 70, han crecido abarcando distintos géneros. El narcotráfico a finales del siglo XX y principios del XXI ha sufrido importantes cambios e impulsó una nueva escala de valores modificando las sociedades. Las narco-épicas utilizan una gran variedad de discursos y estrategias, trabajan géneros tan diferentes como el epistolar, el testimonial, el policíaco y la novela de tesis. A lo que habría que agregar películas, telenovelas, documentales, etc. En muchos casos textos prendados de los destellos de un mundo atrapante de antihéroes. Pero no siempre se limitan al registro sino que invitan a cuestionar las políticas y a examinar contradicciones y limitaciones.

Las narco-narrativas llegaron al campo cultural, mostrando la transformación de la conciencia latinoamericana en una cultura que sobrevalora el individualismo de un modelo de bandido que se asemeja al caudillo y parece todopoderoso. Llega a Colombia y México con el establecimiento histórico de las mafias de la cocaína. Este proceso se puede ver en los 90 argentinos en el pasaje del pibe chorro al transa que muestra tan bien Cristián Alarcón en Si me querés quereme transa. México y Colombia experimentan un acomodamiento del mercado de las drogas en el paso de la marihuana a la cocaína. Lejos están las redes tejidas por los mafiosos de El Padrino. Con la caída de grandes capos como Pablo Escobar hay un boom de producciones culturales que exploran las distintas manifestaciones, entre ellas el sicariato tan bien descripto por Fernando Vallejo en La Virgen de los sicarios situada en Medellín. La comercialización de la marginalidad y el delito es una práctica que cobra auge desde el cine hasta la literatura.

Las narco-narrativas colombianas y mexicanas experimentan similitudes temáticas y formales. En el aspecto formal sobresale la utilización de técnicas narrativas que mezclan los géneros. La mayoría son críticas de los discursos de la nación y el progreso. La narco-narrativa mexicana ha empleado los recursos que brindan el periodismo y la crónica roja. 2666 de Roberto Bolaño -en especial el capítulo La parte de los crímenes- utiliza un estilo judicial que incluye las fichas técnicas de los crímenes en Ciudad Juárez entre 1993 y 1997. Bolaño utiliza el estilo de la crónica roja que cataloga: “El periodista le contestó que aquélla era una zona de narcos y que seguramente nada de lo que pasaba allí era ajeno, en una u otra medida, al fenómeno del tráfico de drogas”.

Sergio González Rodríguez forma parte de los periodistas mexicanos que enfrentan el peligro a diario y escribe textos como Huesos en el desierto y El hombre sin cabeza. En el primero reconstruye la historia de Ciudad Juárez, el segundo es una lectura de las decapitaciones y su significación.

El amplio corpus que arranca con autores como Elmer Mendoza creador del detective Mendieta en México y el “pelaíto” de Víctor Gaviria en Colombia en 1991, muestra características comunes. Estas narraciones enfatizan la desmitificación de la figura del narcotraficante y de diferentes facetas y problemas. En Leopardo al sol Laura Restrepo muestra la violencia desatada entre dos familias y el triunfo final del pueblo. En Los trabajos del reino Yuri Herrera, autor de una trilogía, construye, al modo de un cuento de hadas, el reino de un todopoderoso Rey cuya impotencia se revela ante el Artista. Muchos textos desde La parábola de Pablo de Alonso Salazar desarrollan su trama a partir de la deconstrucción del narcotraficante más poderoso que ha tenido Colombia.

Cambio de época

Los 90 señalan un momento histórico particular en la economía criminal global; el narcotráfico pasa a funcionar como una empresa transnacional que hace uso de equipos de alta tecnología y del sistema financiero. La literatura aborda este cambio señalando el paso de la cultura del contrabando y la marihuana hacia la de la cocaína y la más rentable heroína. En la última década han aparecido textos que analizan el legado Escobar, entre los que sobresale El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez.

“Hay un ruido que no logro, que nunca he logrado identificar… el ruido de las vidas que se extinguen pero también el ruido de los materiales que se rompen. Es el ruido de las cosas al caer”. Con esta frase el protagonista Antonio Yamanna intenta describir el sonido ininterrumpido y eterno de la muerte alojado en la memoria de su generación.

El encuentro con un desconocido en una Bogotá todavía aturdida por el impacto de bombas y balas, lo convierte en víctima de un atentado. Sólo el conocimiento de la verdad acerca de su compañero del billar le permitirá resolver el misterio y retomar su vida.

El profesor de derecho queda atrapado entre el amor y el crimen, prendado del pasado, despojado del presente, sin poder afrontar el futuro. La búsqueda lo conduce a la grabación de la caja negra de un avión siniestrado en el que viajaba Elena. Este proceso lo conduce a su propia infancia y a la Hacienda Nápoles de Escobar. Extraños lazos entre delito y sociedad que atraviesan la historia de la desmemoriada sociedad colombiana para la que “Recordar cansa, esto es algo que no nos enseñan, la memoria es una actividad agotadora, drena las energías y desgasta los músculos”.

Entender

El logro está en encarnar en las subjetividades la guerra del narcotráfico, que actúa en tanto telón de fondo, desde una visión casi fatalista. En la progresión narrativa, las ruinas se convierten en el punto central de una lucha por la memoria y en el vehículo donde se congregan las ansiedades, miedos y recuerdos de una generación de colombianos.

En Los ejércitos de Evelio Rosero en un mítico pueblo San José, todos matan, todos mueren. Las violencias del narcotráfico son contiguas a las de los guerrilleros y el ejército. Como si la literatura advirtiera sobre las muertes injustificadas de los periodistas en el límite entre Colombia y Venezuela a manos de la guerrilla o los cuerpos quemados de los estudiantes de cine confundidos con la banda rival en México. Los campos de guerra como les llama González Rodríguez superan los límites nacionales y las estructuras políticas y se expanden de modo inexorable.

La literatura sólo puede intentar representarlos y se asoma a ellos para intentar explicarlos.

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