Herrería comunitaria: la forma en que se forjan vínculos solidarios

En la zona oeste de la ciudad funciona un taller en el que se aprende el oficio y al que asisten hombres y mujeres de diferentes edades que encuentran un espacio de contención.

11 Jun 2018
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Hierros, máquinas, herramientas y el crujir del metal forman parte de un espacio que ha abierto las puertas a los vecinos de la zona oeste y que al día de hoy se ha convertido en un lugar de contención donde hombres y mujeres de diferentes edades aprenden oficio y generan vínculos sociales.

En tiempos de dicotomías marcadas, la solidaridad es un valor escaso, pero no para los habitantes de esta zona de la ciudad de Salta. El taller de herrería comunitaria, que funciona en la Vicaría de barrio San Pablo se ha constituido como un lugar fundamental para vecinos que quieren aprender a manipular el hierro y al mismo tiempo vincularse con otros.

“A mí me gusta porque aquí me distraigo mucho” afirma Matías Vaca, de 19 años, uno de los más chicos del taller. Algunas veces el muchacho lleva la máquina de soldar que tiene en su casa de barrio Olivos para trabajar y prestársela a sus compañeros.


Es que uno de los principales inconvenientes que tienen los integrantes del taller es la falta de herramientas. Esta es la misma razón por la que solo hay un cupo para diez personas. “Es para que ninguno se quede sin hacer nada” afirma Andrés Marcial, el herrero a cargo de enseñar su oficio.

Andrés se ocupa de cada miembro del taller de manera particular. “Yo les enseño uno por uno, para mi cada uno es importante y hay que cuidarlos” sostiene el herrero, quien no puede evitar sentirse mal cuando alguien no vuelve.

A pesar de la jornada fría, en esta clase se sumó al grupo Mauricio Flores, quien trabaja en la construcción. El joven de 31 años se enteró por la página de Facebook del taller y decidió ir para tener mayores conocimientos en su oficio.

Por su parte, Héctor Guitián de 45 años, es uno de los más antiguos en este lugar y ya fabricó portarrollos, un basurero, portamacetas, bancos y sillones. Ahora le ayuda a un compañero a hacer un asador.

Varios de los productos que se realizan en el taller luego se venden en la feria de barrio Palermo, una de las más concurridas de la zona, y hasta llegan a comerciarse en mercados artesanales.


A pulmón

Muchos de los materiales que se utilizan para confeccionar los productos son reciclables o se consiguen fácilmente. Nada se desperdicia.

A falta de recursos, se pone en marcha la creatividad, mientras que la iglesia del barrio les brinda un espacio y se hace cargo de los gastos de electricidad.

Marcial cuenta que una vecina les prestó la máquina de soldar que tienen en el taller asegurando: “seguro que ustedes le dan mejor uso”. Lo que no consiguen es una amoladora.

Pero ante la falta de maquinarias y herramientas, ante la creciente demanda de vecinos que se interesan por participar del taller, Marcial busca a alguien que les ayude a reparar lo que ya tienen.

Una máquina sensitiva, una amoladora y un gasógeno son máquinas que están en el taller pero averiadas. Sería de mucha ayuda que alguien pueda colaborar en el arreglo de las mismas.

Si bien, la situación económica no les impidió seguir con el proyecto, desde este año que los que asisten al taller colaboran con un bono mendual de $100 que ayuda al sostenimiento del mismo y a la compra de algunos materiales.

El herrero cuenta que “muchos políticos" se acercaron aquí queriendo sacarse una foto, "pero yo les digo que si quieren foto que traigan herramientas al menos”. Ese es el motivo por el que ningún político tiene imagen de su presencia en el taller.


Derribando prejuicios

“Pensé que esto era una actividad de hombres y al principio me sentía desubicada aquí”, relata Elizabeth Lara, de 42 años, quien llegó al taller el año pasado.

La mujer se encargó de derribar los prejuicios y de romper con esquemas tradicionalistas para hacer lo que a ella le gusta. “No me gusta la costura, ni la cocina, me gustan las herramientas”, afirma Elizabeth y comenta que se enteró del taller por un folleto. “Esto es para el que se anima”, sostiene con firmeza.

Si bien el comienzo no fue el más alentador, la aprendiz de herrera cuenta que: "Como mujer, al principio, sentía angustia porque me costaba, pero esto es paciencia, puse mucho de mí, le agarré la mano, perdí el miedo, empecé a practicar y salió”.

Enorme fue su alegría cuando a pesar de lo dificultosa que le resultaban algunas tareas fue la primera en el taller en terminar un portarrollos que estaban fabricando. “Y eso que era a la que más le costaba”, sostiene Elizabeth con orgullo.

Vestida con un delantal de tela vaquera que ella misma se confeccionó para el uso en taller, la mujer afirma: “quiero seguir, aprender más y hacer cosas grandes”.


María Ester Guzmán tiene 40 años y llegó al taller invitada por una amiga. El año pasado eran solo dos mujeres y este ya son cuatro las que participan de este espacio.

La mujer se define como una persona inquieta y la motivó el deseo de aprender más, ya que ya pasó por cursos de marroquinería y costura.

Ella afirma que le gusta asistir al taller y que la “distrae de los problemas”. Además cuenta que desde que llegó se sintió cómoda ya que “hay mucho respeto”.

Desde barrio Santa Rita, cada miércoles y viernes María Ester se hace un tiempo para ir al taller, en donde aprendió a hacer algunas cosas que pudo vender.


Devolver lo que se recibe

“¿Qué hacés ahí? ¿Para qué malgastas tu tiempo? Si eso no te da plata”, son algunos de los cuestionamientos que recibe casi a diario Marcial, pero el hombre sostiene con determinación que hacer estas tareas “es devolver a la comunidad lo que yo recibí”.

Hace dos años que le hizo un pedido a la Virgen  y a partir de entonces asumió un compromiso personal de vivir para “hacer algo por el otro”. El otro es el vecino, hombre, mujer, quien lo necesite y este herrero se pone a disposición de la gente de la zona oeste.

Además, el trabajador afirma: “esto me hace bien, yo también me desenchufo”, mientras vigila con atención que nadie se accidente o ayuda con algún detalle a los que participan del taller.

Su voluntad se juntó con la del padre Luis Sanjinés, quien prestó máquinas y herramientas que habían pertenecido a su papá fallecido. Así fue como inició todo y ahora “quisiera que esto siga, hay mucha gente que quiere conocer de herrería”, sostiene Marcial.

Los miembros del taller de herrería comunitaria realizarán una exposición el 7 de julio para vender lo que están haciendo. Con lo recaudado comprarán herramientas así pueden aumentar el cupo de asistentes.


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