Salvador Marinaro: “me interesan los personajes extremos”

Recién llegado de China, el escritor presenta en Salta el libro de cuentos Una tristeza decente.

10 Jul 2018
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Desde hace dos años que vive en China. Sus primeros libros los publicó en 2010, cuando ganó el concurso provincial para poetas inéditos, con Sinfonía de Mareados y el de cuentos, con Sueños del mono evolucionado. Desde entonces que no para de recibir distinciones. La más reciente es del año pasado: obtuvo el primer premio de ensayo Filosofía Sub-40, organizado por la embajada de España y la Dirección del Libro de la Ciudad de Buenos Aires. Y ahora vuelve al cuento con Una tristeza decente, que publicará Editorial Nudista.

“La excelencia de su prosa, la inteligencia que subyace en cada una de sus páginas, el rigor y, al mismo tiempo, la amplitud formal de la escritura, la intensidad de los personajes, lo fascinante y amplio de su mundo narrativo, que se desplaza sin saltos de lo real a lo fantástico o lo absurdo, confirman que Una tristeza decente es un libro notable y su autor, un cuentista excelente. Pero lo que instala a Salvador Marinaro como un escritor con todas las letras es su visión del mundo, expresada en cada uno de los cuentos. Es esa visión, totalizadora, lo que hace que leer Un tristeza decente no solo nos dé placer; también nos movilice y nos cuestione. Como toda obra literaria que vale la pena”, escribió Liliana Heker.

 Primero te fuiste a Buenos Aires. Desde hace un par de años estás viviendo en Shanghái. ¿Serías el mismo escritor si te hubieras quedado?

 Creo que cada viaje me sirvió para replantearme y modificó mi manera de relacionarme con la escritura. No sería el mismo, claramente, si me hubiera quedado. La distancia trastoca la mirada y te vuelve un outsider. Pertenecés y no. Sos un ser extraño que se espera y espera que se vaya. En cada vuelta, te pareces más a un turista: los debates internos no te tocan, no entendés los conceptos que se discuten y solo te quedas con un lugar imaginario hecho de recortes.

Al mismo tiempo, conocer otras tradiciones te hace dudar de todas y montar los retazos que te quedan. Eso es una ventaja y una desventaja: por un lado, tenés una mirada distinta, pero por el otro lado, no perteneces a ninguna parte.

 ¿Qué te dieron y qué te quitaron esos lugares?

 Cuando me mudé a Buenos Aires, encontré una ciudad fantástica con gente abierta y muy generosa. No me imagino un mejor lugar para formarse. Lecturas, seminarios, cursos, ofertas de libros, festivales, talleres y gente que está en la misma. Todo eso es importantísimo porque, lejos de lo que se cree, se aprende a escribir en grupo.

Recuerdo que en el micro de ida, iba leyendo Los detectives salvajes de Bolaño. No puedo separar mi experiencia de aquella lectura. Mi primer año en Buenos Aires estuvo marcado por Bolaño y por ese libro constelar que construye una historia secreta de la literatura latinoamericana. Visto en perspectiva pienso que esa lectura marcó mi manera de relacionarme con los libros en una etapa de descubrimiento.

Shanghái se me presentó como la diferencia radical. China es Marte, lo más parecido a otro planeta al que podés acceder. La diferencia cultural afecta hasta el más mínimo detalle de la vida cotidiana, desde la manera de comportarse en público (es común ver gente en pijamas por la calle, pijama de conejitos) hasta el sabor de la pasta de dientes (jengibre). Esta situación te obliga a estar recalibrando siempre. La relaciones entre amigos, colegas, profesores, alumnos o desconocidos en el subte tiene fundamentos que es necesario volver a aprender. En el transcurso, descubrís que en realidad vos sos el extraño.

Todo eso va dejando huellas. No tanto en los escenarios (los cuentos de Una tristeza decente están centrados en ciudades pequeñas o en el barrio, que no son Salta pero se le parecen) sino en la manera de enrarecer lo cotidiano que es la pulsión mínima de estos cuentos.

Por otro lado, Shanghái es una ciudad donde se sedimenta una memoria del futuro. Desde 1980, se pensó a sí misma como “la ciudad del mañana”. Eso generó un paisaje bizarrísimo, donde se superponen ideas del porvenir que ya quedaron viejas: edificios con platillos voladores, naves espaciales, torres que parecen sacadas de los Guerra de las Galaxias. Creo que algo de ese futurismo vintage se puede ver en el último relato.

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 En el cuento La obra de Mastroverdi abordás el tema de los talleres literarios y el oficio del escritor. ¿Cuál fue tu experiencia en esos talleres?

 Mastroverdi desea ser un escritor que no escribe. Es decir, el personaje busca constantemente objetos y acciones literarios que no impliquen sentarse a teclear. Quería salir de la idea ingenua del escritor trabado y centrarme en el escritor que no desea escribir. En ese sentido, el taller de Mastroverdi es una excusa para meditar sobre los diferentes modos de plasmar una idea en el papel: desde una notita en la mesada hasta un relato. Él lo plantea en los términos de “redacción o escritura”, una oposición que, por supuesto, es artificial.

Volviendo a tu pregunta. Pienso que por debajo del debate que generan los talleres literarios (¿sirven o no?) subyace la pregunta sobre si se puede aprender a escribir. Yo pienso que sí y que la respuesta opuesta es mezquina. Hay distintas vías de formación, buenos o malos talleres. Para mí, el taller de Liliana Heker me ayudó a volver conscientes ciertos procedimientos, a corregir con la cabeza fría y descubrir el movimiento de los personajes. Las nueve sillas en su departamento fueron un espacio para ajustar la mirada y el oído sobre los textos propios y ajenos. Los primeros meses vivía cada sesión del taller con el nerviosismo de quien da un examen, un examen todas las semanas. Pero, después, noté algo hermoso: yo no soy nadie para el texto. Esa es una idea liberadora que despoja al cuento de la idea de autor.

Más tarde, fui a la maestría en Escritura Creativa de la UNTREF que tiene un perfil universitario, pero mantiene la idea de talleres con maestros que se van rotando cada dos o tres meses. Como el tiempo para acostumbrarse a un docente era escaso, siempre había un nuevo consejo para tomar y experimentar. Creo que compartir el espacio con otras personas que escriben también enriquece mucho.

 Estás publicando crónicas sobre China en revistas de Buenos Aires. También publicaste importantes crónicas en Anfibia y Cosecha Roja, dos sitios con gran prestigio. ¿Cómo vivís la relación entre periodismo y literatura?

 Pienso que la crónica es el género realista del siglo XXI. Combina herramientas que vienen de la antropología (y no tanto del periodismo), como la entrevista, la observación y la descripción en profundidad para conformar un texto que busca una escritura literaria. En ese sentido, creo que la experiencia de Anfibia marcó a una generación de periodistas que se sienten más cercanos a las ciencias sociales que a la redacción de los diarios tradicionales. Al abordar una realidad compleja y distante, como es China, entendí para qué sirve la crónica: para escuchar al otro, para ser por un segundo el entrevistado en la realidad que vive. A partir de eso, vienen los intercambios: detalles, modos de hablar, gestos o incluso personajes que pertenecían a un texto periodístico terminaron en un cuento. Creo que escribir crónicas te incentiva a buscar el detalle significativo y eso es importante para la narración.

 Tolstói empieza una de sus novelas más famosas con esta frase: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». En varios de tus cuentos el núcleo gira en torno a familias disfuncionales. ¿Por qué te interesa tanto la familia como objeto narrativo?

 Creo que la familia es el punto de mayor intimidad (terrible intimidad) que puede tener una persona. Por eso, es en la familia donde se descubren los personajes monstruosos en toda su complejidad: un padre golpeador que realiza gestos de ternura a sus hijos, una madre que tortura a su familia para que represente una idea de felicidad, dos hermanos en un mundo tan masculino que viven al borde de la lágrima. Me interesan los personajes extremos y siento que en la familia es el único lugar donde pueden explorarse con delicadeza lo que genera horror.

Por otro lado, la frase de Tolstói es una verdadera lección de escritura: la narración está del lado de los perdedores; allí, se ven los claroscuros y la obstinación de seguir adelante cuando todo se desmorona. Me interesan los personajes que están inmediatamente antes o después de la tormenta.

 El protagonista de uno de tus cuentos vuelve a Salta y se encuentra con un excompañero que es guía turístico. El trabajo de guía semeja al de escritor: inventar una ficción interesante.

 Puede ser. También en la manera de guiar al lector a través de ciertos detalles y ponerlos en contexto. El guía es un narrador pero tiene una diferencia fundamental: el discurso del turismo está basado en la repetición constante. Me gustaba la idea de que un salteño se viera obligado, por algún motivo, a volver como turista. El personaje de ese cuento se ve forzado por su amigo a recorrer un itinerario que va del mirador en el San Bernardo hasta la Virgen de Tres Cerritos. Esta situación, entre trágica y cómica, me remite a un problema de la memoria. Después de pasar mucho tiempo fuera de la ciudad, el sentimiento de extranjería (no pertenecer a ningún lado) es enorme y todo te parece mejor en tu recuerdo que en la realidad.

 La mayoría de los cuentos podrían inscribirse en el realismo, pero también en algunos termina irrumpiendo lo fantástico. ¿Qué te da cada uno?

 Siempre quise escribir cuentos fantásticos. Me gusta la idea de un mundo irrepetible en el interior del texto. Al contrario de lo que suele creerse, en un cuento fantástico no ocurre cualquier cosa al azar, sino que la rareza construye un aparato lógico, perfectamente entendible y cerrado sobre sí mismo. Eso me encanta, pero no me sale muy bien. Siempre termina irrumpiendo el problema de las relaciones entre las personas, que es un tema que me obsesiona.

Lo que busco, en cambio, es un realismo de traslación. Muchas veces me sucede que dejo los anteojos en un lugar. Yo estaba convencido que los puse sobre la mesada (por decir) y al poco tiempo los encuentro en el ropero. Por supuesto que lo primero que me viene a la cabeza es el criterio de conservación de la realidad: los anteojos siempre estuvieron en el ropero. Pero eso no logra disipar la duda; en un lugar muy interno, siento que la realidad se trasladó. Algo que me sucede todo el tiempo. A eso sumale que soy daltónico, es decir, viví casi toda mi vida adulta pensando que los colores que veo son los mismos de todo el mundo. Cuando un médico me hizo los estudios y comprobó el daltonismo, fue una lección de los modos de percibir la realidad.

Intento ver cómo los personajes logran sobrellevar la irrupción de lo extraño (un hambre insólita, una ciudad sin casas donde siempre se está de paso) y viven esa traslación.

 Cinco libros que recomiendes leer

Recomendaría Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, como libro iniciático; 60 relatos de Dino Buzatti y Pájaros en la boca de Samanta Schweblin, ambos maestros del cuento extraño; los Cuentos de Jonh Cheever, un libro al que siempre vuelvo por su densidad humana y La vida instrucciones de uso de George Perec, por el despliegue monumental de recursos para contar una historia.



LA PRESENTACIÓN SE REALIZARÁ EL SÁBADO 14 DE JULIO, EN LA BIBLIOTECA PROVINCIAL. EN LA OCASIÓN, TAMBIÉN SE PRESENTARÁN HIKARU, NOVELA DE MARIO FLORES Y DETRÁS DE LAS IMÁGENES, NOVELA DE DANIEL MEDINA.



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