“El poema está inyectado de paisaje, no concibo el espacio como mero telón de fondo”.

Gabriela Clara Pignataro publica su poemario Tundra. En esta relación habla de su mutación como poeta, de la relación entre la escritura, el teatro y la fotografía.

19 Jul 2018
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“El color de los perros ahorcados

Se confunde

En el perfume del lapacho

Desde el tren, el campo parece

Santo de frente partida

Contra el alambrado…”


Con esos versos brutales comienza el primer poema de Tundra, el nuevo libro de Gabriela Clara Pignataro, publicado por Añosluz Editora.

Algunos datos de la autora: nació en Buenos Aires, en 1985. Además de poeta, es actriz y fotógrafa. En 2013 publicó su primer libro y le siguieron cuatro más.

“Hay en los poemas de Tundra una furia biológica que hace confluir lo animal y lo vegetal con la voz de una mujer que se nombra en singular hacia un futuro desesperado “si me tocan/si me queman”, o en plural, hacia uno heroico “caminaremos/sobre las bestias/sin derramar/ una gota de sangre”, escribió sobre el poemario Fernanda García Lao.

La publicación ha sido la excusa perfecta para esta entrevista.

También sos actriz y fotógrafa. ¿Cómo se relacionan esas profesiones con tu poesía?

Tanto el teatro como la fotografía han sido (y son ) territorios de búsqueda de un lenguaje que hable por mí, que traduzcan aquello que no puedo nombrar ¿Qué es esto que me inquieta y quiero decir? ¿De qué estoy hecha? ¿Cómo fisuro el plástico que recubre los significados? Formas de habitar el tiempo y espacio, el cuerpo y los sentidos; de estar atenta a la poiesis singular que puede acontecer en cada dispositivo. Los pulsos, los residuos, las observaciones de esas experiencias son materia prima que retorna a la hora de escribir. Todo lo transitado está latente, rodeando algún misterio, algún acecho que intento decodificar. Como la piedra que protege al cristal escondido. También hay reflujos de lo teatral en voces que aparecen en los poemarios como personajes, sobre todo en Tundra. Para mí habitan el poema, tienen peso, volumen. Existen. Y lo fotográfico, más bien lo cinema(fo)tográfico está presente en el montaje de imágenes. En mi cabeza el poema funciona como una película y al escribir intento transcribirla. Como una transposición del texto fílmico al texto en prosa o en verso.

En 2013 publicaste tu primer libro de poemas. ¿En qué cambiaste como poeta en estos años?

Uff!! Cambié yo. Un montón. Varias muertes, mudanzas, casas, estudios, proyectos, renuncias. Me reconocí feminista. Una vida puede transformarse entera en cinco años y el lenguaje que configuramos como intento no es impermeable a eso. La mirada sobre el mundo, las preguntas, las obsesiones, los placeres, muchas veces mudan de lugar, son otros o las maneras de acceder a ello es distinta. Creo que en la escritura me volví más paciente: dejar al tiempo coser la distancia entre un poema y otro, no apurarlos. También, la idea de trabajar en torno a los textos como constelaciones: hallar que llama a qué, dibujar como se arma el sistema en el que refulgen. Me importa el universo en el que los poemas cabalgan, creo que antes no lo tenía muy claro, pero la búsqueda existía ya. En Muta, mi primer libro, hay pulsos una zona lírica que se construye entre lo cotidiando y lo extra-cotidiano, evocaciones a figuras o arquetipos. Con el tiempo creo que me hice más cargo de ese deseo de indagar, investigar el idioma que hablan los poemas. Si los pienso como organismos vivos, precisan hablar su propia lengua, establecer su código.

El paisaje se filtra en tus poemas de una manera violenta. Cuál es su rol poético

Creo que esto tiene que ver un poco con este montaje cinematográfico que ocurre cuando escribo. El poema está inyectado de paisaje. No concibo el espacio como mero telón de fondo, como algo bonito o decorativo dónde las cosas acontecen. El paisaje, como apariencia tal, está diciendo algo. Y desborda. Es inasible y conduce la fuerza violenta de la potencia. Es pura potencia. Es atmósfera y condiciona, trasvasa a los otros elementos. El paisaje se revela ante los ojos, es una vía de insurgencia. Es la presencia de lo inenarrable y por eso es poderoso. No se puede negar el bosque, es decir: no se puede detener aquello que conduce una rabia poderosa ni a quienes lo portan. Esta fuerza acompaña a la voz poética, en su estado de rebelión.

¿Cuánto tiempo pasó entre que escribiste el primer poema y el último?

Mínimo tres años. Tundra se escribió entre 2013 y 2016.

¿Cómo fue el proceso de armado del libro?

A fines del 2016 lo creí terminado o más bien, me obligué a cerrarlo jajajajaj. Fue el momento en que dije: bueno, acá hay algo. Que se distancia de lo anterior, que tiene un ritmo y una música propia. Separé todos los poemas, los leí muchas, muchas veces. Señalé los elementos que reaparecían de tanto en tanto: las armas, los animales, el clima. Los agrupé en texturas, una forma de armar el mapa que se conformaron en estadios, elementos: hacha, polvo, fuego, hielo, madera. Como si fueran capítulos dónde los poemas componen escenarios o pasajes en una frecuencia similar. Luego pareció una coda, llamada Las notas, que funciona como un diario de viaje del libro. Notas al margen, no del proceso de escritura, sino notas al margen de los poemas. Emulsiones del mismo universo.

Así con esa estructura lo envié a la editorial y ellos editaron, corrigieron, pensaron el cuerpo del texto en torno al formato: los espacios, la tipografía, las respiraciones.

¿Por qué Tundra? ¿Por qué ese título para el libro?

Construí en torno a la tundra una cierta cosmogonía. Confluye en su imagen no sólo la idea de un bioma determinado, un señalamiento geográfico (o muy al norte, o muy al sur) sino un estado: lo inhóspito, los páramos, lo desplazado, lo que se desmarca. Una periferia ficcionada, habitada de animales salvajes, de esa violencia de la naturaleza y la humana también. Tundra está poblado de guerreras, de amazonas del hielo, de brujas errantes, transmigradas. Juana de la Tundra es mi Juana de Arco, la transfiguración de la espada y el filo sobre la cabeza de los culpables. Es un tiempo mítico de revancha, de guerrilla desde el páramo. La tundra para mí, es el escenario del descampe, del destierro, lo exiliado. El poemario está atravesado por el camino, los parajes, los pueblos. Kilómetros y kilómetros de horizonte y de pronto, un refugio, un fuego. Siempre rescato que en la tundra, que es el bioma más extremo donde los árboles no soportan los vientos, sí sobreviven miles de especies de flores. Eso tierno, en apariencia frágil, insiste y permanece. Un gesto de trinchera, de insurgencia.

¿Cuáles son los temas que te obsesionan como poeta?

No escribo en torno a temas que defino como tales y digo: voy a abordarlos. Podría decir que cosas me obsesionan en general. Eso que se filtra, insiste y aparece en la escritura porque no pueden esquivarse. Podría decir que siempre me atrajo lo inhóspito, las formas de lo salvaje, los mapas, la física, la astronomía, la magia, los números, los movimientos sociales de protesta y resistencia, los procesos migratorios y coloniales, los muertos, los cementerios, los vampiros.

¿Cuáles son tus 5 libros preferidos de poesía?

¡¡¡Qué difícil!! Para elegir cinco tengo que dejar fuera muchísimo, pero voy a intentarlo: Regreso a la patria de Juana Bignozzi, En lo implacable de la noche de Idea Vilariño, INRI de Raúl Zurita, Relámpagos de lo invisible de Olga Orozco, Trilce de César Vallejo.






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