“Donde hay pasta base no hay libertad”

En la zona sudeste de la ciudad el flagelo de la droga afecta a cada vez más chicos, pero hay quienes buscan dar batalla desde su lugar. Esta es la historia de Miguel, quien no se cansa de luchar.

04 Ago 2018
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 “Si no puedo hacer nada, me voy del barrio. Porque no podría ver a los chicos consumidos por el paco”, afirma Miguel Vázquez.

Hace 11 años que vive en barrio Primera Junta, en la zona sudeste de la ciudad, pero en los últimos meses ha sido testigo de cómo el flagelo de la droga ha ido socavando al corazón más profundo de su barriada. Las principales víctimas son los jóvenes.

A pesar de que ya sufrió algunos robos en su casa, Miguel está dispuesto a seguir apostando por un futuro diferente para los chicos del barrio. “Ellos no tienen la culpa”, sostiene y en esa idea encuentra el impulso para tomar en sus manos una tarea que muchos no están dispuestos a realizar.

En la zona sudeste de la ciudad la realidad se volvió tan dura que según cuenta Miguel cada vez son más los chicos que van a revolver la basura en busca de algo para comer o de ropa que les pueda servir.

“Donde hay pasta base no hay libertad”, afirma el hombre que desde hace algunos años decidió cambiar el rumbo de su existencia y ayudar a que otros no cometan los mismos errores.

Para él la educación fue fundamental a la hora de direccionar sus decisiones hacia el bien de los demás luego de caer en cuenta de las equivocaciones que cometía. “Un día vi un video mío en la cancha peleando y haciendo quilombo, ahí pensé que tenía que calmarme y que me tenía que educar”, cuenta.


Transformar lo negativo

“Lo hago por la experiencia que tuve yo en la calle con las drogas y el alcohol”, indica Miguel, que a sus 36 años busca revertir la situación de otros para que no pasen lo mismo que le tocó sufrir a él.

Al hablar de lo que lo moviliza a hacer cosas por los chicos del barrio, Miguel hace hincapié en sus propias frustraciones: en el vínculo con sus padres y en su propia historia. “Yo les digo que no se rindan”, afirma.

La enfermedad lo llevó a dejar de lado la tarea que venía realizando en el barrio y ahora espera el festejo por el día del niño para retomar sus actividades. “Este año paré porque mi vieja no estaba bien de salud y yo tampoco”, cuenta y detalla que padece de artritis.

En tareas como las que realiza Miguel en la zona donde vive, uno de los principales obstáculos a sortear es la indiferencia de las personas y una suerte de egoísmo que termina haciendo que cada uno viva sumergido en su propia “burbuja”. “Veo que en la sociedad cada uno está metido en lo suyo”, comenta el hombre que se gana la vida trabajando en un hotel céntrico.

La cofradía de los duendes

La cofradía de los duendes pareciera ser un sueño que mantiene inquietos los pies de Miguel y que lo desvela en las noches.

Un entrepiso en el terreno donde vive es el lugar destinado a construir un salón para que allí tome forma material ese sueño.

 “Un lugar para distenderse, entretenerse y entenderse”, es el lema que acompaña la ilusión cargada de arte y educación.

Hasta el año pasado los chicos del barrio encontraban en ese entrepiso un lugar en donde vincularse y aprender. En algunos fechas patrias se les hablaba de historia, en otras ocasiones se les enseñaba a cuidarse, a detectar signos de violencia o de abuso y otras veces tan solo jugaban.

“La idea es educarlos”, dice Miguel y concluye afirmando que el arte y la educación salvan.

El festejo del día del niño

El festejo del día del niño es algo que Miguel, con la ayuda de vecinos y amigos, viene realizando en su barrio desde hace cuatro años y esta vez tendrá un gusto especial ya que se busca reactivar el espacio que por motivos de salud dejó un poco de lado.

Por eso, el 26 de agosto se realizará un festival para los chicos de la zona en un terreno situado al frente de la casa de Miguel.

Lo que se necesitan son donaciones de juguetes principalmente, y de ropa, calzado y golosinas para los niños.

El año pasado participaron más de 40 chicos de la zona, aunque algunos más reciben los regalos ya que según cuenta Miguel a todos los que pasan por el lugar se les da algo.

Este año se preparan para llevar un pelotero, murga, una banda de cumbia, tomar chocolate, y en el cierre de la jornada comer panchos y tomar gaseosa.


Una realidad que a veces desalienta

“Son más los que me dicen que no haga nada, que los que me dicen que siga adelante”, dice Miguel, pero está determinado a continuar con su sueño.

A pesar de no contar con los medios necesarios para realizar lo que quiere, sale a tocar puertas y se esperanza con conseguir lo necesario para el festejo del 26.

 “Mis sueños no están en venta”, concluye Miguel.

Si querés colaborar con Miguel, te podés comunicar con él al  3875145197

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