Eric Sadin: “las empresas tecnológicas apuntan a monetizar cada instante de la vida”

El filósofo francés, uno de los pensadores europeos más consultados sobre los efectos de la revolución tecnológica, habla aquí sobre La silicolonización del mundo, su último libro. Sadin analiza los espejismos de la era digital e invita a una reflexión profunda sobre sus efectos. “La consecuencia del tecnoliberalismo es que no quede ningún lugar vacante”, advierte.

05 Ago 2018
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PERFIL

Nacido en París, en 1973, Eric Sadin es un reconocido escritor y filósofo que investiga las relaciones entre tecnología y las sociedades. La editorial Caja negra publicó el año pasado en la Argentina La humanidad aumentada (Premio Hub al ensayo más influyente sobre lo digital) y, en este año, La silicolonización del mundo (2018). Otros de sus libros sobre estas temáticas son Surveillance globale. Enquête sur les nouvelles formes de contrôle (2009), La société de l’anticipation (2011) y La vie algorithmique (2015). Es docente en distintas universidades europeas y publica sus artículos en medios como Le Monde, Libération y Die Zeit.

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA  - BUENOS AIRES

Eric Sadin, de gestos ampulosos y buen humor, parece una rockstar: camisa blanca con cuello que sobresale a su saco de color, pantalón achupinado y borceguíes. También, pelo largo y voluminoso, a lo Andrés Calamaro, para que tengan una referencia física. Vino por unos días a Buenos Aires a presentar su último libro, La silicolonización del mundo, en el que refiere a los peligros de dejarse subyugar por una tecnología que mide lo que hacemos para transformarlo en datos mercantilizados. En nuestro país lo publica la editorial Caja Negra, la misma que el año pasado publicó otro libro suyo formidable, La realidad aumentada. Ahora, cuenta, trabaja sobre otro libro que seguirá la misma línea: llamar la atención ante los avances tecno que le quitan al ser humano su independencia.

Silicon Valley, opina, es el centro de estos cambios que se perfilan como brillantes, pero que a su criterio no lo son. En consecuencia, llama a rebelarse: no hay que dejar de leer libros en papel, pide que se respeten los conocimientos de los maestros universitarios y aconseja no utilizar aplicaciones que miden calorías consumidas o kilómetros recorridos, entre otras utilidades. Todo con un énfasis que invita a escucharlo. O a leerlo.

- ¿Qué se propone con La silicolonización del mundo?

- Es el más crítico de mis libros. ¡No tenía opción! Porque hay una celebración tal de un modelo económico que se basa en la explotación de internet desde principios de los 90, que no funcionó bien y que condujo a la caída de lo que se llamaba la nueva economía y dio lugar a la economía de los datos. O sea, la recolección de datos ligados a la navegación de internet, que posibilitó un nuevo modelo económico basado en el conocimiento de los comportamientos. Con datos cada vez más informados sobre comportamientos de los individuos, modelo desarrollado por Google y otros más. A esta economía de datos se le agregó la economía de las plataformas desde el 2010. El objetivo de este libro es captar el alcance de estas consecuencias: quién lo lleva adelante, quién lo apoya. La ceguera tiene sus consecuencias. Hay que analizar para tener claves para entenderlo y claves para actuar.

- Todo, escribe, viene de Silicon Valley.

- Así es. Este modelo económico de los datos y las plataformas tiene origen en los Estados Unidos. Para ser exactos, al norte de California: Silicon Valley en particular, San Francisco, donde hay una enorme cantidad de centros de investigación, universidades. Este ecosistema engendró, en unos 20 años, gigantes económicos que en su mayoría antes no existían y que impresionaron y fascinaron al mundo entero.

- Dice que además de fascinar, en las grandes ciudades se quiere seguir el mismo camino.

- Es que esto condujo a que la mayoría de los países, frente a este éxito insolente del que no se para de hablar, porque es una especie de éxito impresionante, pretendan duplicar el modelo. Es lo que llamo la silicolonización. No se generaron otros modelos u horizontes económicos, sino que se retomó éste y se lo copió. Desde 2010 florecieron valles por todo el mundo. Una silicolonización que no se le impuso a nadie. En Sudamérica todas las metrópolis pretenden ser la nueva Silicon Valley de la región: Buenos Aires, San Pablo, Santiago… En Estados Unidos, Miami, Boston. En Europa, París… En pocos años esto se volvió muy llamativo. Todos tuvieron el mismo reflejo. No había ocurrido antes. La voluntad máxima de los países es ser competidores de Silicon Valley.

- ¿De qué hablamos cuando hablamos de Silicon Valley?

- De un modelo que está basado en el seguimiento del comportamiento. Hay una arquitectura tecnológica que ya no es la del conocimiento de internet ni la del uso de teléfonos celulares, sino la que funciona por la extensión de sensores, a través de la inteligencia artificial: un conocimiento cada vez más extendido de la vida. La inteligencia artificial tiene cada vez más capacidad interpretativa. Por ejemplo, la balanza, a través de los sensores, sabe más de mi peso, interpreta mis etapas. Pasa lo mismo con un espejo conectado. Estos artículos tienen la capacidad de retroalimentarse y responder para servir a intereses privados: productos alimenticios, estadías en la montaña en función de mis estados de ánimo. Se puede decir lo mismo de una cama. ¡Todo funciona así! La consecuencia de este modelo económico, que llamo la mercantilización de la vida o tecnoliberalismo, es que no quede ningún lugar vacante. Se apunta a monetizar cada instante de la vida cotidiana.

- Y todo al instante.

- Hay una organización, producción y logística que interpreta las situaciones en tiempo real. Hasta dictarle a la persona los gestos que debe tomar en determinadas circunstancias. Esto es consecuencia directa de la innovación digital, de este modelo económico que lleva a la mercantilización de la vida…

- ¿Qué consecuencias pueden generarse a corto plazo?

- Es difícil de establecer. Este modelo tecnoeconómico que penetra en nuestras vidas para orientar nuestros gestos tiene incidencia social y política. Sin embargo, está la idea de que este modelo será provechoso para todos. La ideología de las startups, como digo en el libro, integra a quienes no estudiaron ni tuvieron una formación. Alcanza sólo con una idea, como la del fundador de Uber, que creó una plataforma con la relación de pasajeros y conductores. Se trata de una supuesta ideología de lo cool. ¡La ficción de lo cool! Que todo el mundo puede aprovechar su talento creativo. Que no hay jerarquías. Son modos de trabajo que se instalan. De hecho, este modelo tecnoeconómico tiene un eslogan, un mantra de Silicon Valley, que es totalmente grotesco pero no se detiene: “Obremos para hacer de este mundo un lugar mejor”.

- ¿Definitivamente no es un mundo mejor?

- ¿Has visto Silicon Valley? Es una serie irónica: todos trabajan con un código, llevan una semana sin afeitarse, están pálidos, neuróticos, asociales, y no paran de decir que quieren hacer de este mundo un lugar mejor. No contaría con ellos para hacer un mundo mejor. Pero está la idea de que las tecnologías digitales, o exponenciales, como las llamamos, podrán erradicar los problemas del mundo a una velocidad exponencial. Hay una fe en el modelo de Silicon Valley que se sembró por todo el planeta: es una visión del mundo que ya germinó, de que el factor principal de los defectos es el humano. Pero, según esta teoría, no debemos preocuparnos. Hay un milagro: las tecnologías exponenciales erradicarán los problemas y uno con un salario mínimo podrá disfrutar de la sociedad del ocio y comprarse de lo que quiere, habrá sistemas automáticos, se podrá administrar el curso general de las cosas. Obvio que lo digo en broma. De esto hablaré en mi próximo libro: del paraíso artificial, de los sistemas que responden a intereses privados. Porque se apunta a una sociedad basada en el utilitarismo generalizado.

- ¿Hasta dónde se pretende llegar?

- Esta gente quiere incluso erradicar la muerte con un modelo totalmente loco como el del transhumanismo. ¿Quién puede creer en esos sistemas? Pero sin embargo esto es lo que se está celebrando; algo que se banaliza como modelo de civilización fundado en la idea de quitarnos nuestra capacidad de juicio. La victoria del tecnoliberalismo es lograr la mercantilización de todo. Esto se impone en nombre del bienestar social. ¿Cómo puede ser? La movilización en contra de este modelo no hay que hacerla en la vida privada. Habrá modos de organización que se establezcan para que no retroceda el juicio de cada uno. Mi trabajo busca generar fenómenos para despertar, movilizar todo lo que se pueda.

- Su libro La realidad aumentada refería a la inteligencia artificial. ¿En qué punto estamos hoy al respecto?

- Mi próximo libro será más crítico todavía con estos modelos. La realidad aumentada tomaba el término de inteligencia artificial demasiado en serio. En este libro y en el próximo digo que es hora de confrontar el lenguaje, de analizar los términos que nos presentan. Me tomé el tiempo para concentrarme en cuestiones de lenguaje a la vez que analizaba el tema. Entiendo que se banalizó el término de inteligencia artificial, que parece dar a entender que está llamado a tomar la posta de nuestra inteligencia, de nuestra facultad de acción y de apreciación. Llegué a la conclusión de que no es una inteligencia artificial sino un modo de racionalidad que busca una optimización estricta de todas las consecuencias de la vida. Pero este sistema no tiene nada de sensible. Sobre esto estoy escribiendo. Habrá que defender la capacidad de juicio. Es hora de que nos movilicemos. Que dejemos de lado nuestra inocencia, e incluso nuestra fascinación, y que hagamos una acción política para defender los principios fundamentales de nuestra sociedad.

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