“La transparencia del delito augura una posibilidad de cambio”

Acaba de publicar Locos de Dios, libro que presentará en Tucumán durante la semana próxima. En esta entrevista habla sobre ese ensayo y conecta sus reflexiones con la actualidad argentina. Sostiene que nuestro país, marcado por el escándalo de los “cuadernos de la corrupción”, experimenta en estos días “un tránsito de lo inmóvil a lo dinámico, de la fatalidad a la historia”

26 Ago 2018

ENTREVISTA A SANTIAGO KOVADLOFF

Por Älvaro José Aurane

PARA LA GACETA  - TUCUMÁN

- En Locos de Dios subraya cómo, desde los tiempos de los profetas del antiguo Israel, hay una demanda de reconciliar el poder con la justicia social. ¿Es posible tal cosa?

- Si entendemos esa reconciliación en términos absolutos, de modo tal que el ejercicio del poder implique la realización de la justicia social, tal cosa no es posible. Creo no obstante que la función del reclamo profético, políticamente entendido, no debe cejar jamás. La función primordial de un intelectual, y el profeta lo es desde el punto de vista de lo que constituye su aspiración máxima, es recordarle a la política que fuera de la ley sólo es un acto perverso. Esta insistencia es garantía de dignidad y no debe medirse su significado o su sentido por el éxito que tenga, sino fundamentalmente por la convicción a la que responde en términos morales. Esto a su vez implica una situación trágica: ¿qué sentido tiene insistir con aquello que no puede terminar de lograrse exitosamente? Y la única respuesta que puedo encontrar es la que da Albert Camus: el hombre consiste en la búsqueda de su dignidad, tenga o no éxito en el logro de sus ideales. Mientras que la política, perversamente entendida, sólo se guía por el éxito de sus fines, haya o no la mayor o menor dignidad en lo que emprenda. Este es el escenario trágico que plantea mi ensayo. De modo que la pregunta es muy profunda.

- Tiene algo de profética la publicación de Locos de Dios, en vísperas de la revelación de los “Cuadernos de la corrupción”. El ensayo postula la reunión de la ética con la política.

- Voy al primer punto: creo que no es casual que a este libro lo haya escrito un argentino. Lo que me ha llevado a repasar el posicionamiento profético en la Biblia y sus proyecciones ulteriores en la historia de Occidente ha sido la íntima necesidad de pensar la imposibilidad de esta conciliación, casi estructural en el hombre, entre ética y política. De modo que sí: es un libro sintomático, diría yo. En cuanto al segundo aspecto, la situación por la que atraviesa la Argentina, desde mi mirada, es muy auspiciosa: la transparencia del delito augura una posibilidad de cambio. El ocultamiento del delito traduce la impotencia de la dignidad para proceder con libertad en el ejercicio de sus derechos. De modo que estamos en un momento interesante de la Argentina, porque se está produciendo una movilización de lo estático. Un tránsito de lo inmóvil a lo dinámico, de la fatalidad a la historia. Lo cristalizado ingresa en una etapa de movilización. Esto se advierte en el intento de replanteo de las Fuerzas Armadas como recurso de la democracia, en el intento de poner de manifiesto que toda complicidad con el delito por parte de un sector del empresariado argentino resulta moralmente injustificable. En la tentativa de movilizar en la discusión parlamentaria la comprensión de lo que significa el aborto. Y en la tentativa del Gobierno de entablar una concepción del tránsito indispensable del mundo de la cleptocracia al mundo de la democracia. Todo esto me parece auspicioso, no porque esté asegurado el éxito que se derivaría de esta movilización, sino porque el sólo hecho de este movimiento es de interés para la consolidación republicana.

- En Locos de Dios cuenta que este ensayo le ha demandado la mitad de una década.

- He trabajado cinco años en este libro. Tres de ellos estudiando y, durante los restantes, tratando de encontrar la expresión propicia para que fuera un ensayo literariamente significativo. Porque estoy persuadido de que no basta con informar: es indispensable que el tono de la información tenga la intensidad de lo que nos inquieta al escribir. Y en ese sentido tengo la convicción de que la literatura es un recurso muy importante para el planteamiento de problemas no resueltos y de deudas pendientes en un país. Inclusive cuando el abordaje sea metafórico, como es en los primeros capítulos de este libro, aunque después va derivando hacia la realidad sociopolítica, y terminar en la figura de Nelson Mandela, que rebasa el campo de lo profético.

Él logra lo que, desde un punto de vista, fue la aspiración máxima del profeta: conseguir que el Estado, o el reino, haga de la equidad y de la justicia social la meta primordial del ejercicio del poder. Mandela, durante cuatro años, logró esto en Sudáfrica, y fue más allá del profeta. Pero de igual manera, Israel, al reaparecer como Estado, logra la restitución del ideal profético.

LA PRECISIÓN. “El mío no es un enfoque religioso: Dios está concebido en el libro como el repertorio de deudas contraídas por el poder con la ética”, puntualiza Kovadloff acerca de su ensayo.

Profetas y poder

- A propósito de los profetas y nuestra contemporaneidad, el filósofo Fredrick Jameson planteó en los 90, en El postmodernismo, que este período de la historia se caracteriza por un milenarismo invertido: las profecías, catastróficas o redentoras, han sido reemplazadas por la convicción del final. El fin de la historia, del arte, de las ideologías… Considerando la indisoluble ligazón entre el profeta y la verdad, ¿se agotó la verdad y ya no hay profetas para predicarla; o aún hay profetas, pero el velo de una verdad agotada nos impide verlos?

- Vamos a empezar por caracterizar lo que yo entiendo por profeta. Para mí, no es un vidente ni un ser poseído por un espíritu trascendente. Es, sí, un ser tomado por un ideal éticamente trascendente. El profeta, para mí, es el hombre que diagnostica una situación determinada en una sociedad y a partir de allí infiere las consecuencias de esa situación dada. El mío no es un enfoque religioso: Dios está concebido en el libro como el repertorio de deudas contraídas por el poder con la ética. Y el reclamo de esos principios desoídos irrumpe en la boca de aquel al que llamamos “loco de Dios”. Se designó así al profeta porque, autorizado solamente por su pasión, irrumpía en la comunidad para formular al poder las demandas que consideraba indispensables para que la comunidad judía viviera dentro de la ley que ella misma había establecido. Entonces, desacralizada la figura desde el punto de vista estrictamente teológico, creo que el profeta es siempre aquel que diagnostica esta necesidad de aproximación entre ética y política. Es quien le demanda al poder que sea fiel a la justicia social y exige que la pobreza sea contemplada como la tarea que debe llevar a la reversión del padecimiento comunitario. Ese hombre existe en todas las sociedades y en todos los tiempos.

- ¿Y en nuestro tiempo y nuestras sociedades?

En nuestro caso, ya hemos visto que han habido en el curso de la historia partidos políticos que dijeron responder a este ideal, pero terminaron siendo totalitarismos, como el nacional socialismo, el fascismo, el comunismo, los regímenes demagógicos y populistas que conocimos en la Argentina. Junto con todos estos regímenes que distorsionaron el ideal de la equidad social ha habido siempre figuras notables que reivindicaron la necesidad de transparencia y de eticidad. En El enigma del sufrimiento yo trabajé la idea de reconocer así a las Madres de Plaza de Mayo en su actividad inicial. Creo que hoy esas personalidades existen también. No creo que las debamos ver como personalidades puras, que no están afectadas por contradicciones que permiten entender que en ellas se notan claroscuros. No son figuras impolutas, sino apasionadas, que llevadas a veces por la desmesura de su carácter son capaces de expresar ideales fundamentales para que tenga sentido la convivencia social en el plano moral. Yo nombraría en ese sentido a Elisa Carrió, a Mariana Zuvic, a Carolina Stanley, a María Eugenia Vidal, a Margarita Stolbizer. En todas ellas, mujeres todas ellas, yo reconozco la presencia del espíritu profético tal como la entiendo. Y también creo que las Abuelas de Plaza de Mayo, en la lucha contra la dictadura militar, también representaron ese espíritu.

- En el capítulo Sócrates y el profeta plantea que el filósofo busca la verdad, pero que la del profeta es verdad revelada y conocida: su contenido es la ley mosaica, y lo que resta es cumplirla. Recordé, en contraste, un pasaje de esa otra gran mujer que es Hannah Arendt en Verdad y mentira en la política: plantea que acaso todos iríamos a la revolución en pos de la proclama “libertad o muerte”, pero que muy pocos irían en nombre de “verdad o muerte”. ¿En qué lugar, entre estos extremos, estamos los argentinos? ¿Qué nos pasa con la verdad?

- Ante todo diría que hay dos tendencias que permiten caracterizar el problema. Según una tendencia, la verdad tiene que estar siempre sujeta a las necesidades del poder. El negacionismo es el rasgo distintivo de ese posicionamiento y responde a una ironía de John Locke: “si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad”. La otra posición intenta el tránsito de la cleptocracia a la república. Intenta estructurar el ejercicio del poder a partir del reconocimiento de la verdad entendida como falta de sujeción del poder político a la ley. Entonces en un lado tenemos la sujeción de la ley a la política: “vamos por todo”. Y en el otro, la tentativa de invertir este posicionamiento y lograr que el poder esté sujeto a la ley. Yo llamo “verdad” a la transparencia del desprecio por la ley en este momento de la Argentina. Hoy, aquí, llamo “verdad” a un animal bicéfalo: una cabeza desprecia la ley y la otra es una tentativa de que la ley vuelva a imperar. Pero desde el negacionismo, toda tentativa de sujetar el poder político a la ley es vista como una tentativa represiva sobre todo el repertorio de convicciones ideológicas a las que ese negacionismo llama “verdad”, y que configuran un posicionamiento populista. Negacionismo, digo yo, porque Irán negó la existencia del Holocausto. Es obvio que no podemos comparar la magnitud del Holocausto con un episodio como la corrupción generada por el populismo kirchnerista y el saqueo del Estado. Pero el negacionismo responde en ambos casos a un mismo procedimiento: no sucede lo que pasa. Y cuando la posición es esta, es irreductible. Estamos entonces frente a una sola necesidad: que la democracia se afiance para que la mayoría constitucional pueda someter a sus leyes al delito que se vale del Estado como recurso de afianzamiento propio. Pero es una tragedia porque no tiene desenlace consensuado. Las partes en conflicto no van a llegar a un acuerdo. Muy concretamente, yo creo que la ex presidenta trató de negociar con el Presidente su impunidad y recibió una negativa muy clara. A partir de ese momento se negó a entregarle la banda presidencial y quedó manifestado ya en ese episodio el desprecio por la orientación seguido por la votación en la democracia: no reconoció lo que el pueblo mayoritariamente había elegido. Este conflicto no tiene solución más que dentro de la ley y mediante una mayoría que puede imponer una convicción y una necesidad: que el delito sea castigado.

Verdad y justicia

- A propósito de estas reflexiones, tenemos los argentinos una oprobiosa deuda con la verdad respecto de los dos hechos más terribles de nuestra breve historia democrática, como son el atentado a la AMIA y el asesinato del fiscal Alberto Nisman. Es como si la crónica deuda de la política con la ética deviniese deuda también con la verdad. En un país donde “verdad y justicia” es una proclama multitudinaria.

- Esa afirmación suya es mi respuesta. Coincido enteramente con lo que dice. El asesinato de un fiscal, probado como tal por quienes han tenido a su cargo la verificación de las características de ese exterminio, y los 24 años sin solución que lleva el caso de la AMIA prueban que, como decía Carlos Nino, la Argentina es un país fuera de la ley. Allí tenemos el problema central. ¿Se trata de modernizarnos? Sí, en segunda instancia se trata de ello. Pero en primera instancia se trata de entender que la modernización cabal comienza con la vigencia de la Justicia. Es decir, con la transparencia de la verdad. Si no, no hay modernización que valga. La modernización hecha a expensas de la verdad es fundamentalmente adecuación a los intereses del grupo que acumula la riqueza y el poder.

- ¿Hay antisemitismo entre los argentinos? ¿Sólo entre algunos grupos? ¿Es generalizado?

- Creo que durante el kirchnerismo se hizo evidente la forma que tomó el antisemitismo. Al negar el pacto con Irán y la finalidad espuria que ese acuerdo persiguió, que fue la negociación de los muertos, se puede decir que allí hay antisemitismo. Se puede decir también que hay antisemitismo desde el momento en que el asesinato de Nisman fue concebido como un suicidio practicado por un homosexual drogadicto. Eso también es antisemitismo porque el fiscal apuntó su denuncia al pacto secreto con Irán, que era un acuerdo antisemita. Primordialmente, era un pacto delictivo, anticonstitucional y fuertemente antiargentino, pero era antisemita porque lo que se estaba negociando era el significado de una institución emblemática para el país, no sólo para la comunidad judía. Cuando se ataca una entidad emblemática del país que representa a una comunidad, se ataca el pluralismo del país. Él éxito de los terroristas fue presentar ese ataque (a la AMIA) como algo que no genera protesta nacional sino sólo protesta comunitaria. Cada 18 de julio somos los judíos los que vamos a la plaza a recordar lo sucedido. No es que el gobierno actual, el anterior o aún el anterior no hayan manifestado inquietud frente a lo que pasa: es que los 24 años transcurridos evidencian que no hay decisión política de aclarar esto. Y al no haber, al haber impotencia respecto de aclararla, se está ratificando el acierto terrorista de que esto no habría de afligir a la nación.

- Cuando lo entrevisté por primera vez hace exactamente 20 años, una de sus reflexiones era que los desocupados eran los desaparecidos del modelo que llevaba adelante el menemismo: carecían de estado, de estatuto, dentro del neoliberalismo. Y su advertencia era que cuando el que dice es nadie, lo que se oye es nada. Pareciera, siguiendo esa lógica, que la ley fuera la desaparecida hoy: si la ley es nada, lo que establece se aplica para nadie.

- Sí. Aunque con el matiz relativamente auspicioso de haber empezado a observar que la Justicia, a través de dos figuras como son el juez Claudio Bonadio y el fiscal Carlos Stornelli, ha tomado la decisión de revertir esa intrascendencia, ese nihilismo. Si serán capaces o no de llevarlo adelante, no lo podemos jurar. Pero sí podemos admitir y reconocer que el Gobierno no intercepta de ninguna manera estos procedimientos y con ello favorece que la ley cumpla con su deber. Es auspicioso. El riesgo que corremos ahora ya no es el de saber si la Justicia algún día comenzará a proceder con decisión. El riesgo es saber si la Justicia seguirá procediendo con igual decisión, sean cuales fueren las consecuencias.

© LA GACETA

PERFIL

Santiago Kovadloff es ensayista, filósofo, poeta y traductor. Graduado en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, es profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, doctor honoris causa por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) y miembro del Comité Académico y Científico de la Universidad Ben-Gurion del Neguev, Israel. Es miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro de número de la Academia Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Integra el Foro Iberoamérica, conformado por Felipe González, Fernando Henrique Cardoso y Ricardo Lagos, entre otros.

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