Enero, de Sara Gallardo, y un dilema existencial irresuelto

“¿Qué puede hacer una chica, sola en el campo, en un campo tan ancho y verde?”, piensa Nefer y siente cómo avanza en su interior “un hongo negro y creciente”. La metáfora es elocuente, el embarazo, que no buscó ni desea, se vuelve el eje de la historia en Enero, la primera novela escrita en los años 50 por Sara Gallardo, que acaba de rescatar editorial Fiordo. La actualidad del planteo habla de la urgencia por hallar una respuesta al tema.

02 Sep 2018
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DILEMA. La autora logra poner al lector en la misma disyuntiva que una joven sensible.

Por Verónica Boix

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Nefer es una adolescente que vive con su familia en el puesto de una estancia. Para una fiesta de casamiento se cose un vestido y lo plancha, tiene la ilusión de que el Negro Ramos, su primer amor inocente y ridículo, la saque a bailar. Pero Nicolás la viola detrás de un matorral. Nefer vive el abuso con la naturalidad de las cosas que suceden. La tragedia le llega cuando se da cuenta de que está embarazada.

Al igual que en Los galgos, los galgos, la celebrada novela de Gallardo, el paisaje del campo adquiere la cualidad de un personaje. El mundo interior convulsionado de Nefer dialoga con los árboles, el monte, los juncos, las alas de las perdices. Resulta imposible no conmoverse con el desamparo que la vuelve una sonámbula caminando sobre la tierra seca mientras el resto duerme en el rancho de paja.

Su dilema es tan hondo que no puede nombrarlo, menos aún contárselo a su familia. Siente miedo de eso que crece en su interior inexorablemente. La angustia un futuro imposible. A su miedo se aúna la ignorancia, Nefer no tiene herramientas para comprender. Tal vez por eso habla de las cosechas por venir, llora cuando ordeña a las vacas y observa cómo se desmoronan sus ilusiones de conquistar al Negro.

Por un lado, el peso de la religión la somete a una culpa que no le corresponde; por otro la diferencia social y la violencia económica se vuelven una barrera infranqueable a la hora de imaginar alternativas. De algún modo, esos factores van coartando los caminos hasta acorralarla. Su madre lo dice más simple cuando habla de las mujeres de clase acomodada: “Estas son todas así, se revuelcan con cualquiera pero nadie se entera. Se las saben arreglar”. En cambio, Nefer está desamparada. Solo sabe, sí, que “el tiempo viene y todo crece, y después de crecer, viene la muerte”.

Es curioso, a pesar de haber pasado casi 70 años desde su edición original, la novela pone en juego las mismas variables que forman parte del debate actual por la legalización del aborto. Es decir, la ausencia de educación sexual, la diferencia social y económica para acceder a un aborto con la consecuente precariedad de los que tienen menos recursos, los problemas que conlleva la clandestinidad, el aislamiento de la mujer, los riesgos sanitarios, la superstición, los dogmas religiosos y las ideas relacionadas con la disposición sobre el propio cuerpo frente al valor social del feto.

Eso podría llevar al error de afirmar que el centro de la novela es el tema del aborto. Basta leer unas páginas para descubrir que el verdadero conflicto es la desprotección de una mujer frente al tabú de la sexualidad que la religión y la sociedad conservadora imponían. Nefer siente culpa, está convencida de que pecó, desconoce que fue víctima de un abuso sexual atroz. Desconoce que puede recurrir a la justicia, a su familia, a un hospital. Hay alternativas fuera de las reglas que gobiernan su mundo. Por momentos busca el alivio de la confesión, solo a veces su instinto vital lucha por sobreponerse a normas sociales obsoletas. A la larga nunca encuentra las palabras adecuadas para defenderse de eso que le pasa. Menos aún para tomar una decisión.

Más allá de eso, la combinación entre un dilema existencial y la prosa exquisita de Gallardo logra poner al lector en la misma disyuntiva que esta mujer joven y sensible, pero consciente de que dejar que siga el curso de su embarazo implica matar sus ilusiones personales. Cualquiera sea la posición sobre el tema, nadie sale indemne cuando “Nefer esconde la cara en sus manos y es como si se asomara a su miedo”. Ni siquiera ella puede imaginar el final que la espera.

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Verónica Boix - Periodista cultural.

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