Análisis: México y el otro 68

Un hecho inédito que arrancó las máscaras al gobierno y señaló el comienzo del fin del régimen del partido único. A lo largo de estas décadas, crónicas, testimonios, fotografías y películas han intentado captar el significado de este momento, silenciado por las Olimpíadas inmediatamente después.

14 Oct 2018
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IMAGEN ILUSTRATIVA DE LA AGCETA

Por Carmen Perilli

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Desde las fundaciones literatura y culturas mexicanas son una de las más potentes “máquinas de narrar” un imaginario que se debate entre tradiciones y rupturas, simbolizado por Roger Bartra en ese curioso animal llamado axólotl. 1968, año bisagra para Occidente, ha cumplido 50 años, en un 2018 centrado en el Mayo Francés. Menos notorio resulta el vasto movimiento desatado por estudiantes mexicanos, en protesta contra el avasallamiento policial que culminó el 2 de octubre con una masacre.

1968 es una fecha clave en la historia mexicana. Un momento de ruptura de los pactos posrevolucionarios. El estallido denuncia la retórica de la mitología revolucionaria y el autoritarismo del régimen del PRI. Si bien otras luchas como las huelgas ferrocarrileras dejan un gran saldo de presos políticos, las acciones estudiantiles tienen un enorme impacto. La mirada del periodismo occidental descubre el verdadero rostro de una nación que se mostraba al mundo como modelo revolucionario.

La agitación procedente del Politécnico Nacional y la UNAM comienza con una riña que provoca la intervención brutal de la policía. Y el avasallamiento de la autonomía. El día 26 de julio se realiza la primera manifestación masiva contra el gobierno. Los estudiantes entran tres veces al Zócalo, la plaza del poder. El 2 de octubre los manifestantes son entrampados. La cifra de muertos y heridos son todavía hoy motivo de discusión. Tlatelolco, el lugar de los sacrificios, fue también el de la matanza de indígenas 1519. Allí se construyó el Colegio del franciscano Bernardino de Sahagún. En esa Plaza de las Tres Culturas, rodeada de modernos departamentos, se enseñorean muerte y mito, como si la historia insistiera en repetirse.

Si para Octavio Paz, la masacre continúa la narración mexicana entendida como progreso a través de la derrota y el sacrificio. José Revueltas, encarcelado en la protesta, está convencido del carácter revolucionario del 68, afirma. “¡Somos una revolución! ¡Esta es nuestra bandera!”. En Días de guardar (1970), el cronista Carlos Monsiváis aborda Tlatelolco como un centro vacío rodeado de una constelación de eventos narrados de manera fragmentaria desde la llegada del musical Hair hasta los Juegos Olímpicos. “Ante Tlatelolco y su drama, se retiran, definitivamente trascendidas, las falsas costumbres de la representación de Don Juan Tenorio y el humor de las calaveras y los juguetes mortuorios de azúcar que llevan un nombre. Se liquida la supuesta intimidad del mexicano y la muerte”.

Pero fue La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska, la que marcó de manera indeleble la interpretación. La cronista se centra en la noche del 2 de octubre de 1968. El cuerpo central del relato está constituido por dos partes. La historia respeta la cronología, manteniendo el gesto serial de la crónica. La primera parte, Ganar la calle, narra el comienzo y el crecimiento eufórico de la rebelión marcado por un fuerte sentimiento utópico. En la segunda parte, el movimiento se convierte en trágica marcha que se cierra con la represión y la muerte. Así como la palabra es fijada por la cinta del grabador o por la escritura, el gesto y el dramatismo son atrapados por la imagen. Poniatowska reproduce en el espacio plano del texto todo tipo de materiales. Las fotografías, los grafitis, las pancartas, las declaraciones oficiales, los testimonios privados, los discursos, las canciones. Si en Ganar la calle se representa el desarrollo de la compleja rebelión a través de testimonios diversos, en la segunda parte -La noche de Tlateloco- el quietismo abona el mito del martirio que abre una nueva etapa para el país, la de la sociedad civil. No sólo la literatura sino también los cines han abordado el tema. Desde documentales hasta películas. Como ejemplo, Rojo Amanecer (1989) de Jorge Fons donde se eluden hechos y se escenifica la vida cotidiana de una familia burguesa en uno de los departamentos de Nonoalco, el día mismo de la masacre.

Jorge Volpi, quien escribe un voluminoso libro sobre las relaciones entre intelectuales y Tlatelolco, en la ficción El fin de la locura (2003) abre a un espacio mucho más vasto al 68 (“la locura que finaliza”) en el que participan tanto el Mayo Francés como el zapatismo. El libro se inaugura con la muerte del personaje y se propone como último eslabón de” la novela de Tlatelolco”.

En 2007 se inauguró el magnífico Memorial del 68 en el Centro Universitario Tlatelolco en 2007.Desde la plaza nos interpela una placa con la poesía de Rosario Castellanos:

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres / que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa, / a la Devoradora de Excrementos. / No hurgues en los archivos pues nada consta en actas. Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria. / Duele, luego es verdad. / Sangre con sangre / y si la llamo mía traiciono a todos.

A 50 años no sólo el arte continúa dando testimonio sobre el significado de Tlatelolco. Desgraciadamente la realidad se ha encargado de repetirlo en la enigmática y terrible matanza de los normalistas de Ayotzinapa.

© LA GACETA

Carmen Perilli - Profesora de Literatura Hispanoamericana e

investigadora del Conicet.

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