Arde París: nadie controla el movimiento

Por Rodrigo De Casas- Politólogo.

09 Dic 2018
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Las imágenes de los disturbios en París han recorrido el mundo, y han puesto al movimiento de los “chalecos amarillos” en el centro de la escena francesa e internacional. Pero aunque el evento que disparó el surgimiento de este nuevo movimiento haya sido el anuncio de una nueva suba en los impuestos a los combustibles fósiles, hay un consenso generalizado entre los analistas de que esto es sólo la punta del iceberg.

En particular, el análisis de Christophe Guilluy, escritor francés autor de El Crepúsculo de las Elites: Prosperidad, Periferia y el Futuro de Francia” nos deja unas profundas reflexiones. Para Guilluy, la paradoja de esta crisis no es el resultado del fracaso de un modelo económico globalizado, sino de su éxito. La sociedad francesa se ha vuelto con los años, en promedio, más rica. Sin embargo, también ha aumentado de manera considerable la desigualdad. Y en este caso, esa desigualdad se manifiesta fuertemente entre las grandes ciudades y la periferia rural francesa.

Las posibilidades de acceso al empleo son una de las mejores muestras de esa brecha. El bienestar y el empleo se han concentrado cada vez más en las grandes ciudades. Por el contrario, hay menos oportunidades y menos dinamismo en las economías de regiones periféricas. Esta división económica entre la Francia periférica y la Francia metropolitana se hace patente en un dato estremecedor: en los sectores rurales, donde el sueldo promedio es de alrededor de 1.200 euros, el gasto de combustible por mes podría llegar a rondar el 50% del presupuesto de un trabajador.

Esta segregación no es sólo geográfica, sino también cultural. Las ciudades globalizadas del siglo XXI proponen políticas que deben pagar quienes aún no recibieron los beneficios de la globalización y el desarrollo. Las regiones que no cuentan con buenos servicios de transporte y de comunicaciones, y que dependen de los automóviles para vivir y trabajar, se ven forzados a pagar los costos de la “transición ecológica” hacia autos eléctricos fuera de su alcance.

Y es en esas regiones periféricas donde surge esta marea amarilla que busca invadir las grandes ciudades.

Los gilets jaunes (chalecos amarillos, en francés) acusan a los políticos de turno de buscar llevar adelante programas típicamente “Bo-Bo” (bohemios y burgueses), diseñados desde oficinas a las que se llegó en monopatín eléctrico, pero con un desconocimiento supino acerca de lo que sucede en las rutas.

Como los chalecos que los identifican, el movimiento ha alcanzado un enorme impacto en la opinión pública donde, hasta antes de los disturbios, tenían una aceptación cercana al 80%. Al mismo tiempo, han sorprendido a la clase política, intelectual y sindical que, independientemente de su ideología o color político, ha fallado en responder. Y, más aún, fallan en representar.

Quizás la característica más “globalizada” del movimiento es la misma que les dificulta a los “modernos” Bo-Bo encarar una solución al conflicto: un actor desinstitucionalizado, informal, surgido de las redes sociales, y sin portavoces designados y representativos. ¿Cómo negociar con un movimiento tan líquido?

El viernes 30 de noviembre, el primer ministro Édouard Philippe convocó a una delegación de “chalecos amarillos”. Sólo se presentaron dos miembros de este colectivo: uno que quiso guardar el anonimato y otro que se marchó minutos después de llegar ante la negativa del primer ministro a que se filmara la reunión.

Nadie controla el movimiento. Nadie se sienta en la mesa de negociación porque no hay una organización centralizada de representación. Lo mismo sucede con las consignas u objetivos. Lo que comenzó como una protesta contra la suba de impuestos a los combustibles fósiles se convirtió rápidamente en un movimiento antigobierno. En las marchas se exige desde la baja de los impuestos hasta la fundación de una sexta república, pasando por la convocatoria a un referéndum y la dimisión de Macron. Atención: el surgimiento de otros populismos occidentales también tiene su origen en regiones periféricas: los red necks (“cuellos rojos”) de Trump y los mezzogiorno (“mediodía”) italianos...

El anuncio de suspensión de las subas de combustible no aquietó al movimiento. Con los partidos políticos e instituciones tradicionales al margen de las manifestaciones existen dificultades para entender qué es lo que quieren. ¿Quién los interpreta? ¿Quien los representa? ¿Quién consigue que esto se detenga? Ayer, el Gobieno nacional prácticamente cerró el centro de Paris y duplicó el número de agentes desplegados respecto de la semana pasada. A lo largo del país, colocó una dotación equivalente al doble de la Policía bonaerense. Aunque hubo detenciones preventivas, igualmente hubo conflictos. En estas condiciones, la pregunta es hasta cuándo van a seguir las protestas y qué las puede detener.

Por ahora, el pronóstico sigue anunciando inestabilidad.

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