Un llamativo reflejo conservador

23 Dic 2018

Por María Eugenia Aráñegui para LA GACETA - Madrid

Llama la atención la indignación que despierta en muchas personas el debate sobre el lenguaje inclusivo. Indignación que no suelen expresar -esas personas- frente a un femicidio que se hace público o ante las estadísticas que muestran que la violencia de género no retrocede. Aflora un reflejo conservador frente a una propuesta de cambio en el uso de las palabras que funciona como argumento involuntario para quienes impulsan esas transformaciones. Se trata de un debate político más que lingüístico. De una rama de un proceso histórico que exige para la mujer un lugar distinto.

La primera exigencia es el freno a la violencia física. Las sociedades del siglo XXI siguen ofreciendo muestras alarmantes de atropellos contra las mujeres.

La segunda, relacionada con la primera, apunta a la discriminación. La desigualdad jurídica, económica, social o cultural es el presupuesto de una habilitación -implícita o expresa- para la violencia física.

2018 quizás pase a la historia como el año en el que las mujeres pusieron un límite a siglos de exclusión y maltrato. El lenguaje es una herramienta. Crea, designa, jerarquiza, ordena. El debate por las palabras implica un reclamo por una paridad desconocida hasta hoy. El lenguaje no lo impone una academia ni un manual. Es el fruto de una dinámica social que recoge metamorfosis como la que se está generando en este tiempo.

© LA GACETA

María Eugenia Aráñegui -

Socióloga.

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