Alberto Tabbia y la magia de lo azaroso

Sutilezas de un escritor olvidado que debemos conocer.

23 Dic 2018
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ESCRITOR DE EXCELENCIA. Aunque escribe lujosamente, Tabbia -casi borgeanamente- aspira a ser valorado más por sus lecturas que por sus textos. clarin

“El escritor que no escribe” -todo un arquetipo- es a veces “el escritor que no publica”, dice, lúcidamente, la contratapa de este libro, atribuible a Luis Chitarroni, autor del prólogo y editor. Y agrega: “Alberto Tabbia (1929-1997) fue un miembro distinguido de esa cofradía”.

En efecto, el maestro de ceremonias de este espléndido Palacio de olvido aspira, borgeanamente, a ser valorado más por sus lecturas que por sus textos. Y cuando cae en nuestras manos un libro de tal excelencia, esa presunción hasta casi nos parece una lástima, cuando no la expresión de cierta coquetería intelectual.

Alberto Tabbia nos deleita con esa magia de lo no buscado, de lo azaroso. A través, por ejemplo, de un inmejorable retrato de ese gran escritor y promotor literario que fue José Bianco, en el capítulo titulado Palabra de Pepe. Y lo hace narrando una visita que le hizo en su casa de un modo tan vívido y espontáneo que nos parece estar allí.

Con igual lujo verbal, el autor aborda temas en apariencia menores, los “de una infancia suburbana”: su vida de chico, el luto de rigor en esa época, el antiperonismo acérrimo de los suyos y de él mismo, su desesperado anhelo de huir de ese campo de concentración nazi que él sentía la Argentina de Perón.

“La eternidad -escribió Willam Blake- ama las obras del tiempo” y Tabbia consigue, alquímicamente, transmutar lo mundano, prestarle eternidad. De ahí que nos conduzca a recorrer esa “larga pequeñez”, ese “museo de lo efímero”, esos “tablados porteños” y el “paisaje con fantasmas” con un idioma cuyo esplendor lo convierte en el verdadero protagonista.

© LA GACETA

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