Opinión: sobre el lenguaje exclusivo

Somos testigos de la emergencia y evolución temprana de una corriente derivada del buenismo. Los alienta la noble idea de promover y -no es lo de menos- de mostrarse promotores de la igualdad de género. Se reconocen por usar sustantivos y adjetivos asexuados.

23 Dic 2018
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IMAGEN ILUSTRATIVA DE Plumas Atómicas

Por Ricardo Grau para LA GACETA - Tucumán

El lenguaje define al humano en su condición sobresaliente. Es lamentable que las características anatómicas distintivas de un aparato bucal capaz de hablar estén conformadas por tejidos blandos que no quedan en el registro fósil: eso dificulta a los antropólogos identificar su origen en la evolución temprana de los homínidos. Sin embargo, pocos dudan de que el lenguaje haya sido clave para desarrollar el intelecto, expandir las funciones del cerebro, en fin, modelar al sapiens por decenas o cientos de miles de años. De esta convicción surge la idea, liderada por Noam Chomsky y Steven Pinker, de considerar al lenguaje un “instinto” con raíces innatas; interpretación que permite hipotetizar funciones evolutivas distintas y adicionales a las obvias ventajas supuestas por una herramienta eficiente para trasmitir información acerca del mundo. Por ejemplo, Robin Dunbar ha ponderado el rol de estructurador del tejido social, cimentador de alianzas, lealtades, enemistades: de ahí nuestro innato placer por el chisme. Se piensa que cualidades de apariencia marginal como los modismos, el acento o la tonada juegan un rol central en la significativa tarea de discriminar a propios de extranjeros (presuntos leales de potenciales traidores); a esto se debería nuestro espontáneo rechazo por quienes hablan nuestra lengua con detalles extraños y el resabio placentero que nos produce escuchar las voces del pago en el exilio.

Un sello de la tribu, la bandera, la camiseta, en la forma de pronunciar las erres, vocear o conjugar los verbos. Un tucumano se reconoce coterráneo del oficial Gordillo y eso le genera simpatía. Desconfía de un porteño que se auto refiere como “sho” o de un gringo que pronuncia “la clima” o “la mapa” con vocales que no suenan exactamente como debieran. Este certificado verbal de pertenencia no sólo funciona para definir herencias con raíz territorial; tribus de formación incipiente emiten su propio pasaporte. Las disciplinas académicas refieren a cosas mundanas con terminología sofisticada para contrastarse con una mayoría de legos. El lumpen delictivo, los cultos estéticos o deportivos, las elites sociales, económicas o culturales, los guetos, los partícipes de algún tipo de especialización; todo grupo que tome seriamente su vocación de identidad la refrenda con ornamentos verbales que solo son manejados con solvencia y naturalidad por los miembros auténticos, que excluyen a los advenedizos y que por lo común suponen algún tipo de superioridad y ventaja en pertenecer. Cofradías de ambición revolucionaria quisieran ser masivas con el tiempo, pero en sus inicios (hasta donde llega la mayoría) certifican su elitismo iluminado con detalles lingüísticos.

Somos testigos de la emergencia y evolución temprana de uno de estos grupos exclusivos; una corriente derivada del buenismo, lo que Schkolnik identificó como la doctrina de la bondad. Los alienta la noble idea de promover y -no es lo de menos- de mostrarse promotores de la igualdad de género; se reconocen por usar sustantivos y adjetivos asexuados. Pueden, digamos, convocar a “compañerxs profesorxs”, aseverar –afrancesados- que “mis amigues son buenísimes” o así por el estilo. Su discurso tiene características novedosas y sorprendentes. Se trata de un modismo más escrito que hablado, por tratarse de un producto de tiempos en que el flujo comunicativo ha pasado del sonido al teclado. Y, más importante, porque aún a los entusiastas les resulta embarazoso expresar a viva voz que “hay exámenes aplazadxs y aprobad@s”. De momento es restringido en temáticas, es por ejemplo inusual que refiera a “ex presidentxs corruptxs” o exprese solidaridad con “usuaries de pañueles azules”. Al léxico lo llaman “lenguaje inclusivo”, “inclusive”, “inclusivx” o “inclusiv@”…difícil saber para un extraño.

© LA GACETA

Ricardo Grau - Profesor titular

de la UNT, Investigador

principal Conicet.

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