Dilemas del lenguaje inclusivo

Es una interesante encrucijada política y filosófica. Las modificaciones nos hacen cuestionar nuestra propia postura ante la lengua y el género. En este aspecto ya es un éxito, por hacer visible lo que parecía un medio neutro –el lenguaje- y una clasificación natural –masculino/femenino-

23 Dic 2018
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Por Santiago Garmendia para LA GACETA - Tucumán

Es poco tiempo para poder hacer un balance, pero es obvio que (a) se puede estar de acuerdo con las reivindicaciones de género sin tener que recurrir a la segunda vocal abierta de nuestro idioma y (b) que utilizarla no convierte inmediatamente al hablante en un defensor de la causa. Siempre hay margen para el engaño y la impostura. No creemos a la gente por lo que dice, sino por lo que hace, lo mismo debe ocurrir con cómo lo dice. “Los hombres tienen más derechos que las mujeres” es una frase perfectamente construida desde lo formal, por más que su contenido es desde luego despreciable. Igualmente con “Hay que pegarles a lxs chiquxs”, si se quiere, es una barbaridad inclusiva.

“El lenguaje en el lenguaje”

Nuestro idioma permite recursos para evitar el género, utilizando “gente”, o “audiencia”, por caso. Pero la cuestión va más allá de explotar su capacidad expresiva, sino de interpelarlo. Así pensado nos salen al cruce dos riesgos de esta militancia lingüística: por un lado, si se instaura como una obligación gramatical, se puede malograr su condición revolucionaria al pasar a ser de la institución de la lengua, a la mansedumbre de la Real Academia, una academia que es al habla lo que la iglesia y su teología a la religiosidad popular. El segundo riesgo es que puede tener el indeseable efecto de aislar en vez de universalizar las consignas y a quienes las sostienen con tanta valentía y convicción.

Pero como dijimos al comienzo ya tenemos el resultado altamente positivo de haber tomado conciencia de que el lenguaje no es inocente (mal podría serlo si los hablantes no somos precisamente seres de luz). La incomodidad que produce el lenguaje inclusivo al hablarlo o escucharlo nos despierta nuestra imaginación sociológica, nos lleva al ejercicio de rastrear los términos y las imágenes que asociamos con naturalidad, para encontrarnos con la clasificación arbitraria en la base de nuestro lenguaje. Esta discusión sobre “el lenguaje en el lenguaje” es algo que hubiera fascinado a más de un lógico del siglo XX, porque se trata de poner sobre la mesa la mesa misma, si me permiten la metáfora. Esto lo hace mucho más complejo al asunto, porque estamos hablando del instrumento mismo de la comunicación, que revela que no es sólo un vehículo de pensamientos que conecta a los individuos como si fuesen islas autónomas, sino un configurador de sujetos, un constructor de mundos, el amo del archipiélago. Nos hace despegarnos de la visión individualista del lenguaje para ver que el lenguaje es una institución social, no hay tal cosa como un idiolecto porque no puede un sujeto por su propia voluntad decidir el significado de las palabras. Pero eso no implica que sea un hecho social como lo entendía Durkheim, externo y coercitivo respecto a los hablantes. Este equilibrio es lo que intentó mostrar Lewis Carroll en Alicia a través del espejo cuando Alicia discute con el huevo llamado Humpty Dumpty:

Humpty Dumpty dice (a Alicia)- Ahí tienes gloria para ti !

! No sé que quieres decir con “gloria”- dijo Alicia.

Humpty Dumpty sonrió con desdén. –Por supuesto que no lo sabes, hasta que yo te lo diga. Quise decir “ahí tienes un buen argumento derribador para ti”.

Pero “gloria” no significa “un buen argumento derribador”- objetó Alicia.

Cuando yo utilizo una palabra -dijo Humpty Dumpty en un tono bastante despectivo- significa exactamente lo que yo elijo que signifique, ni más ni menos. (Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, Capítulo VI).

Humpty Dumpty cree que puede hacer que las palabras signifiquen lo que él quiera, mientras que Alicia, como los niños, que los significados pertenecen a determinadas palabras y que son definitivos e inalterables. Los extremos anulan la idea misma de un lenguaje: porque no hay “mi lenguaje”, un algo al que tengo un acceso privilegiado, ni tampoco “El lenguaje” como una realidad suprasensible idéntica siempre a sí misma. Me gusta la idea de Wittgenstein de “juegos del lenguaje”, es decir de prácticas sociales histórica y socialmente regladas. Donde puede desde luego haber innovación, pero ésta se produce en el propio seno de la comunidad de hablantes. Ahora bien, entonces las enmiendas que se propone el lenguaje inclusivo no pueden dirimirse en el tribunal de la RAE, pero tampoco puede quedar como un código elitista.

Imposiciones

¿Qué molesta tanto?, me decía un colega con quien discutíamos el tema. Lo que molesta, creo, es que en tanto hablantes nos digan cómo hablar. Volviendo a Carroll, lo que ocurre es que somos un poco conservadores “Alicia” pero también cuestionadores “Humpty Dumpty”, somos tanto reproductores como creadores de la lengua -y de todo lo que ella implica. Lo que nos hace sujetos portadores de responsabilidad y de dignidad es el margen de libertad que contamos para hacer la comunicación más feliz, la posibilidad de reflexionar sobre cómo hablamos. Quizás los debates han sido demasiado sobre la semántica y la sintaxis cuando no sea un tema tanto de los conceptos o de las estructuras válidas para todas situación esperable, sino de acciones prácticas y concretas. Como la cortesía. Lo digo porque hace poco tuve la oportunidad de escuchar a dos alumnas (eran mujeres), utilizarlo en una ponencia con toda naturalidad, sin sobreactuación. Conocían a la perfección el idioma español, tal como lo enseña la RAE, como lo usa Alatriste. Pero recurrieron a la “e” como una sutileza oportuna para la audiencia, un acto performativo, parecido a un saludo. Un buen saludo.

© LA GACETA

Santiago Garmendia - Escritor,

profesor de Filosofía de la UNT.

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