Alejandro Borensztein: “lo que hago es mezclar lo poco que sé”

Lo que hace todos los domingos en la página 2 de Clarín no tiene equivalentes nítidos en otros medios. Borensztein no es periodista, no tiene fuentes, llegó al diario por casualidad y construye sus textos -de los más leídos de la prensa argentina- con su cabeza de arquitecto, la vieja gimnasia que adquirió escribiendo los guiones de su padre -el inolvidable Tato Bores- y con una variedad de intereses. Poco inclinado a conceder entrevistas, aquí revela parte de su fórmula y cuenta cómo lidia con el humor social, los límites del humor y su amistad con el presidente Macri.

20 Ene 2019
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Perfil

Alejandro Borensztein es arquitecto, escritor, guionista y productor televisivo. Como arquitecto trabajó con Clorindo Testa, obtuvo una maestría en la Universidad de Columbia y llevó adelante numerosos proyectos propios. Fue guionista en el programa de su padre, Tato Bores. Junto con su hermano Sebastián produjo muchos ciclos televisivos exitosos. Fue presidente de Capit (Cámara Argentina de Productoras Independientes de Televisión) entre 2009 y 2016. Desde 2008 tiene una columna en Clarín. Es autor de siete libros. El último es Balcarce, el perro que derrotó al kirchnerismo (2017). .

- Sos un columnista con un estilo muy diferente al resto. Un arquitecto que ejerció mucho su profesión, que trabajó como guionista y productor televisivo, que fue dirigente del sector de productores televisivos por varios años y que, sin fuentes ni experiencia periodística previa, llega a escribir una de la principales columnas del diario argentino de mayor circulación casi por casualidad. ¿Esa diversidad profesional y de intereses, combinado con el desembarco fortuito en un medio, explica la singularidad de tus notas?

-Fundamentalmente soy arquitecto. Si tengo que decir para qué me formé, qué estudié y de qué trabajé toda la vida es de arquitecto. Y la arquitectura te formatea la cabeza de una manera particular. Efectivamente llegué a la columna de Clarín de una manera fortuita y el único expertise que traía era el haber escrito, muchos años antes y junto con mi hermano Sebastián, los programas de mi papá. Por lo tanto sí tenía una gimnasia en el humor político y en la presión de hacerlo semana a semana. Pero me había alejado de eso; producía televisión sin escribir en otro tipo de formatos y seguía trabajando como arquitecto. La aparición en el diario no fue planificada. Para mí es una lección de vida sobre las cosas que uno no planifica. Es más, cuando producía lo que más tedio me provocaba era escribir y me hubiera encantado encontrar a alguien que lo hubiera hecho por mí. Hoy llevo once años escribiendo una página de humor. Ya escribí siete libros y me gusta decir que casi escribí más libros de los que leí. Lo que hago es mezclar lo poco que sé. Por eso me gusta mezclar el fútbol con la ciencia, con la política, y darle un giro, una mirada distinta, que termina siendo humorística. Hay mucho de lo que tengo en la cabeza como arquitecto y como productor de televisión. Son trucos que no me gusta contar pero, en el fondo, estructuro una página de humor con la misma estrategia con la que pienso un proyecto de arquitectura. Y también -algo que es más visible- uso las estrategias de la tele. Uno de los últimos ciclos exitosos que hicimos con Sebastián se llamaba “Tiempo final”, inicialmente para Telefe y luego para Fox y muchos países del mundo. Allí lo que decíamos es que teníamos un minuto para enganchar a la gente. Eso también hago en mis columnas. Se que no puedo arrastrar al lector hasta la mitad de la nota, porque no va a llegar. Ya les conté parte de mi secreto.

- ¿Cómo encontrás la manera de llevar al límite el humor para decir cosas que son políticamente inapropiadas? ¿Hay un límite? ¿Dónde lo ves?

- Tengo una libertad absoluta para escribir lo que quiera. El límite me lo autoimpongo. Se trata de una página en el diario más masivo de la Argentina. Recuerdo una tapa de la revista Barcelona, previa a un balotaje en la ciudad de Buenos Aires entre Filmus y Macri (que aparecía como ganador indiscutido en todas las encuestas), que decía “Gana Filmus”. Y abajo, muy chiquito, decía “Siempre y cuando aparezca el cadáver de Julio López debajo del Museo de la pasión boquense”. Cuando lo leí me produjo escalofríos. Me pregunté cómo se animaban a decir eso. Después lo pensé y me dije Barcelona con ese título está recordando que tenemos un desaparecido en la democracia. Pero también pensé que ese chiste no se podía hacer en un medio masivo sino en uno de nicho. En mi caso creo que hay cosas sobre las que no hay humor posible: desaparecidos, lucha de madres y abuelas... Siempre pienso que del otro lado hay un tipo que te quiere y al que puedo lastimar.

- ¿En qué medida podés lograr independencia de tu propia audiencia, del humor social, de las lunas de miel de turno? ¿Y qué ocurre con la investidura presidencial? ¿Impone algún grado de respeto?

- Con respecto al humor social, no escribo pensando en eso. Es más, a veces me planto enfrente. Escribo en base a mi propio humor y a lo que siento que pasa. En cuanto a los presidentes, es muy finito. Cuando empecé a escribir pensaba, por ejemplo, que Cristina tenía otra estatura como estadista y que no podía desplegarla porque el marido la tenía acorralada. Y eso me hizo establecer un vínculo particular con ella. Desde la página, obviamente, porque no la conozco personalmente. Posiblemente la nota que haya disparado la columna fue aquella en que le propuse que se divorcie. Le decía que tenía tipos para presentarle. Era un juego seductor y al límite. Luego me resultó más dura su propia política y todo cambió. Con Macri es distinto porque tengo el problema de que uno quiere que a su gobierno le vaya bien. Y tengo el problema personal de que es mi amigo, desde antes que fuera presidente. La noche anterior a que asuma, le dije que a partir del día siguiente no lo llamaría más. Le dije “Te van a llamar millones de tipos. Vos podés contar conmigo si querés comer un asado, podés llamarme pero yo no te voy a llamar por los próximos cuatro u ocho años”. Hasta ahora cumplí. El me llama mucho pero yo no. No escribo para él, ni siquiera para el diario. Escribo para la gente que lee la columna. Mi lealtad está ligada a los lectores y a mis ideas. Igual ahora le encontré la vuelta de hablarle al gato. Y creo que termina siendo un boomerang para el kirchnerismo porque el gato termina siendo simpático.

- ¿Qué te gusta dentro del humor político? ¿Qué te hace gracia?

- Ya no existen programas de humor político porque hay humor en cada programa, incluso en noticieros. Se acabó en la Argentina el formato de programa de humor político. Quizás sea antipático lo que voy a decir pero me engancho más con algunos productos de humor americanos. Me gustan los Late night. El contenido es fuerte, atrevido, original y gracioso. En el contexto actual, con Donald Trump, se han transformado casi en la principal oposición. The New York Times tiene una sección que cuenta qué pasó la noche anterior en los Late. Y el propio Trump les contesta en vivo. Acá estamos muy lejos de eso. También disfruto clásicos. Groucho Marx, Woody Allen, etcétera. El presente argentino me cuesta porque se confunde el humor político con un tipo disfrazado de político y eso es algo muy distinto. Humor político no es un tipo que con el acento de Menem te cuenta un chiste de gallegos. El humor político es más difícil. Cuando hacíamos el programa con mi viejo no teníamos un “Menem” que se pareciera al original. Eso no importaba, lo que importaba era la construcción.

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