La paranoia de ser feliz

Reseña del libro El pez que nada, de Alejandro Güerri.

01 Feb 2019
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(*) Por Mario Flores

 

Alguien va a leer alguno de los poemas de este libro y se le va a salir un tornillo: por simple sorpresa ante lo que allí se edifica (la forma de lo que se dice, la intensidad con la que se ‘cuenta’, las partículas de lo obvio: lo que se reconoce) y también por una cuestión de ritmo. El ritmo lo es todo, dicen: hilo conductor, equilibrio de ambientes, tonos de voz estables… una palabra de más - un vocablo, una rima, alguna insuficiencia metafórica - y el ritmo con que esa voz va “poemando” se ve comprometida. Por eso hay quienes recurren al laconismo en búsqueda de una cierta síntesis, una cierta agudeza del lenguaje, donde menos es más. O, como dice Alejandro Güerri en El pez que nada (Añosluz Editora, 2018): “menos es menos”.

Publicado a fines de 2018 (cuando las novedades ya son parte del año que viene y se lanzan promociones de lanzamiento, reedición y compra con envío gratis) el libro de Güerri incluye poemas originalmente incluidos en Oriental, un microlibro editado por CILC en 2010 (dice un apartado al final de los poemas y antes del índice). Y me gusta mucho ese término (microlibro) más allá de su composición estética (cantidad de páginas, modo de editar independiente y casi casero, formato y soporte diferente al libro mainstream que ocupa las vidrieras convencionales), porque ayuda a entender algunos de los poemas de El pez que nada: se trata de un libro que podría ser un libro de pequeñas escenas aisladas en la vida de unos personajes sin rostro, pero fervientemente vivos. Un padre con la memoria deshilachada que aparece y desaparece, los amigos de quienes nos despedimos a través de recuerdos de patio, los perros que paseamos y las películas que nos narran como otros personajes.

En la definida brevedad de los poemas de Güerri hay una ligereza bien disfrazada: las escenas son reducidas a lo mínimo indispensable, así como las voces que habitan esa escena: somos nosotros y la lectura de una realidad que se cae a pedazos. (Lo bucólico también tiene su momento en el libro, en un par de poemas que aluden a la naturaleza, la forma externa de una idea fugaz de belleza). El poema que se titula ‘Permeable’ dice: “no estoy cerrado a nada / no estoy abierto a todo”. Parece un grafiti a la vuelta de la esquina de cualquiera, o la frase contundente del estribillo que cualquiera puede cantar. Pero no hay que confundir poesía con refranes pop. En este caso, lo conciso es traducción de lo irreparable: esto es así y nada puede hacerse ante la exuberancia del mundo que convulsiona: “un dinosaurio de plástico estira los brazos / y no alcanza a abrazar nada”.

In silence we walk away

 

No queda nada en pie de lo que conocimos.

El agua no se hizo nieve,

ni la nieve agua.

Siempre supiste silbar en la tormenta

y ahora estás tan callada.

Cuánto abandono de sí en acompañarse,

pero qué grandeza de espíritu

poder ser de otro.

Esta es la escena donde te vas

caminando de espaldas

hacia el horizonte

y el amor queda fuera de foco.

Los poemas más crudos del libro pueden ser los que dejan un pequeño vestigio de tristeza irreverente: los poemas que desglosan la muerte, las partidas y las roturas: “amar es más difícil que tejerle un suéter a un pulpo”. Pero en esa búsqueda precisa de golpe directo es más veloz el alcance de una certeza, una suerte de recordatorio. Puede decirse que a nadie le interesa saber qué pasará cuando a un poeta se le rompa la patita de su silla, algo muy banal para hacerse poesía (para leerlo como poesía), pero en las palabras de Güerri es casi un manifiesto de la volatilidad de la existencia:

Doméstico

 

Cuando se rompa

la pata de la silla,

aceptar lo impar.

El haiku ayuda a ingresar a un mundo privado donde las palabras pueden parecer escasas, pero son las indicadas. Ayuda a constatar de una vez que los libros más ligeros (más light, por su extensión, estilo, alternancia o sencillez de lenguaje y montaje) son en realidad pesados objetos bien desmalezados: ninguna sílaba está de más. El guerrero pacífico que escribe siempre está dirigiéndose a alguien, a algo que no está aquí ahora, pero que atraviesa el discurso y el dibujo del poema.

Pelea de fondo

 

En vez de conocimiento,

un cachetazo de realidad.

En vez de iluminación,

una trompada en el ojo.

En vez de la maravilla,

el nocaut.

Ya estamos un poco grandes para andar explicando que la poesía también surge de los escenarios más propensos al estallido (aunque siempre hay preciosistas listos para rasgarse las vestiduras). Esta prueba y error del poema make in home, by yourself contempla un estudio y una preparación previa, aunque el poema suene simple a primera lectura. Y es que son necesarias diversas lecturas para poder insertar el poema en el escenario real, hallarse dentro de él y ahí recibir el golpe. Para eso es necesario crudeza, visceralidad: un proceso escriturario donde se resta en lugar de engordar el bloque de texto. Así como el boxeador debe desechar capas y capas de inútil grasa antes de ganar el título.

(*) Poeta, escritor. Autor de la novela Hikaru.

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