Lisboa se convirtió en el destino europeo más cool

Historia, moda, tendencias y arte en una ciudad increíble.

09 Mar 2019

Madonna, John Malkovich, Mónica Belluci, Christian Louboutin y Cristiano Ronaldo son algunas de las figuras internacionales que se enamoraron de la capital de Portugal. En cualquier época del año y con un sinfín de atractivos, no solo seduce a quienes la visitan por primera vez, sino que se reinventa y logra que el turista vuelva y siga descubriendo nuevas propuestas.

Aquí, algunas de las razones por las que la ciudad del “fado” se puso de moda:

Alegre y vibrante: Lisboa es colorida por donde se la mire. Visitar Alfama es sinónimo de adentrarse en el corazón de la ciudad y palpitar su historia. Se trata de uno de los barrios más antiguos, con edificios típicos, que alguna vez fueron residencias de pescadores, se preservan las fachadas con sus azulejos, balconcitos y las calles empedradas. Un ambiente rodeado de flores y rincones instagrameables, con restaurantes pequeños en donde suena de fondo la música portuguesa más popular, el fado.

Sin tantas subidas y bajadas, la Baixa, el barrio céntrico, está plagado de comercios y entretenimientos para todas las edades. Pero lo que más se destaca es el Elevador de Santa Justa: un ascensor de 45 metros que regala una vista panorámica asombrosa.

Miradores de lujo: asentada sobre siete colinas (São Jorge, Santa Catarina, São Roque, São Vicente, Santo André, Sant´Ana y Chagas) tiene las mejores vistas desde cualquier rinconcito que se pretenda descubrir. Sea subiendo escaleras, lomadas y calles empinadas, o transportándose por los típicos tranvías o elevadores, se disfrutarán de unas panorámicas inigualables, con el telón del río Tajo de fondo.

La lista de miradores es infinita y siempre se encontrará uno en cada zona donde se vaya. Lo ideal es alternarlos y disfrutar de ellos en diferentes momentos del día: algunos son mejores al amanecer; otros, al atardecer, o en el momento que sea mágico para cada uno. Entre los que se destacan están: Miradouro das Portas do Sol, Mirador de San Pedro de Alcántara, Miradouro de Santa Luzia, el de Santa Catarina, o el que está situado en la colina más alta Miradouro da Nossa Senhora do Monte.

Vieja y moderna: según dicen, hay que inspirarse en lo viejo para crear lo nuevo. Y esta parece ser la máxima de una Lisboa que alberga más de 800 años de diversas influencias culturales mezcladas con las tendencias más modernas. Por un lado, se puede recorrer la historia a través de los edificios culturales, entre los que se destacan la Torre de Belém, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco. Está muy cerca del Monasterio de los Jerónimos, Patrimonio de la Humanidad y de donde provienen los auténticos pasteis de Belém.

Mientras tanto, dentro de una vieja y aparentemente derruida pensión funciona uno de los bares más cool: el “Pensâo Amor”. Decorado como un antiguo cabaré, invita a entretenerse en diferentes espacios que van desde una peluquería fetiche hasta una librería erótica. A lo moderno también lo encontraremos en boutiques de diseño con marcas exclusivas y tiendas que dejan boquiabierto a cualquiera.

Artística en su esplendor: solo basta con tomarse el tranvía 28 (es el mejor para ver gran parte de la ciudad), bajar en el Bairro Alto y observar como Lisboa habla mediante el street art. Con dibujos, pinturas o frases que expresan sobre el amor y la vida cotidiana, las paredes parecieran estar vivas. Pero no solo encontraremos los grandes murales de artistas como Antonio Álves, sino además importantes galerías y centros culturales.

Una visita obligada es LX Factory en el Barrio de Alcantara, una antigua área industrial que concentra arte, moda, diseño y bares alternativos. Ideal para un paseo inspirador.

Lisboa crece y se potencia con su titulo de “ciudad trendy” bien merecido. Una capital digna de imitar.

> “Quiero más, pensé…”
Como si la magia de Lisboa no hubiese sido lo suficientemente fuerte para hechizarme, algo me decía que Madonna o Mónica Belluci tenían aún más motivos por los que habían decidido vivir en este paraíso cultural. Y ahí estaba, sería la cercanía hacia un verdadero cuento de hadas: la ciudad de Sintra. Después de tomar un galão (café con leche) pregunté a un lisboeta cuál era la mejor forma de llegar y gracias a su amabilidad (todos siempre sonríen) tomé un tren que en 20 minutos me dejó en el pintoresco pueblo. Como si estuviese dividido entre el área de lo aburrido y de lo divertido, está la zona baja. Posee algunos edificios y museos interesantes pero no “woww”, y como un capitulo aparte, en lo alto de la colina se encuentra el gran espectáculo: el Palacio Pena, declarado Patrimonio de la Humanidad y en donde veraneaban los reyes. Lo recorrí desde una punta a la otra, imaginándome como viviría el rey “artista” Fernando II de Portugal con semejantes vistas, mientras pedía a un grupo de alemanas que me sacaran fotos.  Hablando de veraneo, con los 30 grados de calor que marcaba mi celular pensé: “seguramente Lisboa tiene aún más para ofrecer”. Y como una insaciable de las mil millones de ventajas que un destino tiene para ofrecer, al día siguiente terminé “escapándome” de Lisboa y, a tan sólo 40 minutos, desemboqué en las magnificas playas de Cascais, ideales para relajarse un fin de semana.

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