Roma: Cuentos de sirvientas

La película Roma, con la que Alfonso Cuarón ganó el Oscar, ha producido un profuso debate alrededor del personaje de Cleo, basado en la nana familiar (Libo) y protagonizada por Yalitza Aparicio. La tierna y nostálgica mirada del director no atenúa los aspectos amargos de la relación.

31 Mar 2019
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Por Carmen Perilli

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Muchos de los relatos que circulan en los medios están centrados en la muchacha inocente y pobre que se enamora del joven hijo del patrón. Con padecimientos indecibles, la oruga convertida en mariposa resulta tener un origen diferente.

Es notoria la escasez de películas latinoamericanas que evitan esa perspectiva tramposa. Condenan la servidumbre, pero la explotan a morir en sus fábulas. Se trata de mostrar la compleja relación entre criadas y familias que domina el imaginario latinoamericano, en especial en las últimas décadas del siglo.

Omar Acha señala que “Los imaginarios sociales sobre las empleadas domésticas proveyeron motivos ideológicos esenciales para la cristalización de representaciones conscientes e inconscientes de la feminidad… imaginarios complejos y conflictivos, repletos de nudos y contrariedades”.

En la película Roma, del mexicano Alfonso Cuarón, o se puede dejar de señalar las distancias- materiales y simbólicas- entre mundos y modos de vida de las empleadas mixtecas y la familia de clase media en la colonia Roma de la ciudad de México. Una Roma que tiene amos y esclavos. En la narración está el afecto desigual donde Cleo paga la cuota más alta con su vida personal y toma a su cargo el sostén material y afectivo. Cumple con la función maternal inclusive con la patrona.

En la mexicana Hilda (2014), de Andrés Clariond, Susana es un ama de casa ignorada por el marido, que se burla de su pasado de militante izquierdista y la humilla. En busca de una nana que cuide de su nieto, contrata a la esposa de su jardinero. Es la Hilda del título, por quien desarrolla una obsesión. Se acerca, le habla de sus ideas marxistas y se viste como ella. Hilda intenta volver a su casa y Susana la secuestra. Apartada de la madre, la sirvienta se convierte en la depositaria de mundo prohibido lleno de erotismo.

En La teta asustada (2010), de la peruana Claudia Llosa, la protagonista es Fausta, una indígena que huye de la violencia de la guerra interna y debe instalarse en los barrios marginales de Lima. La madre le deja un fuerte mandato: debe llevar su cuerpo de vuelta a su tierra. Para hacerlo debe aceptar un contrato con Aída, la patrona, una cantante estéril que le compra el canto con perlas. Así como la patrona usa la canción y la voz de Fausta, también Llosa usa las voces indígenas y las repone de otro modo, en otro lugar. Fausta recupera su canto.

Las tres películas describen los intrincados vínculos entre empleadas y sus empleadoras.

El cine argentino ha brindado imágenes potentes. Una de las más eficaces está en La ciénaga, de Lucrecia Martel, donde amas y criadas se mueven en un clima siniestro y asfixiante. Criada (2009), de Matías Herrera Córdoba, puso en escena la historia real de Hortensia, una mujer mapuche de 53 años nacida en el sur que, después de 40 años, sigue trabajando en Catamarca sin recibir pago alguno. Quizá una de las películas más logradas es Cama adentro, de Jorge Gaggero (2005). Norma Aleandro (Beba), una señora venida a menos, y Norma Argentina (Dora), una mucama, viven en un clima de decadencia, intentando mantener las apariencias, en relación de mímesis. Cuando Beba se viene abajo, Dora la sostiene, toma las riendas de la casa y acaba por ser el único refugio de la anciana, que no sabe qué hacer sin ella.

La nana (2009), película chilena en tono de sátira, se centra en la nana que dedica su vida a la familia, y es capaz de atacar por defender lo que cree suyo. El personaje se encuentra muy bien compuesto por todas sus complejidades, miedos, conflictos, amores, deseos e intereses. Un personaje muy querible que, de algún modo, se ha convertido en el centro de la familia.

El poder de narrar

Las visiones idealizadas de las criadas conviven con otras siniestras. Quizá unas de las imágenes más siniestras se encuentran en la novela El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso. En un asilo se esconde a ancianas sirvientas de las clases altas chilenas, que en rondas pregonan los secretos inmundos de sus antiguos patrones. Para Donoso no se concibe la sirvienta sin el ama, una díada que domina al hombre. En su visión las imagina como esperpentos, fantasmas que vigilan y conocen los rincones más oscuros. Coronación (2000), también de Donoso, llevada al cine por Silvio Caiozzi, muestra la oposición entre vitalidad y decadencia; entre la joven sirvienta y la abuela, decrépita reina de la gran casona coronada por sus viejas cuidadoras.

No puedo dejar de referirme a la canadiense Margaret Atwood, quien en Alias Grace crea un desafiante personaje llevado a la pantalla en Netflix. En el mundo de Atwood la sociedad vuelve incluso a un mundo primitivo, arcaico. Inspirada en Las mil y una noches, contar una historia es la única posibilidad para sobrevivir. “Nadie se cuenta un cuento a sí mismo. Siempre hay otra persona”. Grace se salva tejiendo fábulas que sumen a sus destinatarios en la perplejidad: ¿asesina o víctima? Nunca lo sabremos. En la alegoría está cifrado el mensaje: sólo narrando podemos vernos a nosotros mismos. De ahí el valor de estas películas.

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Carmen Perilli - Escritora, profesora de Letras.

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