“La derrota del deportista no transcurre en silencio"

Aunque es un referente del periodismo deportivo, su talento y profesionalismo lo colocan en la nómina de los grandes periodistas a secas. La publicación de Juego, luego existo, libro que resume sus 40 años de trabajo, es la excusa para que nos hable del oficio, de las claves de su técnica y rutinas, del lado humano del deporte. Dice que siempre le gustó escribir sobre la gente que decide ser quien es y elige, por esa razón, a Muhammad Alí como el deportista que más admira. Revela sus obsesiones, habla de los momentos difíciles y nos regala una invalorable lección de periodismo.

31 Mar 2019
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“EXPERIENCIA ÚNICA”. Maradona eliminando a Italia en 1990.

ENREVISTA A EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Juego, luego existo (Sudamericana) es el nuevo libro de Ezequiel Fernández Moores, referente del periodismo deportivo en nuestro país. El contenido -seleccionado y editado por su colega Alejandro Wall- va desde notas publicadas en sus inicios en el periodismo a las crónicas que aparecen en el diario La Nación y en LA GACETA. El siguiente es apenas un resumen de una extensa charla que mantuvo con este diario. Opinó sobre el periodismo actual, la influencia de las redes sociales en la prensa, los deportistas que lo marcaron. Destaca que, más allá de las herramientas, lo que más le interesa es contar una buena historia. Interés que impulsa la redacción de los textos que, al fin de cuentas, disfrutamos sus lectores.

- ¿Podrías mencionar alguna diferencia en tu estilo respecto de hace 40 años y el que te identifica ahora?

- El Ezequiel de hace 40 años era esencialmente de agencia periodística, aunque también empezaba a escribir en El periodista. Pero aún tenía un estilo más rígido, inevitablemente vinculado al de la agencia. Me parece que el tiempo fue alivianando el estilo, intentando al menos hacerlo más ágil. No menos profundo, sino más liviano. Jugar un poco más con la palabra. Eso me parece que es más de la última etapa. Por otro lado, creo que sigo priorizando el dato duro. Siempre envidié a Juan Sasturain, que cuando le das un vaso vacío te escribe 40 líneas bellas. Yo no puedo hacer eso. Puedo averiguar por qué quedó vacío, quién lo vació, quién se lo va a llevar. Necesito esa información dura para escribir. En eso me reconozco 100% periodista. Aún así, me parece que en los últimos años empecé a eliminar datos duros. Me daba cuenta de que depuraba datos de las notas. Demasiado dato a veces hace que la belleza del texto pueda quedar opacada. O sea, sigo escribiendo con el dato, pero elimino muchos, porque suele haber sobreabundancia. Lo hago para ver si el texto puede, justamente, tener más belleza. Hoy prefiero eso antes que la precisión quirúrgica.

- ¿En qué momento sentís que una nota está terminada?

- Alguien una vez me dijo, cuando escribía el libro de Bonavena (Díganme Ringo), “Ezequiel, los libros nunca se terminan. Se abandonan”. Me resultó curativo eso. Porque siempre se puede mejorar algo. Siempre puede haber otro testimonio, otro dato. Entonces renuncié a la perfección gracias a esa persona que me dijo esa frase. Eso lo adopté también para los artículos. Soy muy obsesivo. Leo en la compu y luego necesito leer el texto impreso. A veces hasta leo en el subte porque necesito abstraerme. Una cosa es leer en el silencio de la madrugada en tu casa y otra con el ruido del subte. Es como que la música suena distinta.

- ¿Escribís tus notas de La Nación y LA GACETA en las madrugadas?

- Escribo mucho de madrugada. Las escribo en la madrugada, aunque no el cierre. Pero sí lo que creo que será el texto, al que siempre le encuentro otra vuelta. Tiene más que ver con pensar ese texto. He llegado a acumular 200 páginas de información para que queden cuatro. Escribo las entrevistas mientras converso. Saco textos de distintos lugares. Una media de lo que puedo acumular es de 100 páginas, de las que quedan cuatro. Es depuración, depuración, depuración. No elimino, sino que dejo material afuera. Siento que ese silencio de madrugada me ayuda a pensar todo eso.

- Publicaste sólo tres libros: Díganme Ringo, Breve historia del deporte argentino y Juego, luego existo. ¿Por qué no más?

- Porque se necesita un tiempo superespecial para escribir libros. Y la verdad es que siempre tuve muchos laburos. Añadir un libro a eso es maratónico, y no puedo correr maratones todos los años. Soy periodista y corro muchas de 100, de 400, de 200 para entregar todas las semanas. Laburo en radio, en agencia, cumplo horarios. Vivo corriendo esas carreras más cortas. Para la maratón tengo que estar mental y físicamente preparado. Un ejemplo: Breve historia del deporte argentino lo entregué con un pie hinchado, a punto de producirse un problema grave, y el médico me dijo que tendría que haber ido a verlo antes. Lo terminé escribiendo con una pierna en una palangana de agua. Y Juego, luego existo, lo dejé en manos de Alejandro Wall.

- Durante el Mundial de Rusia usaste tu primer teléfono celular. ¿Qué importancia le das a la tecnología en el periodismo?

- No soy enemigo de las nuevas tecnologías, pero siempre la herramienta me interesó muy poco. Me interesa más la historia que la herramienta. Yo entrego el texto, con el que soy tremendo: no se te ocurra cambiarle una coma. Si me cambian algo soy de enojarme, pero por una cuestión de respeto, no por vanidad. Si vas a tocar un texto en el que estuve metido muchas horas y vos en dos minutos decidiste cambiar… No, no, primero preguntame por qué. Porque esa nota la firmo yo y no vos. Y esencialmente me parece una cuestión de respeto. Es lo que haría con el trabajo de otro. En la agencia (ANSA), donde soy editor, si tengo que tocar el trabajo de otro primero le pregunto al que hizo la nota y le fundamento el porqué. Y en cuanto a la herramienta, seguramente por error mío, no es un tema que me atrape. Incluso en Rusia veía colegas a los que admiro mientras filmaban y, no sé, me supera eso. Yo necesito mirar. No tengo la capacidad de hacer todo eso. Me distrae. Y tengo una cosa como de focalizarme mucho en algo. Puede pasar que voy en un tranvía y focalicé en una historia y no quiero distraerme.

- ¿Abunda el texto corto en detrimento del largo en los medios tradicionales?

- Hay cada vez menos textos largos en los medios de comunicación grandes. Pero en la web se pueden leer muchas crónicas. Los medios más importantes, que dependen del clic, y les entiendo la lógica, aunque no la comparto, pasaron a algo que me parece tremendo: el del minuto a minuto pensé que era un mal de la televisión y llegó a la gráfica a través de la web. Se busca impactar y la verdad es que el impacto nunca me atrajo mucho. Me parece que hoy estamos muy bombardeados. Encuentro mi lugar más interesante en el de intentar comprender y repensar juntos.

No dejar de ver nunca el bosque: por qué sucedió algo. Me interesa mucho ese intento de descripción.

- ¿Te sigue apasionando el periodismo?

- Si me quedo hasta las 3.30 de la mañana todos los lunes y al día siguiente me levanto a las 8 para seguir laburando es porque, sin dudas, me sigue apasionando contar historias. A veces me quemo los ojos con algo que no voy a usar, pero que me entusiasma. Como que encuentro historias paralelas. En un sentido necesito sorprenderme, aprender yo, al mismo tiempo que voy escribiendo sobre algo. Porque no sé de todo, no conozco todos los temas. Intento aprender y quiero compartir con el lector ese aprendizaje.

Mirada propia

- ¿Por qué se destacan tus notas? ¿Intuición, experiencia, sensibilidad?

- … Y a eso le sumo la mirada propia: no todos vemos lo mismo. Aprendí a confiar en mi sensibilidad. Si algo me interesó, me pregunto por qué me interesó. ¿Qué pasó para que me interese? Y busco. Ahí encuentro. O busco otra mirada o cambio de historia. ¿Para qué escribir algo que ya está contado? Y si voy a escribir algo ya contado, tiene que ser observado desde otro lugar. Cuando se me ocurrió la nota sobre la posible destrucción del Cenard, por ejemplo, indagué en la web para ver cómo se hacen las demoliciones, qué máquinas se usan. Entonces usé la imagen de cada máquina para demoler una cancha de tenis, otra para una piscina, otra para una pista de atletismo. Me pareció la mejor imagen para contar que iban a demoler todo eso en un país que necesita escenarios deportivos. Estamos llenos de canchas de fútbol pero no de lo otro. Y el deporte es más que una pelota de fútbol.

- ¿Por qué elegiste escribir sobre deportes?

- Me parece que el escenario del deporte es tan grande que te permite hablar de todo. Porque todos, absolutamente todos, se suben a la tribuna del deporte. El Presidente de la Nación hizo su carrera a partir de una pelota de fútbol. El ruido que produce el deporte es tan grande que tiene una resonancia especial. Esa resonancia, esa amplificación, es una buena vidriera para hablar de muchas cosas. Puedo hablar de cómo viven los negros en Estados Unidos a partir de un deportista que lo dice. Puedo hablar del pueblo palestino a partir de que bombardean una cancha de fútbol. Eso me interesa.

- En Juego, luego existo recordás algunos deportistas que la pasaron muy mal a cambio de ser quienes querían ser.

- Siempre me gustó escribir sobre la gente que decide ser quien es. En mi caso, admiro a Muhammad Alí. Me impactó cuando les avisó a los periodistas que era musulmán y que su nombre sería ese desde entonces y renunciaba a su nombre de esclavo. Y les dice “lamento no ser lo que ustedes quieren que sea, seré quien yo quiero ser”. ¡Guau! En ese momento, para un negro en Estados Unidos, decir eso… había que tener mucha valentía. Encima, contar que era musulmán. Renuncia a una marca, también, porque él era una marca. Renuncia al dinero de lo que es el ídolo deportivo. Y renuncia a un deber ser del establishment deportivo que necesita del ídolo para vender zapatillas. Todo eso, que no está obligado el deportista a serlo, eh, pero me gusta más cuando es así. Lo mismo, Navratilova, por ejemplo. Hoy un deportista puede hablar de su sexualidad y no transgrede nada. Pero en los 80 era otra cosa. Siempre me atrajo esa gente que se animó.

- ¿Están más expuestos los deportistas?

- Sí. Un actor hace una película que, supongamos, es un fiasco, y no lo silban. Su “derrota” transcurre en silencio. En cambio, la derrota del deportista no transcurre en silencio. Los deportistas quedan expuestos a que 50.000 personas los aplaudan o los insulten. Hay que estar en ese lugar. No sé si eso los humaniza o, por el contrario, los pone demasiado cínicos. Inevitablemente cínicos. Porque ese tipo sabe que hoy lo ovacionan y a la fecha siguiente lo pueden insultar. Hay algo ahí que me atrae mucho. Una vez Marilyn Monroe le dijo a Joe DiMaggio “mi amor, estuve en Corea, con los soldados. No sabés lo que es que 10.000 soldados te viven”. Y Di Maggio, que era ovacionado por 50.000 personas todos los fines de semana, le dice “sí, mi amor, sé de qué se trata”.

El lado humano

- ¿De dónde partís para lograr una charla interesante con un entrevistado?

- No hay que preguntar e irse. Hay que tratar a los entrevistados como personas. Muchas veces intentaba averiguar el rasgo que los hiciera más humanos. Desde el nombre de su perro a cómo era su contestador telefónico. Para preguntarles por qué se llamaba el perro de determinada manera. Empezar con situaciones que los bajara a la tierra. Se encontraban resultados. Logré por lo menos sorprender. Hablar desde una condición de que aún lo peor pudieran contarlo desde el lado humano. Salir de eso de la gloria o Devoto. Entendiendo que el supuesto infierno o Devoto son escenarios humanos, también.

- ¿Te quebraste emocionalmente alguna vez en una nota?

- Me pasó de llorar de madrugada con alguna historia. Una del genocidio armenio, por ejemplo. Estaba escribiendo y me puse a ver documentales y hubo historias que me liquidaron. Una vez trabajé en un documental del Mundial 78 y entrevistaba a Raúl Cubas (detenido-desaparecido en la ESMA), que llevó a sus hijos y sobrinos porque quería hablar por primera vez de cómo era estar secuestrado en la ESMA y a la vez convivir con el Mundial. ¡Era un gran dolor! A cuatro metros veía las lágrimas en esos niños… No lloré, pero por dentro fue un sufrimiento.

- ¿Cómo manejás una pregunta ante la intimidad de un entrevistado?

- Intento que las preguntas respeten siempre a la persona. Creo que ahí mismo juega el factor humano de uno. Estoy yo en la pregunta. Jamás dejo de ser yo. No puedo separar al ser humano del profesional. Pero a la vez intento que en la historia que me cuenten no falten datos: la fecha, el nombre de la persona. Ahí me funciona el profesional.

- ¿Qué hechos te marcaron en tus coberturas?

- El Mundial de Italia 90 fue fuerte. Maradona eliminando a Italia en el San Paolo fue una experiencia única. Recuerdo haber abandonado mi pupitre para ir corriendo a transmitir a la teletipo casi en puntas de pie… Pocas veces vi tanto dolor en un estadio. Generalmente hay más furia por la derrota. Insultos. Pero acá no podían insultar al verdugo, que era Diego, el tipo que más amaban. Pocas veces vi ese silencio. Y en Brasil, en 2014, pocas veces vi tanta histeria colectiva. Por ahí fue un anticipo de lo que terminó siendo hoy Brasil. Los propios jugadores entraban de la mano y cerraban los ojos… Aquello era un exceso. Así terminó: 7 a 1. Esa sociedad fue un anticipo de Bolsonaro. Los hinchas cantaban e insultaban a la presidenta (Dilma Rousseff). Parecía que había otra cosa. Odio. Que es lo que hay hoy: Brasil votó con odio y votó a una persona que odia. Brasil nos anunciaba que en esa sociedad del carnaval, de la alegría, estaba el huevo de la serpiente.

Pendientes

- ¿Algo que te falte cubrir?

- Me hubiese gustado ver una final de Wimbledon. O ver a Teófilo Stevenson en un Juego Olímpico… También, clásicos de los más pesados, de todo el mundo. Viajé a mundiales haciendo como un mix de mi gusto personal, pero buscando que me cierre económicamente. Nunca tuve un bolsillo holgado. En diciembre fui a la final de la Copa Libertadores en Madrid (River-Boca) y no conté tanto lo económico. Pero quería ir. Me importó poco lo económico porque quería estar ahí.

- ¿A qué deportista te gustaría entrevistar?

- Siempre envidié esas entrevistas de la Rolling Stone en las que el periodista se instalaba un fin de semana, o una semana, con el entrevistado y después salían esas extraordinarias estampas del personaje. Me hubiese encantado hacerlo. Y Muhammad Alí sería el número uno, lejos. Hoy me sigue fascinando mucho por lo misterioso. Y también Messi. Me gustaría entrar en su mundo cotidiano. Un tipo que le hace 5 goles al Real Madrid y al otro día aparece en pantuflas tomando mate en su casa. Me parece que hay una humanidad para contar. Es un desafío profesional, porque es más fácil contar al extrovertido, al que se golpea el pecho… es lo que hacemos todo el tiempo. Pero cómo describimos periodísticamente al personaje que es más persona que personaje.

- ¿Por qué pudiste mantenerte durante 40 años?

-¡Porque no sé hacer otra cosa! Esencialmente me gusta escribir. Me tengo confianza para eso. Y creo que si me siguen pagando para que lo haga, a veces a sabiendas de que puedo incomodar inclusive a quienes me pagan… Aparte no siento que sepa hacer chistes o bailar, cosas que a veces exigen a los periodistas deportivos. Así que... a defender esa trinchera.

- Entonces ni te imaginás en el Bailando por un sueño, ¿no?

- ¿En el Bailando? Nooooo… Tengo hijos, nietos…

© LA GACETA

> PERFIL

Nacido en 1957, Ezequiel Fernández Moores comenzó su carrera periodística en 1978 en la agencia Noticias Argentinas y trabajó luego en DyN y ANSA (donde actualmente es el jefe de Deportes). Cursó estudios de posgrado en la Universidad de Navarra. Publicó sus notas en El Periodista, Página/12, Noticias, The New York Times, Il Giorno, Veja, La Vanguardia y World Soccer. También trabajó en radios y realizó documentales para televisión. Sus libros anteriores son Díganme Ringo, sobre la vida de Oscar Bonavena, y Breve Historia del Deporte Argentino. Ganó un Premio Konex de Platino en Periodismo deportivo. Es columnista de La Nación y LA GACETA.

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