García Márquez periodista, el mejor oficio del mundo

El miércoles se cumplieron cinco años de la muerte del autor de Cien años de soledad. Esa novela, entre otras, cimentó la celebridad del más reconocido de los escritores de habla hispana en el siglo XX. Pero pocos, fuera de Colombia, recuerdan su trabajo periodístico, aunque lo haya desarrollado durante casi toda su vida adulta y con una maestría equivalente a la que quedó plasmada en sus textos de ficción.

21 Abr 2019

Fue en Cartagena de Indias donde todo empezó. Era 1948. La violencia derivada del asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán impulsó al joven estudiante de Derecho Gabriel García Márquez a abandonar Bogotá. Su universidad había sido cerrada y allanada la pensión en la que vivía. Recién llegado a Cartagena, con 21 años, y a raíz de un encuentro casual con un escritor amigo, se conectó con un redactor de El Universal, un diario liberal que acababa de fundarse. Allí encontró su primer trabajo, cuya paga le posibilitó afrontar el costo de varias noches al mes de una pensión. Aquellas que no llegaba a pagar, las pasaba en la redacción del diario.

El 21 de mayo publica su primer artículo. Una descripción de la ciudad amurallada bajo un toque de queda que impone el temor y la incertidumbre. Un mes y medio más tarde aparece un texto singular. “Y pensar que todo estará alguna vez habitado por la muerte”. Así arranca una reflexión sobre el amor y la finitud donde ya está el germen de la pluma que deslumbrará al mundo. A partir de allí, literatura y periodismo se entrecruzarán a lo largo de su obra con una fertilidad extraordinaria.

En diciembre del año siguiente se muda a la vecina Barranquilla para trabajar en el diario El Heraldo, donde publicará fragmentos de La casa, la primera versión de Cien años de soledad. En 1951 regresará a Cartagena y lanzará, casi en soledad, Comprimido, un pequeño vespertino de breve vida. Ese año terminará de escribir La hojarasca, primera novela que será rechazada por Guillermo de Torre, cuñado de Borges y representante de la editorial argentina Losada, quien en una carta dirigida al autor le sugerirá que se dedique a otra cosa.

En 1954, García Márquez se instala en Bogotá y empieza a publicar críticas de libros y cine en el diario El Espectador. En febrero del año siguiente se hunde un barco de la Armada colombiana, tragedia de la que se salva solo un marino. Así nace Relato de un náufrago, publicado en una serie de 14 notas que hará batir récords de circulación a El Espectador y convertirá a su autor en uno de los periodistas más conocidos de su país.

Gabriel García Márquez inició su carrera periodística en El Universal, de Cartagena, donde trabajó entre mayo de 1948 y diciembre de 1949. Pasó a El Heraldo, de Barranquilla, donde estuvo entre 1950 y 1952. Tras un breve paso por El Nacional, también de Barranquilla, pasó a El Espectador, de Bogotá. Empieza a colaborar asiduamente en varias revistas de Caracas y Bogotá. Luego en Prensa Latina (La Habana) y Sucesos para todos (México). En 1967 le llega el éxito con Cien años de soledad. A partir de allí sus artículos se publican en diarios de todo el mundo. Durante varios años tuvo una columna sindicada en El País, que se reproducía en decenas de medios. En 1995, creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Ese éxito, sin embargo, no se traducirá en una estabilidad económica y profesional duradera. Vendrán años en los que se alejará temporalmente del periodismo para concentrarse en sus novelas y en la escritura de guiones de cine. A eso se dedicaba en México, en 1966, cuando termina el borrador de Cien años de soledad que, después de superar dificultades para reunir el dinero para enviarla por correo, caerá en las manos del editor Paco Porrúa, de Sudamericana. La novela se publicará en Buenos Aires en 1967, momento en que se produce su salto a la fama.

Entre 1967 y su consagración con el Nobel de 1982, escribirá infinidad de crónicas y artículos, en buena parte impregnados por sus ideas políticas. Formará parte del grupo fundador de la revista Alternativa, en donde publicará un primera nota sobre el golpe que derrocó a Salvador Allende. A lo largo de más de medio siglo en el oficio, Gabo cubrió la caída del presidente de facto Pérez Jiménez en Venezuela, recorrió los países del Este europeo durante los años de la Cortina de Hierro, fue testigo de los juicios de los funcionarios de Batista en Cuba, entrevistó a líderes políticos como Fidel Castro o Hugo Chávez, fundó revistas, publicó libros periodísticos como Noticia de un secuestro, contrabandeó su estilo periodístico en obras de ficción como Crónica de una muerte anunciada.

El pálpito de la noticia

Después de ganar el Nobel decide cumplir un sueño. Fundar un gran diario. Se llamaría El Otro y tendría características únicas. “Los redactores deberían tener menos de 30 años y pasión por el periodismo; estarían prohibidas las frases innecesariamente largas, las cláusulas subordinadas, los adverbios terminados en mente”, me cuentan Rodolfo Terragno, convocado por Gabo para liderar la redacción junto con Tomás Eloy Martínez, y Jaime Abello, custodio de los borradores del proyecto.

La idea de la trama para un nuevo libro se interpondrá en los planes de Gabo, que se encerrará en su casa de Cartagena, donde situará la acción, a escribirla. Era El amor en los tiempos del cólera, novela que, como pretendía para el diario que nunca se editaría, no tendría ningún adverbio terminado en mente.

El nuevo paréntesis en el ejercicio del periodismo será breve. Pronto vuelve a escribir sus columnas y a pensar en nuevos proyectos. En octubre de 1996, es el orador principal de la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa. Es en esa ocasión en la que habla del periodismo como “el mejor oficio del mundo”. En la charla repasa, junto con colegas de todo el continente, las razones que lo llevaron a crear, un año antes, la Fundación Nuevo Periodismo. Un centro de formación, con sede -otra vez- en Cartagena, donde recuperará la tradición de las redacciones en las que las claves del periodismo se transmitían de viejos redactores a jóvenes aprendices.

“No estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo -decía-, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo... Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.”

© LA GACETA


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