Los poemas del jigante, de Álvaro Cormenzana

Compartimos la reseña de un libro de este gran poeta argentino. Este lunes 29 de abril se presentan en Salta algunos de sus poemarios

29 Abr 2019
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por Juan Páez (*)

Giuseppe Ungaretti, Dámaso Alonso, Enrique Molina, Paul Eluard, James Joyce, Henri Michaux, Nicolás Guillen, entre otros, acompañan algunos de “Los poemas del jigante”, el libro de Álvaro Cormenzana, que obtuvo en 1977 el Premio Ricardo Jaimes Freyre (Tucumán) y fue recomendado para su publicación al Gobierno de la Provincia; ese año el jurado estuvo compuesto por Raúl Gustavo Aguirre, Olga Orozco y Roberto Juarroz.

Comienzo la lectura de este poemario en un viaje. De un punto de la ciudad a otro. Por momentos, levanto la mirada y veo por la ventanilla del transporte cómo las imágenes se suceden. Ocurre algo semejante cuando leemos un poema, las palabras se suceden hasta que una nos detiene y levantamos la mirada para ver por la ventanilla aquello que queda atrás. Y degustamos por un instante esa palabra, ese verso, que detuvo nuestro viaje, que es toda lectura.

Publicado en 2011, el volumen está divido en: el origen y los cuerpos; el agua y el espejo; las voces y los nombres; y la música y el aire. El poeta nos ofrece un libro cuyas palabras se definen desde su intensidad:

Nos ponemos luces en el cuerpo

y caminamos bajo el agua

Mario Romero

Es áspero tu cuerpo.

Ya las manos de mi tacto

no son mías

y

te quedas

sintiendo mi caricia

en otro cuerpo.

No preguntes dónde estamos. (p.11)        

Un cuerpo que se despoja del “tacto” y luego de “las manos”, pero al que aún pertenece la “caricia” “en otro cuerpo”, al que también se abandona. Es curioso que la voz pida que no se pregunte, cuando es lo que se está haciendo. Y es que la pregunta evidencia la partida, a la vez que instaura ese aquí donde estos dos cuerpos se reúnen y esconden. 

Con un manejo extraordinario de las marcas enunciativas, este autor nos acerca su poesía con la que es posible borrar los límites del propio cuerpo y lograr una continuidad, una común-unión:

Soy yo mismo

cuando

en ti

me pierdo. (p. 93)   

Todo extravío es, en realidad, un camino de regreso. Para poder volver a ser “yo mismo”, es necesario perderme “en ti”. Sólo de esa manera estará garantizado el retorno. La voz lírica nos obliga a sostener el poema, involucrándonos discursivamente a través de esa primera persona que dice -y por lo tanto, todo lector también afirmará- “esa” necesidad de saberse perdido para encontrarse. Es un doble movimiento.

Paul Valéry comparó la prosa con la marcha y la poesía con la danza. La danza tensa el cuerpo, lo vuelve figura. La poesía tensa el lenguaje. En un poema, las palabras adquieren otro peso, adoptan otro cuerpo, un cuerpo vuelto figura.

Por su estilo, Álvaro Cormenzana es considerado “una de las voces más originales de su generación”. La lectura de sus poemas nos atrapa en un viaje que regresa sobre las sombras de sus pasos porque “No todo se olvidó / A pesar de la luz nueva.” (p.43)


(*)Poeta, crítico de cine

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