El arte del tatuaje en Salta pasa por su mejor momento
Más allá de las modas, las técnicas modernas y las vetas artísticas de los tatuadores cambiaron la forma de una práctica milenaria.



EN ACCIÓN. Iván Montellanos, tatuando. FOTO FACE, IVÁN MONTELLANOS.
Es una práctica milenaria que evolucionó de manera inusitada en los últimos años. Pesan sobre los tatuajes, aún, prejuicios atávicos. Para algunos no es más que una práctica incomprensible, para otros una moda y desde luego están los que entienden que el tatuaje es un verdadero arte.
El tatuador
Matías Sagar es artista plástico. Se convirtió en tatuador casi por casualidad. “Nunca me interesó ser tatuador. Compré las cosas para tatuarme a mí, porque era muy caro en esa época y luego venían los amigos a la casa y querían tatuarse y les terminé cobrando”, narra a LA GACETA. Esto sucedió cuando tenía 18 años.
Ahora, que tiene 30, entiende el tatuaje como una extensión de las artes plásticas y está, sobre todo, la idea de crear y ser original: cuando una persona llega a su salón con una foto de otro tatuaje o una imagen bajada de internet y le piden hacer algo exactamente igual, él trata de convencerlos de hacer algo diferente, un diseño que no tenga nadie. No trabaja, además, con un diseño previo. No copia, no calca. Se inspira sobre la piel. “Es una actividad extrema dentro del dibujo. Uno puede explotar cosas que copiando no se puede”, dice. Cuando le parece que un tatuaje quedó muy bueno le saca foto. “Siempre diseño yo. No trabajo con algo ya hecho. Laburo con mis dibujos”, insiste.
Sagar señala que efectivamente algunas modas modifican los pedidos de los clientes. Durante un tiempo todos querían tribales, ahora muchos piden alguna frase con letras cursivas. Indica que, afirmativamente, también hay más personas optando por las acuarelas, lo que a él le gusta, por las posibilidades de explotar su arte.
“Personalmente prefiero trabajar con mujeres porque eligen diseños coloridos y delicados”, concluye.
Iván Montellanos tiene otro periplo: en el ambiente del comic tiene una gran reputación y armó viñetas memorables en una revista que ayudó a fundar: la Comic Zone.
Toma cada dibujo como un desafío artístico. “Lo que me interesa y siempre me interesó del tatuaje es que expone mucho de la persona que lo lleva. Ya sea que haya una historia detrás de él o sea solo por estética, la personalidad, cultura y gustos se ven reflejados en el arte que decide llevar. El tatuaje me da la posibilidad de exponer mi trabajo en un lienzo vivo”, afirmó a LA GACETA. Y añadió: “como artista plástico mi visión estética está más desarrollada, así que tengo el deber de mostrarle al cliente más posibilidades a su idea original”.
Consultado sobre tatuarse es adictivo, Montellanos respondió que para él no lo es. “”s como todo gusto solo que este es visiblemente acumulativo. Solo que al tener un connotación social negativa adquiere el concepto de adicción”, ahondó.
La tatuada
Laura Ávila Teruel se hizo su primer tatuaje a los 13 años. “Empecé siendo el conejillo de india de mi marido, que es tatuador, probó en mi pie”, cuenta. Tiene sobre su cuerpo nueve tatuajes: “Tengo en toda la espalda, en las muñecas, detrás de la oreja, en el empeine… y tengo una banda de diseños”, cuenta. Laura es profesora de arte y para ella el tatuaje está vinculado con eso. “Me encarta todo lo estético, los colores, los dibujos, me copa ser el lienzo de mi marido”, dice.
Selecciona los tatuajes viendo fotos, dibujos. “Sé lo que quiero, pero para armar la composición me gusta ver cómo quedan hechas en ciertas partes del cuerpo. No todos los tatuajes sirven para cualquier parte del cuerpo”, indica.
La voz experimentada
Edmundo Parrado tiene 50 años y es el propietario del salón de tatuajes con más años en Salta. Comenzó el negocio de casualidad, 18 años atrás: quería hacerse un tatuaje y no quería ir al lugar donde lo hacían, así que le pidió a su hija que le pidiera al chico que fuera a su casa. El chico fue y, mientras trazaba la figura sobre la piel, le contó que el negocio había cerrado, pero él conservaba los instrumentos para tatuar. Entonces a Parrado se le ocurrió que trabajara ahí, en su propia casa.
Ese fue el origen, ahora hay entre cinco y siete jóvenes, con distintas especialidades, que prestan sus servicios ahí. “Llevamos un promedio de más de 11 mil tatuajes en 16 años. Las mujeres se hacen cosas chicas, para mostrar, los hombres se hacen trabajos más grandes y por lo general tienen algo personal con lo que se deciden tatuar”, dice. Su primer tatuaje fue, justamente, relacionado con su padre, que había muerto.
Señala que en su lugar de trabajo, que quizá sea el único realmente habilitado en la capital salteña, las menores de edad no pueden tatuarse, salvo que cuentan con el permiso escrito de los padres o que los mismos progenitores vayan al lugar y se queden durante toda la sesión de trabajo. “Nosotros tenemos casi el mismo control que el consultorio odontológico”, dice.
Para contratar a un tatuador, Parrado exige primero ver un book del trabajo. Luego toma en cuenta la especialidad, con el objetivo de cubrir todas las áreas específicas en técnica, como retrato, trabajo sobre negro, trabajo sobre colores, trabajos minimalistas, realistas, etc. De igual manera, cuando una persona elige un determinado tatuaje, se lo designa al especialista en particular. “No cualquiera puede hacer todo. Según lo que se quiere hacer, se elige el tatuador y se da el turno”, enfatiza. Por esta búsqueda de especialistas, en su equipo sólo hay dos tatuadores salteños. Hay uno que vino de Ushuaia y otro de Guatemala.
Trabaja con diseños previos. Nadie improvisa sobre la piel. “No se tatúa nada con mano alzada: se prepara sobre un esténcil y se lo pasa al cuerpo. No nos hacemos los locos artistas”, aclara.
También señala que está mal hablar de “adicción al tatuaje” porque no es que si no te tatuás te morís o sentís que te morís. Destaca que es una cuestión de costumbre y de gusto: alguien se hace un tatuaje, le gusta el resultado y luego se hace otro.
En el lugar no quitan tatuajes, sí los tapan, con otro tatuaje más grande. Parrado cuenta que todas las técnicas de eliminación de tatuaje son agresivas. El láser te quema. Te destruye el pigmento, y te dejan una cicatriz de quemado. La otra puede ser la abrasión: sal y limón y raspado. Pero siempre queda la cicatriz.
La evolución
Del viejo tatuaje con aguja y tinta china ha pasado mucho tiempo. Esto es algo en lo que Edmundo Parrado hace hincapié. “Tienen que entender que la tecnología no sólo avanzó para las computadores. También llegó a los tatuajes. Usamos agujas francesas, y la dimensión de una aguja es la de un cabello. Antes se usaban pigmentos vegetales, ahora son pigmentos orgánicos”, detalla.
La tinta china era dañina, tenía plomo. En parte por eso una persona que se había hecho un tatuaje no podía donar sangre de por vida. Ahora, en cambio, a los seis meses una ya puede donar.
La evolución llegó incluso a las normativas. En Salta capital está vigente la Ordenanza 12.143, que establece reglas y recaudos para la actividad. Por ejemplo, no se pueden realizar tatuajes en la vía pública; los comercios deben poseer una sala de espera, gabinete de tarea y baño. Asimismo, establece que antes de realizar el tatuaje el responsable de la actividad debe comunicar a los clientes los riesgos que corre. Además se desglosa una serie de normas relacionadas con la higiene, salubridad y esterilización.
Por eso Parrado compara su lugar de trabajo al de un consultorio de un dentista. Las normas de salubridad son las mismas, los controles también.
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