Algunas ideas sobre el tango *

28 Jul 2019
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OPCIÓN. “El tango puede ser o bien un intenso relato erótico, o bien un depurado ejercicio de caligrafía”, dice Valcan.

Por Ciprian Valcan

PARA LA GACETA - BUCAREST

Es probable que el único tango perfecto desde un punto de vista formal sea aquel bailado por dos esqueletos.

Parecería ser que cualquier tango bailado por dos jóvenes espléndidos debería finalizar en un coito, dando al César shopenhaueriano lo que es del César shopenhaueriano. En cambio, el tango bailado por gente mayor es puro juego de formas, un espectáculo sublimado, liberado por la enceguecedora sensualidad de los cuerpos. En ese caso, los cuerpos ya no son materia inflamable preparada para arder en cualquier momento, sino señales utilizadas por unos virtuosos refinados para caligrafiar obras de arte efímeras.

El tango bailado por jóvenes es una simulación llena de oficio de la unión carnal, de la explosión de los sentidos que encuentra su fin en el espasmo amoroso.

El baile de la gente mayor es una descripción animada de fundamentales pataleos, hecha por un maestro en retórica.

El tango puede ser o bien un intenso relato erótico, o bien un depurado ejercicio de caligrafía.

Sólo los grandes bailarines son capaces de escribir con los cuerpos, sacándolos así de su mutismo de meros utensilios.

A pesar de los esfuerzos que hacen, los cuerpos de la mayoría de los bailarines permanecen mudos.

Fuera de los escasos momentos de gracia que les es dada, los cuerpos deben permanecer mudos.

Una marea de cuerpos expresivos podría llegar a sacarnos de quicio…

Los cuerpos deben mostrarse discretos, protegidos por un saludable mutismo.

Ellos pueden transformarse en llamas, sólo cuando están invadidos por el éxtasis.

Borges era incapaz de escuchar la música de Piazzolla, a la cual consideraba un melindre carente de encanto.

Piazzolla lo consideraba a Borges como un genio sordo…

El tango siempre me pareció un ejercicio gnóstico de dominación, un baile de los cátaros entrando en su escondite.

El coito es un intento de pasar más allá de las formas, más allá de las limitaciones entre los cuerpos, más allá de la distinción entre sujeto y objeto.

El tango es justamente un escrupuloso mantener de los límites, una obstinada búsqueda de la perfección formal.

El tango de los maestros no es pasión ciega, borrachera de los sentidos, ebullición irracional de los cuerpos, sino el respeto por los matices, la aceptación de los escalones intermedios, de la neutralidad del ritual.

El mejor bailarín de tango es apenas un lanzador de cuchillos que llegó a esa límpida visión del mundo del monje budista que sabe que todo es ilusión.

Se puede tener en sus brazos con desapego el cuerpo de una mujer sólo cuando se comprende que cualquier cuerpo no es sino ilusión…

Probablemente el perfecto bailarín de tango sea un milonguero ciego.

El tango es el baile de un solitario, el baile de un gaucho que apenas se acostumbró a desensillar.

Puedes mantener tu lucidez cuando tienes los pies sobre la tierra. Pero cuando te acostumbras a pasar semanas y semanas montado o a bordo de una nave, ya no te queda otra cosa que hacerte amigo de los demonios.

Los demonios inventan ellos mismos las dudas, son los inspiradores de nuestros fantasmas, fantasmas profundos que nacen de otros fantasmas.

Un gaucho que baila el tango sigue creyéndose en su montura.

Es capaz de bailar sin error sólo aquel que aprendió a bailar con los fantasmas.

Cualquier baile surgido en un lupanar termina en el lupanar.

Conocí a un señor mayor, argentino, que me decía cada vez que lo encontraba: “El tango hubiese sido imposible en un mundo que no hubiese conocido el pecado original, así que corresponde agradecerle a Eva que haya pecado”…

Los que bailan el tango tienen la impresión de que accedieron a un nivel de la realidad que le es inaccesible a los demás.

Seguramente es sólo una ilusión maravillosa, ya que al bailar, en realidad, ellos están soñando…

© LA GACETA

* Traducción del rumano:

Alina Diaconú.

PERFIL

Ciprian Valcan es filósofo , ensayista y profesor universitario. Nacido en Arad (Rumania) en 1973, estudió en su país y en París. Es doctor en Filosofía, en Filología e Historia Cultural. Autor de una decena de libros de filosofía, varios de los cuales fueron traducidos al francés, al castellano y al italiano, es conocedor de la obra de Cioran y publicó en 2015 su trabajo Cioran, un filósofo inmóvil. El año pasado vino por primera vez a la Argentina, invitado a participar del Coloquio Internacional Emil Cioran, que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional. Estos aforismos fueron la consecuencia de ese viaje, donde el filósofo y docente rumano se enamoró de Buenos Aires y de su música ciudadana, sobre todo del tango bailado.

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