Pedes in terra, visus in terra (la academia contra el paracaidismo)

Las paredes de la universidad se empapelan con proclamas contra el ingreso de profesores foráneos. Esa contribución fue la que enriqueció a Tucumán. Olrog y Laurent pusieron las ciencias naturales en perspectiva global; Mondolfo llenó de universalidad clásica la filosofía tucumana, Rush fundó una escuela de lengua inglesa con ecos de Shakespeare; Della Rocca, una orquesta con ecos de Verdi y Vivaldi. De otros rincones del país vinieron Sacriste, Aceñolaza, Valentinuzzi, Bolsi, Willink, Aschero.

01 Sep 2019
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Por Ricardo Grau

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Para llegar a ser un reconocido académico en las mejores universidades se requiere de inventiva y originalidad en lo que hace a alguna especialidad.

En situación de socializar, sin embargo, esta gente exhibe cualidades predecibles. Junte usted algunos universitarios de las grandes ligas y su conversación, invariablemente, tocará un tema: ¿cuantos nuevos docentes ha podido atraer tu departamento? Escuchará que uno de ellos fue capaz de tentar a una matemática india superdotada para el big data; una australiana responderá que su universidad negocia para atraer a un peso pesado colombiano de Cambridge ofreciéndoles un buen paquete salarial y un clima menos lloviznoso que las islas británicas; un tercero, digamos japonés, coreano o taiwanés, se quejará de su dificultad para captar occidentales por las diferencias culturales, pero indicará que con perseverancia (y plata) lo vienen consiguiendo.

Sabe esta gente que de esa inyección globalizante depende el flujo de ideas, la proyección internacional, la visión innovadora, la mirada crítica. Es por ello, por ejemplo, que prohíben o limitan que los graduados de una universidad hagan carrera en la misma. Diseñan su política de personal con el firme objetivo de huir del siempre acechante conformismo y la mediocridad.

En un tiempo ido nuestra universidad intuyó esa vía de escape. Caídos del cielo: Claes Olrog y Raimond Laurent pusieron las ciencias naturales en perspectiva global. Rodolfo Mondolfo (foto) llenó de universalidad clásica la filosofía tucumana. Jack Rush fundó una escuela de lengua inglesa con ecos de Shakespeare. Antonio Della Rocca gestó una orquesta con ecos de Verdi y Vivaldi.

Argentinos de otras provincias fundaron laboratorios e institutos trascendentes (arquitecto Sacriste, geólogo Aceñolaza, biotecnólogo Valentinuzzi, geografo Bolsi, ecólogo Brown, entomólogo Willink, arqueólogo Aschero, por dar sólo algunos nombres). A ese modelo de hacer universidad hoy lo conocemos como “paracaidismo”. Las paredes de la “alta casa de estudios” se empapelan con proclamas contra los invasores que amenazan a los de a pie. Montan una batería de armamento anti-aéreo y ganan la batalla. La difusión del llamado a concursos, diluida mediante prórrogas interminables de los cargos, se limita a lo local y se desestimula la presentación de cualquier foráneo mediante un enjambre de trabas burocráticas y psicológicas. Cuando un profesor se jubila o fallece, es reemplazado por un “sucesor natural”; que ha hecho carrera bajo el paraguas que protege de las inclemencias y oculta las alturas. El gremialismo reemplaza a la universidad, que torna en provincialidad.

Apropiada metáfora: el mote de paracaidistas hace justicia a gente que ha sabido encumbrarse y disfrutar del vértigo, del viento en la cara, del horizonte infinito. Su aterrizaje levantaría polvareda pero es impedido por quienes han renunciado a levantar vuelo.

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Ricardo Grau - Director Instituto de Ecología Regional de la UNT, investigador principal del Conicet.

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