Luis Lobo de la Vega,un poeta de la pintura y el paisaje

“Yo he nacido antes que LA GACETA”, decía el destacado artista tucumano, nacido en 1909 (tres años antes de su fundación), y recordaba las lecturas que lo unieron al diario durante toda su vida. Testigo privilegiado de una época dorada de Tucumán, rememora en esta charla su relación con maestros como Spilimbergo y Berni, y la influencia de colegas -y grandes amigos- como Timoteo Navarro, Demetrio Iramain o Nieto Palacios. Reconstruye también sus inicios y describe su técnica.

06 Oct 2019
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Una rama del cerro ejercita en el caballete rumores de paisaje. Una sinfonía de silencios se derrama en el verde azul de la paleta, mientras siluetas de árboles y ranchos inmovilizan el viento en los pinceles a través de la ventana de su atelier en El Corte, Yerba Buena. El saco, el pañuelo al cuello y el pantalón blanco del maestro juegan ahora con el bastón como si intentaran decirle a la diabetes que lo molesta: “¡Fuera, picha!” Ese soleado sábado 27 de julio de 2002, pocos días antes de celebrar sus 93 inviernos, está contento. Dice: “- ¿Querés un tinto, Epinochita? - No, todavía, Lobito. - Ya estamos llegando al mediodía... a mí, la Sarita (su esposa) no me deja tomar, pero vos sí podés... (gira la cabeza y grita con ternura) ¡Sarita, traele un tinto a Epinochita!” El 5 de agosto pasado seguramente se alegró al recordar el primer siglo de la venida a Tucumán de Luis Lobo de la Vega, uno de sus más distinguidos y queridos artistas plásticos, que partió a las estrellas de su Trancas natal 20 de julio de 2004. He aquí un fragmento de aquel encuentro.

“Yo he nacido antes que LA GACETA; le llevo tres años. Así que toda mi vida ha sido el diario, hasta mi familia está unida a LA GACETA. Soy pariente de los dueños por parte de Germán García Hamilton, hermano del fundador. Era un gran hombre, periodista y poeta; escribía en La Nación y La Prensa, en El Hogar, poesía, cuentos... Cuando fue a Monteros conoció a una tía, hermana de mi madre, menor, una chica jovencita, grandota, muy linda, muy desarrollada, se enamoraron y se casaron, tuvieron tres hijos. Yo charlaba muchísimo con él porque él iba a casa, contaba de Buenos Aires a fines de 1800, de las lavanderas del río, por ejemplo, del ucumar… nos quedábamos horas escuchándolo a don Germán. Era un personaje… Mirá, todos hemos sido medio chiflados, desde el casamiento de mis padres porque mi mamá era sobrina de mi papá; la hermana de mi papá se casó con un hijo del hermano. Un primo mío médico que se casó con la prima, nos hablaba de las taras que puede tener eso, el casamiento entre parientes. Yo me he librado de eso por poco, pero algo me ha quedado”, cuenta divertido.

- ¿Qué le interesaba leer del diario?

- Sobre todo de plástica. Después había cosas muy lindas, por ejemplo, “Las cartas a mi ñaña”, de Hynes O’ Connor; política, no tanto. Me gustaba mucho deportes y las poesías... Era un apasionado del fútbol y el boxeo. Me acuerdo de la pelea de Firpo. En la Rivadavia y San Martín, donde estaba el diario, nos parábamos a ver la pizarra. Y cuando leímos que Firpo lo había sacado fuera del ring a Dempsey, empezamos a gritar y nos fuimos a festejar a la plaza, creyendo que había ganado y después nos enteramos que había ganado Dempsey. Siempre LA GACETA nos ha apoyado mucho a los plásticos, por eso siempre estamos agradecidos. Me acuerdo de haber leído cuando murió Matienzo o cuando vino el príncipe de Saboya, cuyo doble iba adelante en un automóvil; tenía miedo que lo maten. Con las exposiciones itinerantes, LA GACETA nos ha hecho conocer. Después había críticos como el Flaco Elsinger, que hacía críticas hermosas y después vino Tito Pérez. He tenido la suerte de tener a esos dos grandes amigos, y otros del diario, como los Font, el Coya Saravia, Miguel Hynes O’ Connor. Hynes era muy gracioso porque cuando se reía a carcajadas, movía todo el cuerpo. Nos reuníamos en el Germania. Por eso LA GACETA para mí es importante.

- Usted fue colega de Lino Spilimbergo y también amigo de trasnochadas ¿Qué le atraía de su obra?

- Me gustaba el dibujo; era muy fuerte, bien sólido; me acuerdo también de Berni, era buenísimo, los volúmenes que hacía. Más que pintor, Spilimbergo ha sido un gran dibujante, con una fuerza... Nosotros ya estábamos formados, éramos muchachitos grandes, cuando vino Spilimbergo. Se integró muy bien. El único maestro fue él, porque Gómez Cornet, que después lo reemplazó, era el gran pintor argentino, bien nuestro; ese sacó el espíritu del hombre de su lugar. Vos ponés una figura de Gómez Cornet y solo puede ser de él. Pero Spilimbergo fue el gran maestro.

- ¿Spilimbergo le enseñó a tomar vino?

- No, no, yo ya tomaba (se ríe). Por más que estuviera bien tomado, era atento; no era un borracho ordinario como nosotros.

Los comienzos

- ¿Cómo empezó a pintar?

- Yo me hice a dedo. Toda mi familia... Mi hermano menor escribía cartas para las novias, para las festejadas... Mi hermano mayor escribía versos, mi papá tallaba cabezas de indios. La poesía me encantaba, Rubén Darío, también este jujeño, Domingo Zerpa, muy católico, de los grandes escritores argentinos, muy amigo de Pedro Buitrago... (recita una poesía de Zerpa: “Vos me querés macho, yo te quiero hembra, vos me querés pobre, yo te quiero buena… el arrope y chañar de tus besos…”) Cómo será que me gustaba la poesía que más que pintor me hubiera gustado ser poeta. Y yo tenía mis versos como todo enamorado.

- Bueno, pero usted es un poeta de la pintura…

- Nadie me enseñó a pintar. Yo no sabía matemáticas; si no fuera por dibujo no llegaba a tercer año. Porque los problemas eran con la objetivación y me sacaba cero. Me fui a hacer el servicio como voluntario para seguir la carrera de administración; iba a estar con la espada entreverado, machao por ahí... Hice el servicio militar como voluntario… Entonces yo dibujaba muy bien de chico, en tercer grado, ya me compraban dibujos de caballos. Había un chango de apellido Fioretti que me daba 5 o 10 centavos y con la plata compraba masitas que venían pintadas de rojo, de violeta... En el servicio había un conscripto de Tafí Viejo; también estaba Demetrio Iramain, me regaló los colores primarios y el blanco y ahí empecé a pintar paisajes, cabezas mirando hacia abajo en una maderita que usaba de espátula.

- ¿Tiene su propia técnica?

- Tuve la buena o mala idea, vaya a saber, de no tener influencias. Es inevitable tenerlas. Los alumnos quieren parecerse a su profesor. Si yo respeto a mi profesor y lo admiro, indudablemente tiene que influenciar. Ahora, seguirlo no. Nunca me ha gustado el colegio; siempre repetía de grado. No era yutero, era honesto. Me ponía yo solo para que me castiguen a fin de mes. Me ponían de penitencia: llegaba de la escuela a casa, vivía en la calle Entre Ríos. Llegué hasta primer año y estuve tres años en primer año. El cura me decía en francés: “¡gran bárbaro!” Y nos metía el dedo por las costillas y uno quedaba agachado. Entonces me sacaron del colegio y me llevaron al campo y ahí estuve un año. Después trabajé con mi papá en un negocio de ramos generales en San Miguel, adentro de Ranchillos.

- Timoteo Navarro, Demetrio Iramain, Nieto Palacios, González del Real, Fued Amin… sus grandes amigos.

- En el servicio militar me hice amigo de Demetrio; Timoteo vino después, él era de Santa Fe. Yo era mayor que él, yo era del 5 de agosto y él de diciembre. Ese año que yo entré al servicio militar, Demetrio hizo una exposición, lo conocí a Nieto Palacios, a González del Real, a Datito (Ángel Dato), el escultor... ya conocía a todo el grupo. Pero era otra vida, yo hacía vida de familia. Yo me hice con esa gente, todo lo que yo sé es por ellos. Ya empezó otra vida más bohemia, hermosa para mí. Por ejemplo, había un caedero. Estaba el cine Esmeralda, en la Muñecas al 200 y yo vivía en la Muñecas y Córdoba. Entonces había pintores, poetas, músicos, peluqueros, socialistas... debe haber sido los años 30. Al lado del cine había un café. Entonces el dueño del cafetín lo hizo aparte al grupo porque nosotros queríamos tomar vino, nada de café, entonces nos puso en una piecita atrás, en el fondo. Venían todos los artistas, poetas, músicos…

- Cuénteme de sus alumnos ¿Quiénes fueron los mejores?

- Mirá, he tenido alumnos siempre. Dante Cipulli, Lomáscolo, todos venían para acá. Y aquí conversábamos y peleábamos. Yo era el mayor y el que más sabía, pero que sabía lo que yo estaba aprendiendo, les daba todo lo que yo sabía, lo que podía. Después me empecé a dar cuenta del claroscuro, del contraste, en definitiva, nunca hablé de color. Nunca a un alumno le impuse nada, me cohibía. Ahora sí hice ver el ritmo, la línea de fuerza, lo que une uno y otro, el volumen.

- ¿Cómo trabaja los colores?

- No veo el mismo color que ves vos. El verde se hace con negro, con amarillo y azul, esa es la base, ahora si querés meterle otro color, hacelo. No hay que tirar los colores fuertes hacia fuera del cuadro porque la vista se va afuera, se desplaza el eje. Por qué no vas a poner un árbol, pero si querés ponerlo, hacelo, pero no le des importancia, que quede ahí para componer otro, pero que no llames la atención. Entonces uno pone el acento donde quiere. Vos ponés un mismo color acá y allá, son dos focos y esos focos tiran, entonces vos captás uno u otro, hay que hacer que un color sea más bajo que el otro. Después, ver, porque es difícil ver. Vos empezás a ver y a descubrir. El paisaje lo traga a uno, entonces uno tiene que mirar para ver qué es lo que vamos a hacer.

La mirada

- ¿Qué diferencia hay entre la mirada del pintor y la de una persona que es una simple observadora?

- A mí lo que me interesa es poder mirar yo, no pensando en un observador. Hay que copiar al máximo, hay que meterse y después dibujar para desdibujar. Vos ya sabés copiar bien, entonces ahora, qué ponés vos. Hay dibujos que podés pintar, y hay otros que son dibujos en sí. Yo decía que el que dibuja bien, pinta bien y no es así porque hay dibujantes que no pintan como Aurelio Salas. Todo pintor dibuja. Nieto Palacios era el más culto de todos. Linares es para mí bárbaro. Nieto Palacios pasó por todas las escuelas de vanguardia, pero no tenía personalidad. Nieto ha sido un hombre muy tímido y romántico y parece que le molestaba ser romántico, demostraba lo contrario. Iba en contra de sí mismo, entonces no se puede. Porque si uno no se encuentra... Yo me aislaba y hacía mis cosas para evitar influencias.

- Dicen que era un solterón empedernido ¿Es cierto que se casó presionado por Sarita (Chaklián)?

Sarita interviene: “No, para nada. El que lo presionó fue el maestro Spilimbergo. Una noche, él le prometió que se iba a casar dentro de un mes. Me llama por teléfono y me dijo: ‘dentro de un mes nos casamos’, y yo le dije: “¡qué bueno!” Pero al día siguiente como se había levantado muy bien, ya quería posponer. Y el maestro le dijo: ‘no, compañero, usted anoche me dio la palabra de que se casa dentro de un mes’”.

- No es que le huía al matrimonio, sentía que no estaba para casarme. La calle me ha enseñado. Mis amigos me han alimentado. Después he tenido la suerte de ser muy querido, respetado. Me casé contra la voluntad de toda mi familia, y me ha ido muy bien en la vida, gracias a Dios.

- Tiene fama de buen bagualero ¿Quién le enseñó?

- A mi papá le gustaba mucho el canto y era muy folclorista, rascaba la guitarra. Cuando éramos chicos en Trancas nos hacía bailar. Y en unas vacaciones, ya trabajaba yo y le dije a mi hermano que fuéramos a Cafayate. Yo ya dibujaba y conocimos a un hombre, era día de elecciones, y estaban haciendo vino en un caserón. Escuchamos a unos bagualeros, divinos, y ahí he aprendido. Me gustaba mucho y creo que yo cantaba lindo. Tengo unas coplas que dicen: “el cielo es cuero e’ mi caja, las nubes se han vuelto tiento y las palomas de mi alma se amachinan con el viento. Ahí va otra: Los cerros son mis paredes, las piedras son mis fogones, con los árboles hago leña y con el viento mis canciones… Todo tengo, nada soy, me voy, me voy…”

© LA GACETA

Roberto Espinosa - Periodista.

Autor del diccionario La Cultura en el Tucumán del Bicentenario.

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