Final de Rugby: Inglaterra y Sudáfrica resurgieron de sus cenizas

Se medirán por el título tras haber superado momentos muy turbulentos en un pasado no tan lejano.

29 Oct 2019
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LIDERAZGO. El capitán Owen Farrell se puso al hombro a una Inglaterra sedienta de revancha.

Entre Inglaterra y Sudáfrica, los finalistas del Mundial de Japón, existen más diferencias que semejanzas, pero entre los puntos en común hay uno que sobresale del resto y que amplifica el impacto de lo que han logrado hasta aquí: ambos son resultado de profundos y vertiginosos procesos de reconstrucción. No hace falta retroceder demasiado en el tiempo para encontrarse con un paisaje muy distinto en uno y otro caso.

En el de Inglaterra, todavía se conserva fresco el recuerdo del Mundial de 2015, que tuvo lugar en su propia casa y en el que pasó un papelón histórico al ser eliminado en primera ronda tras perder con Australia y Gales. Con el orgullo herido, la Unión Inglesa le encomendó al australiano Eddie Jones, artífice del batacazo histórico que dio Japón al vencer a Sudáfrica, la misión de tomar la rosa marchita que había dejado Stuart Lancaster y convertirla en un equipo casi imbatible, capaz de llegar a Japón como uno de los favoritos a levantar la Copa Web Ellis.

El efecto fue inmediato: con caras nuevas y ambición renovada, Inglaterra ganó las siguientes dos ediciones del Seis Naciones (la primera con Gran Slam incluido) y fue pavimentando el camino para la conquista del Lejano Oriente. Ya en los amistosos preparatorios de agosto de este año había dejado en claro hasta qué punto había que tomarlo en serio, primero bajándole los humos al Gales de Warren Gatland y luego haciendo pasar vergüenza a Irlanda en Twickenham con la mayor goleada en el historial entre ambos (57-15).

HOMBRE CLAVE. La lectura de juego de Faf de Klerk es uno de los argumentos de Sudáfrica. fotos reuter

En estos cuatro años, Jones fue probando alternativas y dándole forma a un seleccionado equilibrado y temible, quizás no de juego tan vistoso como el de Nueva Zelanda, pero sí muy sólido en defensa, bien conducido por Owen Farrell y George Ford, muy práctico a la hora de abrirse camino hacia el ingoal y eficaz para definir sus ocasiones de try. Sin embargo, lo que distingue a este Inglaterra es la fortaleza su pack de forwards, un ejército de guerreros de terracota que se lleva puesto lo que se le ponga adelante, con o sin la pelota. Pocas veces los All Blacks sufrieron tal rigor físico como en la semifinal ante “La Rosa”.

En este nivel, los detalles marcan la diferencia, y en ese sentido puede considerarse una pequeña ventaja para Inglaterra de cara a la final el hecho de llegar con un partido menos de desgaste, debido a la cancelación del choque contra Francia en fase de grupos por causa del tifón Hagibis. Además, asegura el entrenador que los onsen (los tradicionales baños termales japoneses) les han permitido una recuperación más acelerada después de cada partido. “Piensas cuán inteligentes son los japoneses: hace 150 años, cada pueblo tenía su propio onsen. Interacción social, agua fría y caliente: te relajas, es perfecto para la recuperación. Así que nuestros jugadores, están mejor hoy que la semana pasada y nuestro entrenamiento será de un nivel más alto que la semana pasada. Esa es la condición en la que se encuentran”, advirtió Jones, que no se conforma con que sus muchachos le hayan dado una lección al gran maestro y campeón de los últimos dos Mundiales. “Fue una buena actuación, pero tenemos que jugar mejor. Lo único que hemos logrado es asegurar otra semana en la competencia. Queremos ser los mejores del mundo y no lo somos. Y no estaremos satisfechos hasta que lo seamos”. Así de simple.

Lavado de cara

Tanto o más sorprendente es el caso de Sudáfrica, que hace apenas dos años atravesaba uno de los peores momentos deportivos de su historia, con una pésima racha de derrotas que incluía un escandaloso 57-0 a manos de Nueva Zelanda y un 38-3 ante Irlanda. Los malos resultados eyectaron al entrenador Allister Coetzee y le abrieron la puerta a Johan Erasmus a principios del año pasado. Desde entonces, “Rassie” se propuso recuperar la identidad de los Springboks como un equipo físicamente demoledor y defensivamente granítico.

Vaya que lo consiguió. Este año, Sudáfrica conquistó por primera vez el título del Rugby Championship y en lo que va de 2019 registra una sola derrota, el 23-13 ante los All Blacks en su debut en el Mundial. Desde entonces, barrieron a Namibia, Italia y Canadá, y sofocaron la rebelión del tiki tiki japonés con su oficio y superioridad en el contacto. Aunque cuenta con tres cuartos muy picantes, como el cerebral Faf de Klerk y Makazole Mapimpi (uno de los trymen del torneo), su fuerte está en la delantera, comenzando por una experimentada primera línea encabezada por Tendai Mtawarira, una segunda línea apuntalada por Lood de Jager y Eben Etzebeth, y una tercera línea que cuenta con Siya Kolisi, el primer capitán de raza negra en la historia de los Boks. A ello se le agrega el pie de Handré Pollard, que aunque suele pecar de irregular, terminó siendo figura en la eliminación de Gales.

Las estadísticas generales del torneo ubican a Sudáfrica como el equipo con mayor cantidad de tantos anotados (230) y de tries a favor (31, muy por encima de los 22 que acumula Inglaterra), así como uno de los de mayor número de tackles (660) y de quiebres limpios (78, contra 62 de los ingleses).

De todas maneras, Erasmus admite que su equipo necesita superar todo lo que hizo hasta ahora para tener chances de vencer a un Inglaterra que viene con la confianza por las nubes. “Por la forma en la que desmantelaron a Nueva Zelanda, sabemos que han mejorado mucho. Pero nosotros saldremos a la cancha a triturar el partido”, adelantó “Rassie”, anticipando que la final del sábado a la madrugada será una cruzada de fuerza bruta.

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