Reseña de la película Magalí

“La historia se cuenta sola, no incurre en explicaciones o escenas forzadas para hacer coincidir la intención del director con la recepción del público futuro”, dice la autora de la nota.

10 Dic 2019
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Por May Rivainera (*)

Magalí, un no me leerás. Una película de infancia, una esfera de luz cegadora y audible. Al principio, sospechamos que la película va a dejarnos entrar o sumergir en algún momento en su campo de magnetismo, después sabremos que no. En ningún momento la cámara hace más que dejarnos como simples voyeurs aunque tan pregnados…

La cámara acecha las espaldas de los personajes, los rodea, en diferentes momentos pero siempre de lado, como al costado del centro de atención. Cuando fija, no las más de las veces, es el paisaje que nos mira. Al humane en su soledad, es su alma lo que le emancipa el ser del cuerpo y a veces distante, otras no tanto, se mira en los andrajos que ha elegido en suerte. Vemos a Magalí adentrarse en un lugar del que ha huido porque de lo inconmensurable, cuando cobardes, decidimos tomar distancia… Como si fuera posible enajenarse del aura del mundo. Del aura de la piedra. Como si en algún momento tanto concreto surtiera efecto en engañar con que es posible no saber que soy un átomo dislocado del lugar que silencioso nos participa la vida. Nos participa el tiempo. La duración. La espera que no concluye, la de caminar en contemplación. 

Magalí es buscada por el alma del mundo cuando su madre fallece, sucedió que el mundo de abajo haya ido a buscar la sangre prestada a ese cuerpo. Cuando despojada de la carne, en libertad vaga a no cualquier lado sino en busca de quien le devolvería reposo. La cámara es el espíritu de la tierra entre pantalla y espectadores, un halo que nos mantiene cerca de la historia sin hacernos parte. Retrato ejemplar de una cosmovisión, este largometraje inventa el mito de la continuidad entre la humanidad, lo animal sin lenguaje pero sabio y un respeto hacia el planeta tierra como lugar natural de la existencia. ¿Acaso hay otro lugar habitable?

Ambientada en las cumbres de tierras milenarias, los diálogos no representan la historia sino que la ponen sobre la mesa ya hecha. Pareciera que el recurso es mostrar sólo hasta el final el misterio pero el desenlace, antes que explicar, confirma la sospecha. La historia se cuenta sola, no incurre en explicaciones o escenas forzadas para hacer coincidir la intención del director con la recepción del público futuro. No, primer y único acierto, ¿qué más pedirle? Tal vez una o dos tomas demás ostentando la pulcritud del paisaje… Desmesura en las aparentes leyes universales, al disponer recursos y quién haga uso de ellos para la breve estadía terrenal, armonía calada a capricho en la arquitectura urbana.

Los colores en Magalí, en cambio, los decidió lo desconocido en el azar de la tierra pálida y el cielo vibrante, por momentos el plástico de un juguete colorinche irrumpe tan discordante en esa composición… Recuerda la futilidad devenida fundamental de la gula mercantil, que diseña lo innecesario para ¿la diversión? Qué es la diversión cuando el horizonte matiza la mirada desde la planta de los pies hasta el punto más alto próximo al sol y vuelta hacia el otro lado, por la espalda, 180° de no se puede tocar pero está al alcance si en los ojos. Vidas precarizadas de objetos,  no así de gusto en la tranquilidad de una conciencia admitida sin esfuerzo al tomarse como parte y todo a la vez. Quizá Occidente, aprendiendo la muerte como conciencia de sí, no ha hecho más que poner aparte y en suspenso la intriga. Sucede que no responda la filosofía qué, cómo o a dónde es morir, qué será de mi yo y su historia y batallas, así como derrotas, cuando desaparezca la mortaja… ¿Será el olvido?

En Magalí la cosmovisión trae otra respuesta, la muerte no es incognoscible ni está aparte, a condición de atenerse a soportar el misterio de lo que, presente e invisible, se hace carne aunque no accesible. Es quizá, lo que la cámara transmite en esas tomas de horizonte abierto y con límites, aunque sin fin. La muerte viene a buscar a la abuela, la abuela pasa al mundo de abajo y lo animal, lo feroz, transita esos terrenos sin entender la diferencia entre materia y sustancia animada… Sustancia animada, una forma de referir al alma. La fiera, como no le pesa la condición de ser racional, transita sin problemas y sin fronteras los caminos. No es la locura ni la falta de razón el concepto, es la sabiduría. 

La sabiduría como el mito en conflicto entre lo razonable y la voluntad del espíritu de la tierra. Aquí la tradición como creencia en un más allá presente entre los seres pensantes en la forma del misterio de las coincidencias, las recurrencias… En conflicto también con la edad adulta, el progreso. Sucede que Magalí, si ha buscado su destino fue como realización de adultez al precio de perder el mito. Luego el mito vive en la muerte y va a buscarla, es esa cámara que se mueve como movieran los desniveles del suelo las aguas mentales, la sangre en el cerebro. 

Están esos túneles oscuros en lo que dura la filmación, que ponen en tensión el cuerpo, lo que se va explicando el espectador sobre el argumento, lo que es posible ir pescando de la trama, suspenden ese esfuerzo en que constantemente estamos en Magalí; mas lo suspende no para poner en descanso sino para extraer y extraer información visual casi hasta crear el vacío de materia oscura del universo… Literal, porque nos quedamos con un recuadro de oscuridad y destellos dorados. De fondo la atmósfera del tórax de un León. No sé a dónde se está en ese momento, si en el interior de las mandíbulas del Puma o en el punto de su cráneo al final de los orificios nasales, justo entre los ojos, vibrando. Siendo la respiración. Qué poesía, la noche, el interior sideral. 

Y no menos logrado, aunque ya más en el mundo del lenguaje, el retrato de una cultura del silencio. La vida entre montañas, la voz sólo cuando necesaria, ese clima de intimidades que no se tocan pero se dejan estar, puesto que se reconocen como existencia en el tono más radical, el de limitar lo propio a moverse hasta donde empieza la dignidad del otro. 

Si por alguna razón Magalí nos mantiene fuera de su espectro a la vez que necesariamente ahí, ésta quizá esté en que la cosmovisión que organiza esta sucesión de tiempo es ya inhabitable. Enajenada aún para mí, citadina del cerro, porque estiro la mano y abro una canilla con agua caliente. Como para los propios actores de ese paisaje, quienes al mirarse puestos en escena no dudarán en sentirse otros. Efecto esto último de escuchar la propia voz sin estar articulándola… De mi lado, también ese abismo de sol interior que me abre estar ante la arquitectónica de la naturaleza. Tememos a lo natural en su fuerza porque no se deja tazar. Magalí, no obstante, con algo de música, silencio y ritual, aprehende ese indubitable. 

(*) Escritora, poeta.

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