Víctor Quiroga: “mi pintura es literaria, es un racconto de algo”

El destacado artista plástico tucumano reflexiona sobre su oficio. Mitos y realismo mágico. El arte actual.

15 Ene 2020
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AUTORRETRATO. Oriundo de Villa Alem, Víctor Quiroga obtuvo importantes distinciones a lo largo de su camino y vivió ocho años en París.

TUCUMÁN.- Esas palabras quizás poblaron de ecos su imaginación en sus mocedades en la Villa Alem natal. Personajes de barrio, rumores de pobreza, mitos, nocturnos campestres, murmullos de fiesta, de esperanza… fueron habitando sus pinceles, viajando en sus telas por varios lugares del mundo. Justamente, lo que otros públicos aprecian de su arte es su identidad netamente tucumana, norteña que puede saborearse en su exposición “No me le afloje la cola a la vaca”, que se ha reabierto al público en el Museo Timoteo Navarro. “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, dijo alguna vez León Tolstoi; seguramente Víctor Quiroga sabe de qué se trata. “Siempre me ha gustado dibujar, cuando terminé la primaria ya tenía definido que quería ir a la Facultad de Artes”, comenta.

- ¿Qué dibujabas por ese entonces?

- Empecé copiando el Tony, D’Artagnan, Fantasía, los dibujos de Robin Hood, de Príncipe Valiente. Hice el secundario en la Escuela de Comercio N° 1 y terminé de noche porque laburaba como cadete en una subagencia de quiniela… Todo el secundario me lo pagué yo. En un momento, antes de terminar el secundario cayó en mis manos una máquina de fotos y empecé a trabajar como fotógrafo. Puse un laboratorio en blanco y negro, me compré una ampliadora y así laburaba. Ingresé a la Facultad; en el 78 la Sociedad Dante Alighieri me dio una beca para estudiar en Italia, que consistía en un viaje ida y vuelta, y algo de dinero, porque había ganado un primer premio en pintura.

- Al único maestro que citás en tus antecedentes es a Ezequiel Linares. ¿Qué aprendiste de él?

- Él no era el maestro que te enseña a pintar, pero sí había un intercambio de pensamientos, un trato, una enseñanza que no era académica, sino más bien de vida. Eso me dejó a mí. La sola presencia de él te imponía respeto y te daba entusiasmo para que pintés, hagás tu tarea. Era tanta la influencia de Linares que había muchos linarescos en esa época. Nos hicimos amigos, él se abría, compartía muchas cosas con los alumnos. Con el tiempo conocí a Carlos Alonso… Cuando volví de Italia y me quedé acá, empecé con las exposiciones y los primeros premios; hice una muestra en Córdoba y ahí lo conocí a Alonso, me hice muy amigo y fui un par de meses a Unquillo a hacer grabado con él.

- ¿Cuál fue el origen y la propuesta estética del Grupo Norte?

- Fue una ocurrencia de Ricardo Abella, sobre todo, y de Sergio Tomatis; eran los cerebros. En ese momento no estaba con las luces puestas para tomar conciencia de lo que estábamos haciendo. Lo integraban al comienzo Eduardo Joaquín, Kelly Romero, Vicky Muro, Marcos Figueroa, Tomatis, Abella y yo. Después, cuando se fueron Tomatis y Abella, se incorporó Enrique Salvatierra. La primera muestra que inauguramos en el museo Timoteo Navarro se llamó “Procesión”, justamente en relación con el Proceso, sin ser tan frontal, pero aun así la censuraron en la inauguración y luego se la volvió habilitar. Sobre la base de una idea, hacíamos una especie de instalación colectiva, cada uno trabajaba en lo suyo y después se intervenía lo que hacían los otros, pero había coherencia en el armado. Había licencia para meterse en la parte de la instalación que a uno le interesaba. Se incorporó la música de Caram, que estaba en Sonorización en la Facultad. Experimentábamos con el sonido y lo visual.

- En la década del 80 te vas a Francia.

- Claro, yo venía ganando tres o cuatro primeros premios por año; en el 85, gano en Córdoba el Premio de la Fundación Por Arte… cuando pasamos por París con la madre de mis chicos, se me había puesto en la cabeza que tenía que volver ahí, y se fue dando. El premio era un viaje ida y vuelta a París. A fines del 85, gano el premio Braque, que otorgaba el gobierno francés, y la beca consistía también un pasaje ida y vuelta, alojamiento y un estipendio por nueve meses. Al final no terminé la carrera en Tucumán.

AUTORRETRATO. Oriundo de Villa Alem, Víctor Quiroga obtuvo importantes distinciones a lo largo de su camino y vivió ocho años en París.

- ¿Qué sucedió en tu crecimiento artístico?

- Salí de Tucumán con una pintura oscura, una pintura negra, tiznada. En París, cambió el color, se hizo más luminoso, colorido, se me cambió la mirada. Los temas eran los mismos de ahora, en esa época empecé a hacer algo de realismo mágico, entré en la búsqueda de los azules…

- ¿Qué te atrae de los personajes de los suburbios, del campo, los pobres, los humildes?

- En parte porque yo vengo de ahí, no del campo rural pero sí del campo urbano. Estando en París, tenía mucho reconocimiento mi obra en las exposiciones de pintura latinoamericana, porque no tenía nada que ver con la que iba de Argentina, que es la que hacen los porteños copiando a los europeos.

- Desde temprano, tuviste tu propia temática, que tiene contenido social, una reflexión sobre la pobreza, son personajes que viven modestamente. ¿Los mitos vienen después?

- Sí y no. El mito aparece como una necesidad de ampliar un poquito la narrativa, considero que lo que hago es una pintura literaria, como para leerla, es un racconto de algo. El mito sale porque me comenzaron a interesar las historias que me contaba mi abuela, o del campo. El mito es una forma de volver a las raíces, la incorporación de lo originario.

- Está también la presencia de lo sobrenatural.

- Pero se lo incorpora como si fuese una cosa cotidiana, lo sobrenatural convive con el hombre.

- La vaca se ha convertido en un personaje, ¿cuál es su significado simbólico?

- Todavía no he entendido bien por qué está la vaca sinceramente, a veces yo dejo que surjan las cosas y últimamente las largo. También la vaca puede ser interesante como tema plástico y si tengo que buscar otra veta a lo telúrico, darle una vuelta más a la tuerca, hay obras que tienen ese realismo mágico del cual hablaba, pero tal vez mucho más consciente en la intencionalidad del porqué.

- Llama la atención de que no tengan ubre, la vaca es la dadora de alimento.

- La imagen de la vaca ha surgido por pura ocurrencia del destino. Cuando me mudé a Las Talitas había un campo grande, había trigo, maíz, sorgo, era una belleza y había cerca un tambo, las traían a pastar a las vacas, así que las tenía de vecinas, en la puerta a veces, les sacaba fotos.

- ¿Qué papel juegan las fotos en tu proceso creativo?

- De la época de fotógrafo “profesional”… era fotógrafo de bautismo, escuela, de casamientos hasta de velorios. Tengo pensado en algún momento incorporar fotos como obra, muchas de las obras que hago salen de fotos que he tomado. Me sirven de modelo.

- Cuando vivías cerca el Obarrio, tenías una buena relación con esa barriada, muchos de tus temas salían a partir de esa cotidianidad.

- Sí, todavía me pasa, las circunstancias me llevan a hacer lo que veo. Tenés uno que va volando en la bicicleta con un televisor atrás y está la vaca ahí; en El Sifón yo he visto a uno cargando una cocina, no por nada Tucumán es Tucumán, porque tiene ese tipo de cosas, es propio de nosotros.

- ¿Cuándo sentís que una obra está lograda?

- Tengo la idea en la cabeza, veo el grupo de fotos que tengo disponibles y elijo la que aproxima y empiezo a plantear el dibujo y una vez que lo tengo listo en la tela ya sé el color, el clima final que va a tener la obra. En ese momento ya tengo la obra terminada en la cabeza. El dibujo me da la composición y la sensación de cómo va a ser la obra, la densidad, el tono.

- Da la impresión de que todo vale en el arte actual, ¿refleja un vacío de la sociedad?

- En este momento, las nuevas generaciones, como siempre, en Tuculandia y sobre todo en Buenos Aires, siguen mirando lo que sucede a la vuelta, pareciera que hay que hacer lo que está sucediendo y creo que todo ese tipo de obra que, según ellos, es muy reflexiva, el concepto, la idea prima sobre el hacer, pareciera que el oficio es mala palabra y eso crea confusión. Todo va atado a un combo. No hace mucho, escuché a una crítica hablar sobre un artista mexicano joven e importante que se lo tenía por una gloria. Ella había ido a una muestra individual en una galería y en un rincón había un montón de ramas apiladas; se le ocurre preguntarle el precio al galerista y era un montón de dólares. “Bueno, ¿cómo me llevo la obra? - Le damos una foto, se la firma el artista y se la entrega como la obra”. La reflexión es que por ahí formás parte de la movida. ¿Te acordás cuando el crítico Romero Brest decía que el arte de caballete estaba muerto? Y ahora ocurre lo mismo, estamos copiando un modo de hacer arte, pensando que solamente en la idea en sí, la idea yo también la tengo, pero tengo oficio por atrás, el tiempo va decantando lo que va quedando.

- No se pinta solo con ideas si no que tenés que tener oficio.

- Oficio y continuidad, a mí todo el tiempo me surgen ideas para pintar un cuadro tras otro, pero el tiempo no me da, ahora si largo solo la idea, sería espectacular.

- ¿Qué es la pintura?

- Para mí, todo, vivo pensando en la pintura. No tengo oído para la música pero el color es para mí es como letras de música.

- ¿Qué color tiene la muerte?

- No tiene color, se la pinta de negro porque resulta más dramático.

- ¿Y la vida?

- Está llena de color, por eso es la vida.

- ¿Y el silencio?

- Depende de los silencios, el del otro lado no tiene color, hay que ver qué pasa cuando uno esté allá. El silencio de acá está lleno de color, yo prefiero vivir aquí y después veremos qué pasa.

- ¿Le tenés miedo a la muerte?

- No. Cuando me llegue estaré esperándola, si vivís escapando nunca vas a estar tranquilo.

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