“El imaginario de la religiosidad pagana y popular argentina no debe despreciarse”

Desde siempre Mariana Enríquez encuentra en la realidad cotidiana los hechos que se vuelven alimento siniestro para su jardín de historias. A los 19 años publicó su primera novela, Bajar es lo peor, y anticipó lo que se confirmaría con los cuentos de Los peligros de fumar en el cama y Las cosas que perdimos en el fuego; su voz aúna la tensión del terror y la profundidad de los conflictos sociales para captar la esencia de Latinoamérica. Acaba de recibir el prestigioso Premio Herralde -la primera argentina que lo gana- por Nuestra parte de noche, una novela de terror sobrenatural que retrata la historia reciente de esta región a través de un clan familiar tan espeluznante como impune.

23 Feb 2020
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ENTRAMADO. “Soy periodista, enseño periodismo en la facultad y me interesaba poner el registro de la crónica, hacer una falsa crónica”, traduce Enríqu

- La casa embrujada, las sectas, el monstruo informe aparecen en la novela con color local, ¿cómo trabajaste el terror?

- Pensé en hacer un terror argentino y latinoamericano. En esa operación encontré cosas propias, la religiosidad pagana argentina, que tiene muchos aspectos siniestros, y ciertos rasgos de la política que son fácilmente llevados al terror. Tengo fascinación por la tradición anglosajona que mezcla la religiosidad popular y pagana, como el vampiro que es un monstruo de la mitología popular. Por algún motivo, nuestro fantástico no tomó las supersticiones de las poblaciones locales. Me gusta reivindicarla como una operación política. El imaginario de la religiosidad pagana y popular argentina no tiene que estar despreciado, es parte de nuestra cultura. Claro que uso muchísimos elementos del gótico tradicional, pero llevados a un escenario muy reconocible argentino. No voy a decir autobiográfico, pero sí experimentado por mí.

- Los rituales que celebra la secta llevan a pensar en la religiosidad pagana, pero también en el mundo del rock.

- Yo también pensé en los recitales cuando lo estaba armando. La escena del rito cambió mucho, la escribí varias veces; no quería que fuese muy tópica, al estilo de Ojos bien cerrados. Es una especie de show, una puesta en escena. Juan se eleva y la gente tiene una reacción de entrega y euforia. Juan disfruta su poder, pero es lo único que tiene. No tiene ni casa, es realmente un esclavo, está enfermo y la secta puede disponer de su cuerpo.

- Pero tiene un hijo al que quiere dejar a salvo. ¿En qué medida la paternidad es uno de los temas que recorre toda la historia?

- Mi novela se trata de la herencia y, más específicamente, de la paternidad. Los lazos familiares son extraños y difíciles de romper. Sobre todo en este caso en particular cuando, más allá del afecto, es una condena. Dentro de la trama aparece, de manera literal, el cuerpo de los hijos como receptor de la consciencia de los padres. El nudo, metafóricamente hablando, es que el padre tiene la capacidad de perpetuarse en el hijo. ¿Hasta qué punto se tiene hijos para inmortalizarse?

- ¿Y qué relación podría hacerse entre los hijos y el estado de vulnerabilidad de la infancia en Latinoamérica?

- Hay una idealización de la infancia que me molesta porque hay una desesperación por satisfacer al hijo y una competencia por ser el mejor padre del mundo. Pero lo que de verdad pasa con los chicos es diferente. Los niños privilegiados, que tienen el afecto y dictan los consumos de la casa, tienen un espejo siniestro en todos esos chicos que viven en las calles y son abusados. Es como si esos chicos fueran excepciones, pero no lo son, son una cantidad enorme. Claramente hay un discurso hipócrita.

- ¿En qué medida el poder impune de la secta expone con brutalidad esa hipocresía?

- Quería que fuese un poder antiguo, impune y consolidado. También un poder sobre los cuerpos, por eso tienen tanto poder sobre el cuerpo de Juan como representación. Es un poder familiar, de clan. Quería que la familia de acá fuera, por un lado dueña de los yerbatales y, por otro, del campo. En esos ámbitos controlan cuerpos, vidas, economías enteras. Mercedes tiene niños encerrados en un galpón en el medio del campo y nadie le dice nada. Ella es la dueña. Siempre que parece que el poder desapareciera, en realidad, cambia de forma. De alguna manera, la novela es una pregunta de si se puede luchar o no no contra ese poder.

ENTRAMADO. “Soy periodista, enseño periodismo en la facultad y me interesaba poner el registro de la crónica, hacer una falsa crónica”, traduce Enríquez.

- ¿Podría decirse que la nueva generación de Rosario y Esteban hacen un intento de lucha?

- En un momento los jóvenes hijos de la orden piensan que pueden deshacerse de los viejos para hacer algo distinto. Por algo ese momento coincide con los años 60 y 70, es muy parecido a la historia de los jóvenes revolucionarios del mundo entero, pero especialmente latinoamericanos. Reaccionan contra el poder de los padres y fracasan o son exterminados. Como sea, dejan a la siguiente generación Un vacío.

- Un vacío que juega un papel importante en la tercera generación de Gaspar y sus amigos. Y remite al universo de tu cuento La casa de Adela. ¿Cómo hiciste jugar ese cuento en la novela?

- El tema de las casas en esta novela es tremendo. Las casas inglesas, la de Villa Elisa que refaccionan. Y eso me llevó inmediatamente a Adela. Ella entró por la ventana a la novela, pero la historia empezó a crecer a su alrededor. Betty, su mamá fue una militante revolucionaria. De la novela sale qué se llevó en el cuento y también el tema de su brazo, se lo corta la Oscuridad. Es una marca y un honor.

- El poder, la herencia, la paternidad, las casas, la dictadura, ¿Podría sumarse a esa lista de grandes temas el rol del periodismo, representado en la voz de Olga?

- Soy periodista, enseño periodismo en la facultad y me interesaba poner el registro de la crónica, hacer una falsa crónica. En una novela que estaba tan relacionada con la historia argentina de maneras oblicuas, en eco y en diálogo, quería que apareciera el registro de la crónica hiperrealista en primera persona, sobre un hecho ficticio, pero que hablara de la historia argentina desde ese lugar del periodista. Es también una especie de obsesión. Mi intención era hacer un sistema de todas las cosas que me interesan: la poesía; el rock; el ocultismo; la preocupación por la política, el poder, por la historia argentina; mi fascinación con esa línea inglesa de los ocultistas que aparece también en el tipo de literatura que me gusta; la gran columna de la literatura fantástica y de terror, y también el periodismo. Todas esas cosas están guiadas por una sensibilidad, y con esa sensibilidad decidí hacer una narrativa.

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