George Steiner y el carácter paradojal de la lectura

Entre los exquisitos lectores extraterritoriales, se destacó en el olimpo epicúreo y solitario de la lectura. Como cultor de la apropiación libresca de la realidad discutió, fomentó y conversó sobre libros.

23 Feb 2020
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FRANCIS GEORGE STEINER. El autor de Los logócratas falleció el pasado lunes 3 en Cambridge. Tenía 90 años.

El arte de la cita se refiere a la experiencia del encanto que produce el roce repetido de un texto ya visitado y al asombro tenue y civil –diría Borges– frente a lo conocido y. a veces, olvidado y vuelto a recordar en el alarde de la página. Es decir, a través del arte de la cita se conforma un curioso club de amigos que cuentan, a veces, con miles de años y que se acompañan en las difíciles noches de la felicidad literaria. En ese arte se ejercitó George Steiner. Como alguien que hizo de la erudición una escuela insurrecta del placer, escribió sobre los disidentes del libro, aquellos que buscaron quemar, destruir o eliminar los libros: sobre Sócrates y Jesús, esos hábiles e infrecuentes oradores que no dejaron ninguna línea escrita y que, sin embargo, determinaron la cultura de Occidente.

George Steiner era consciente de las fronteras y las limitaciones de la cultura del libro. Y fue por eso que indagó en otras formas de la inteligencia, en la ampliación del “campo de batalla”. En un ensayo breve y medular, reflexionó sobre las diferencias notorias en la destreza en disciplinas tan dispares como el ajedrez, las matemáticas, la música y la filosofía. En ese texto insoslayable, mostró cómo los filósofos desarrollan sus obras en la madurez porque aún no están en condiciones de hacerlo en la juventud; en cambio, un matemático, un músico como Mozart o un ajedrecista que no despliega su potencial antes de los 30 años, está perdido; lo que le resta es repetición de lo conseguido en la primera edad.

Nuestro autor fue consciente de lo efímero de su tarea como crítico. En una de sus intervenciones se consuela diciendo que sus ensayos serán, en el mejor de los casos, solo notas a pie de página de la historia literaria. Quizás por eso sus notas perecederas brillan en la mente memoriosa de sus múltiples lectores fieles.

El encanto del desliz

Steiner consignó ideas sobre los maestros y también los cuestionó o pudo pensar en las dificultades que tuvieron los pensadores o los escritores frente a las taras, las aberraciones políticas o la pasión amorosa. Las más de las veces, justifica sus afirmaciones. En otras ocasiones no lo hace pero las sentencias que suscribe son suficientes para quedar atrapados en el encanto del desliz. Me refiero a cuando desestima como filósofas a Hannah Arendt o Simone de Beauvoir y destaca como única la mente de Simone Weil.

No solo postuló hipótesis claves sobre Heidegger, Platón y el abominable Céline sino que pensó en las difíciles aguas que marcan los conflictos entre las opciones estéticas y éticas en algunos de ellos: “No se podría disociar el evidente esplendor de las obras de Pound, Claudel o Céline de sus opciones políticas infernales. Por muy complicada, por muy privada que fuera, la relación de Heidegger con el nazismo y su ladino silencio después de 1945 tienen algo de helador. Al igual que el apoyo activo de Sartre al comunismo soviético mucho después de la revelación de los campos…”.

Con una pericia crítica insular, Steiner diseccionó piezas literarias y anotó logradas y específicas observaciones sobre libros tan disímiles como 1984, de George Orwell, novelas de Graham Greene y de múltiples narradores. Pero el secreto de su lupa aguda no está en la enumeración fácil de los autores analizados sino en las conexiones infrecuentes y en los saltos interpretativos que relacionan a Sócrates con autores contemporáneos y a los novelistas rusos con la metafísica.

En este sentido, los textos breves o extensos de Steiner se destacan no solo por las citas –aunque la erudición crea una grafía propia—sino por los senderos que se bifurcan en la trama diversa y sinusoidal de los ensayos. Tal vez por esta característica primera se pueda ver en los escritos de Steiner una estela frondosa de los hábiles e irónicos textos del precursor Montaigne. Aunque Steiner lo menciona no es el centro explícito de su poética. La rara mezcla de pensamiento y sensibilidad que conviven en los textos del francés exponen y a la vez rebasan el rio híbrido y convexo de las aguas nunca puras de la filosofía y la indagación poética.

Libros infinitos e inquietantes

Aunque lectores agoreros anuncian la desaparición del libro, a algunos nos queda la posibilidad inquietante y feliz de releer los textos bifrontes de Steiner; aunque algunos fueron escritos con el liviano temblor de la hora, dejan en los recovecos el susurro de una mente que disfrutó de los libros infinitos en la noche más luminosa y la noche de los tiempos en los libros inquietantes.

No se puede detener el elogio de un lector. A pesar de eso, para finalizar esta exigua apología finita, cito extensamente uno de sus textos maravillosos: “La influencia de lo imaginario puede invadir la mirada de nuestra sensibilidad hasta el punto de obsesionarla... Después de haber pasado doras, días, leyendo, volvemos a nuestro estrecho universo doméstico. Pero seguimos poseídos... El sabio, el verdadero lector, está formado para responder al más alto grado de identificación con lo textual, con lo ficticio. Esta formación puede mutilarlo, aislarlo” de la realidad. “Hay un soplo glacial de inhumanidad en la torre de Montaigne...” “Las torres que nos aíslan son mucho más coriáceas que el marfil...”

En Los logócratas, Steiner coloca la campana en ambos sentidos. Por un lado, llama la atención sobre el encanto de la lectura, su efecto hipnótico y devorador. Por otro lado, conceptualiza una alarma: cómo lo imaginario puede convertirse en un peligro, en un principio de deshumanización. Esa condición paradójica, el efecto de lo imaginario que fascina y aísla, es el producto insustituible de la ficción. Por ese efecto vivió Steiner. Por ese efecto, vivimos sus lectores.

© LA GACETA

Fabián Soberón - Escritor.

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